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Trabajo productivo e improductivo: la séptima
E

l impulso irracional a trabajo y gastos improductivos –algunos necesarios, pero en otras dimensiones– es una característica que deprime la rentabilidad general de la economía, pero hay otras que frenan su recuperación. Luego del descenso continuo de 1948 a 1991, ni siquiera el ataque a las condiciones generales de trabajo y de vida de la población trabajadora lo ha frenado.

Es muy severo el efecto depresivo ocasionado por la tendencia a un incremento mayor del volumen de capital necesario para operar, respecto del volumen de fuerza de trabajo requerido. Un trabajo cuidadoso lo muestra, no sólo en economías como la estadunidense –ejemplo privilegiado–, sino en muchas otras. Incluso muestra periodos recurrentes de sobreacumulación de activos fijos, expresada en una baja casi permanente de la capacidad utilizada.

Bien lo documenta y explica el profesor Pepe Valenzuela desde su prestigioso trabajo tanto en su alma máter la Universidad Autónoma Metropolitana, como en nuestra UNAM, en un texto especialmente brillante (Valenzuela Feijóo, José, Ensayos de economía marxista, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, México, octubre, 2006).

No puedo omitir que es un texto dedicado a la memoria de dos pensadores críticos de gran influencia en la UAM, la UNAM y en muchas escuelas de América Latina, André Gunder Frank y Jaime Puyana Ferreira. Pues bien, en el ensayo Rentabilidad y acumulación, el caso de Japón, nuestro estimado maestro indica que la tendencia de la rentabilidad general de la economía se ve ajustada por diversas características de las economías: 1) nivel de gastos productivos, 2) grado de monopolio, 3) nivel de la capacidad utilizada, 4) tributación, 5) tasa de interés y nivel de deuda, y 6) impacto de innovaciones tecnológicas.

No es ocioso añadir dos más, en consonancia con algunas observaciones de Duncan Foley, de la New School de Nueva York. La del comportamiento de los derechos de propiedad en la llamada economía de la información y la del movimiento incierto –ascendente o descendente– de precios de materias primas e insumos vinculados directamente a las condiciones de fertilidad y ubicación de los recursos naturales explotados, necesarios para satisfacer la demanda.

Ya profundizaremos en cada una, hoy, a manera de ejemplo, sólo observemos la llamada factura petrolera. Y en nuestro ejemplo de Estados Unidos, estimada por el producto del volumen anual de crudo consumido y un precio de referencia como, por ejemplo, el que ofrece el anuario estadístico de British Petroleum. Así, luego de que esta factura no superara 2 por ciento del producto entre 1929 y 1972, se elevó hasta alcanzar su máximo histórico del orden de 10 por ciento en 1979 y 1980, para luego disminuir y mantenerse de nuevo alrededor de ese 2 por ciento hasta 2004. En 2005 volvió a elevarse hasta alcanzar entre 2007 y 2014 participaciones del orden de 4 por ciento y nuevamente bajar al 2 por ciento normal de 2015 en adelante.

Significan transferencias enormes de excedente, no menos de dos puntos del producto en promedio, hacia productores petroleros de mayor fertilidad y mejor ubicación respecto de grandes centros de consumo. Algo similar se estima en productos agropecuarios y mineros. O, finalmente, de otros combustibles como el gas natural y el carbón. Incluso de recursos como el sol y el viento en generación de electricidad. Ya veremos números impresionantes de las rentas transferidas. De veras.