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Maternidad de adolescentes indígenas
C

ostó 50 años a la política de población de México reducir a la mitad la tasa de fecundidad de las adolescentes. En 1970 ocurrían 134.6 nacimientos por cada mil adolescentes menores de 19 años. En 2021 la tasa es de 67.9 nacimientos. En 20 años esta tasa descendió 36 por ciento; después de los 90 muestra un estancamiento, y es hasta 2015 cuando nuevamente se pronuncia una tendencia descendente, aunque lenta. La tasa actual sigue siendo inadmisible, porque la maternidad temprana es una barrera para el desarrollo de las mujeres y para su movilidad social. En Suecia la tasa es de cinco nacimientos por cada mil adolescentes; en Canadá y Alemania son siete; en Francia, cuatro; los casi 68 nacimientos por cada mil de las adolescentes mexicanas suman mil nacimientos por día, lo cual nos coloca en el séptimo lugar de América Latina.

La maternidad temprana es un indicador de pobreza y de falta de oportunidades. Entre las mexicanas que llegan al bachillerato la tasa de embarazos es cuatro veces menor y entre hablantes de lengua indígena la tasa llega a 99 nacimientos por cada mil adolescentes, tasa similar a la de Somalia, a la del África subsahariana así como a la de República Dominicana, la más alta en la región.

La mayoría de los embarazos de adolescentes ocurren en jóvenes con un corto horizonte educativo, casi 40 por ciento de los jóvenes del país no aspiran a estudiar más allá de la secundaria; ya sea porque no quieren seguir estudiando, porque no pueden pagar los gastos escolares o porque tienen que trabajar. Entre las estudiantes que llegan al nivel medio superior, 16 por ciento deserta por embarazo o matrimonio, y sólo 2 por ciento de los hombres adolescentes abandonan la escuela por esta razón, lo que evidencia la brecha de género en el trabajo de cuidados de hijos.

En cuanto al embarazo de niñas la situación es muy grave. En 2020 se registraron 8 mil 876 nacimientos de niñas menores de 14 años, son niñas madres. Noventa y ocho por ciento son de 13 y 14 años, un fenómeno que es más frecuente en las zonas marginadas de Chiapas, Tabasco, Coahuila y Guerrero, sobre todo en zonas con prevalencia indígena. En muchas ocasiones la maternidad infantil es producto de pobreza extrema, pero también de matrimonios arreglados y de violación sexual.

Refiero algunas historias recientes. Nayeli, de 15 años: Tenía 12 años al terminar primaria, de ahí nada, ya no estudié porque tenía flojera. Luego migré de la comunidad, me fui a la sierra, al norte del estado de Guerrero. Ya después de un tiempo, conocí a mi ahora esposo; nos juntamos y decidimos regresarnos a la comunidad para formar una familia. Yo tenía 14 años. Casi al mismo tiempo que me junté, me embaracé pronto y a los 15 años tuve a mi primer bebé. Me casé porque fue mi decisión, nadie me obligó, ahora tengo tres hijos. Me siento feliz con mis tres hijos, no sé si voy a tener más; quién sabe, tal vez uno más. Si hubiera tenido la oportunidad sería maestra, pero ya con la familia no pude.

Andrés, de 13 años: Aquí en Tlapa, maestra, la gente nos casa sin amor; nos casa con personas que no conocemos, maestra; yo no sé ni quién es, ni la conozco ni sé cómo se llama, pero ya fueron a hablar con la familia de ella, para que se case conmigo. Nueve meses después Andrés ya era papá, con una pareja de 13 años.

Odilia, de la etnia chol, como buena defensora del Centro de Derechos de la Mujer de Chiapas cuenta que se reveló: “Tenía 11 años cuando escuché que me llegaron a apartar. Vi cómo tomaban trago para celebrar el acuerdo. En la fecha de cerrar el trato, había listos unos puercos y unas despensas… Hui. Tenía mucho miedo. Y luego, mucha culpa de que lo que me pasara era por haber huido de mi comunidad”.

Se trata de costumbres matrimoniales que, aunque se han debilitado, prevelecen por sus hondas raíces culturales, que están sustentadas en el modelo mesoamericano de matrimonio, así como en pautas patriarcales históricas de intercambio de mujeres y de bienes. Para el pago de la novia o dote, se ofrece dinero, animales o el novio ofrece servicios al futuro suegro. A veces se hace por costumbre, otras veces para librarse de una boca que alimentar. En el caso de los embarazos por violación son expresión de la descomposición del tejido familiar y social, se llega al incesto y al abuso sexual por parte de familiares y conocidos, tanto en zonas urbanas como rurales; 14.7 por ciento de quienes fueron madres en la niñez refieren que su embarazo fue por convencimiento, coerción o violación.

En estos días la Secretaría General del Consejo Nacional de Población presenta la Campaña de Prevención del Embarazo de Adolescentes, un trabajo interinstitucional que este año se dirige a niñas y adolescentes de comunidades indígenas y afromexicanas, para darles a conocer sus derechos sexuales y reproductivos, así como fortalecer su autonomía e incorporación en proyectos colectivos de mejora del entorno.

* Secretaria general del Conapo

Twitter: @Gabrielarodri108