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Relatos del ombligo

El Zócalo que en su nombre lleva la resistencia

A

ntes llamado Plaza Mayor, Plaza de Armas o Plaza del Palacio, el Zócalo capitalino guarda, además de siglos de historia e identidad, una resistencia a aquello que no nos representa y que se manifiesta diariamente cada vez que nos referimos a él. ¿Cuántas veces no nos hemos citado en el Zócalo o lo hemos utilizado con este nombre, y no con el que de manera oficial lleva, como referencia para llegar a otro lugar?

Se llama Plaza de la Constitución, pero este nombre impuesto al centro, no sólo geográfico sino identitario de los mexicanos de hoy y ayer –que lo seguirá siendo mañana y el día después–, no nos representa realmente, ni siquiera hace referencia a una constitución propia, sino a la de Cádiz de 1812, obra de las Cortes Generales y Extraordinarias de la Nación Española que, tras la invasión napoleónica que derrocó a Fernando VII y Carlos IV, y con ello causó la resistencia armada de los españoles, se instalaron nueve días después de que, con el llamado de Miguel Hidalgo, iniciara el movimiento que culminó con la Independencia de México.

El 24 de septiembre de 1810 las cortes sesionaron y en ellas hubo 17 diputados mexicanos que representaron exclusivamente a los criollos privilegiados. Tal vez su intervención más destacada fue lo que ha quedado escrito en la historia como la primera denuncia parlamentaria de discriminación racial: la condena –finalmente desatendida– a la exclusión de las castas que resultaron de las mezclas con los esclavos que llegaron desde África. La Constitución Política de la Monarquía fue jurada en España el 19 de marzo de 1812 y promulgada y jurada en México el 30 de septiembre del mismo año. Tras ello nuestra plaza principal, erigida con las piedras de los templos prehispánicos destruidos durante la Conquista, fue nombrada como no la llamamos: Plaza de la Constitución.

Decir zócalo para referirnos a una plaza central es algo que sólo sucede en México. El nombre se extendió de la capital a las demás poblaciones del país en las que, sin excepción y a pesar de que sus plazas lleven un nombre distinto, la resistencia a utilizar el oficial responde al sentido que hemos hecho de una palabra que, de origen, tiene otro significado sobre el cuál hemos construido uno que sólo a los mexicanos nos pertenece y con el que nos hemos opuesto a que nos impongan, como si fuera nuestra, una historia que es de otros.

Zócalo solamente significa para quienes no son mexicanos base que sostiene a otra base, es decir: un pedestal; ¿por qué entonces llamar así a nuestra plaza? Hay dos historias, la oficial, que tiene tanto atractivo como el de llamar Plaza de la Constitución al Zócalo, y la no oficial que, como el propio Zócalo, está llena de identidad. La primera historia dice –y ya– que Antonio López de Santa Anna quiso poner al centro de la plaza, donde se ubicaba el mercado el Parián, un monumento a la Independencia, pero los entonces problemas económicos y políticos lo impidieron, por lo que quedó solamente la base del pedestal. La segunda historia dice lo mismo, pero además lo que sucedió antes.

Se dice que el origen de aquel pedestal, o zócalo, no tenía como intención original la de colocar un monumento a la Independencia, sino un mausoleo a la pierna de Santa Anna perdida en batalla durante la Guerra de los Pasteles. Su Alteza Serenísima quiso ofrendar al pueblo la prueba de su sacrificio por la patria y, como si fuera una reliquia sagrada, le pareció que aquella pierna, carne de su carne y dueña de cinco de las seis uñas que le faltaban, merecía reposar en el corazón de México y a la vista de todos.

La reacción del pueblo ante tal muestra de petulancia –algo que tras varias presidencias de Santa Anna era bastante común– no fue la que el Gran Maestre de la Orden de Guadalupe esperaba. Una multitud encolerizada, porque no sólo le habían arrebatado su mercado, sino que en momentos de enorme crisis se gastaba dinero para exaltar un miembro de quien era responsable de esa crisis, tomó la pierna, la amarró a un mecate, y la tuvo paseando a través del arrastre por lo que hoy conocemos como el primer cuadro del Centro Histórico de la Ciudad de México hasta que quedó pulverizada. Ya después, y ante la falta de la pierna faltante, surgió la idea de hacer un monumento a la Independencia.

Tras unas excavaciones, la base del monumento que nunca existió fue hallada en 2017 en el sitio donde hace 500 años inició la resistencia que hoy continúa con solo nombrar a este lugar como le decimos: El Zócalo.