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Trabajo productivo e improductivo: la quinta
D

e 1870 a 1957 los economistas académicos casi abandonaron la importante distinción planteada por los clásicos y por Marx de trabajo productivo y trabajo improductivo, lo asegura el profesor Emery Kay Hunt, de la Universidad de Utah, en un buen artículo de 1979 (E. K. Hunt, Science & Society, Fall, 1979, Vol. 43, No. 3, Contemporary Issues in Marxist Political Economy, pp. 303-325). A su decir, el abandono condujo a ignorar dos de las más relevantes características del desarrollo contemporáneo: el enorme potencial para generar excedente y la irracional asignación de recursos.

Esta visión –advierte E.K. Hunt– contrasta con la de académicos del mundo económico como Joseph Schumpeter, quien etiquetó la distinción como sin sentido y que sólo servía para mostrar la mentalidad verbal de los economistas y su incapacidad para distinguir un problema real de uno espurio.

Muchos otros autores –agrega Hunt– afirman que la distinción se considera generalmente como un dispositivo teórico infructuoso o erróneo, que se puede encontrar en los escritos de los economistas clásicos y de Marx, pero que no tiene absolutamente ninguna importancia.

Sin embargo, es aceptado que justamente en 1957 la publicación de dos importantes libros de economistas marxistas reavivó el interés teórico en dicha distinción. Tanto Joseph Gillman con Falling Rate of Profit, como Paul Baran con The Political Economy of Growth estimularon una prolongada controversia sobre la utilidad y adecuación de varias definiciones de trabajo productivo e improductivo.

En realidad, la discusión continúa. Recuperó actualidad con la llamada financiarización, por la ampliación y el fortalecimiento de trabajos típicamente improductivos, en las ramas financiera, de seguros e inmobiliaria (famosas FIRE, siglas de Finance, Insurance, and Real Estate). Aunque no sólo ellas. El resultado fue que una parte creciente del excedente se destinó a los beneficios de esas actividades en detrimento no sólo de las no financieras, sino del proceso global de inversión, pero, además, la distinción cobró de nuevo relevancia para renovar las explicaciones sobre la naturaleza, el origen y las causas de la mayor crisis experimentada en los últimos 100 años, precisamente de 1929 a 1932, y sobre lo que siguió en casi un siglo de vida económica.

En términos de la economía estadunidense, la crisis mostró descensos de menos 8.5 por ciento en 1930, menos 6.4 en 1931 y menos 12.9 en 1932. Estas caídas reaparecieron en 1938 (menos 3.3 por ciento) y en 1946 (menos 11.6 por ciento). En estos últimos casos la Segunda Guerra Mundial ayudó a explicar mucho, pero todavía se debate por qué los descensos de inicio de los 30 no han reaparecido, a pesar de los derroteros cíclicos de la economía, pues en 1933 la economía estadunidense –ejemplo que ilustra– registró un nivel apenas similar al de 11 años antes, con tremendas secuelas de desinversión, desempleo y caída del salario real y, evidentemente, de deterioro de las condiciones de vida.

Los niveles de actividad económica previos a la crisis –digamos que los de 1929– apenas se recuperaron en 1936, siete años después de que se iniciara el deterioro secular de la economía y de la vida cotidiana. Explicar esto y lo que siguió obliga a revisar conceptos teóricos fundamentales. El de la distinción trabajo productivo e improductivo es uno de ellos. De veras.