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Despertar en la IV República

En defensa de la vejez

L

a vejez es una época de la vida que se caracteriza de modo popular por la pérdida de facultades, el desempleo y la cercanía con la muerte. En apariencia, la defensa del tramo final de la vida humana requeriría un abogado muy hábil y el asunto sería difícil. Sucede que yo ya soy, bajo cualquier concepto que ustedes quieran, un viejo. Tengo 84 años y estoy obligado a buscar los aspectos nobles e interesantes de la vejez para sentirme mejor conmigo mismo. Muy pocos jóvenes me podrán entender, porque ellos están en la efervescencia, que es nada menos que el contraste de la época senil, pero además porque es muy difícil transmitirles la experiencia de envejecer.

La idea popular sobre la vejez es muy deprimente. Justamente porque implica un desmoronamiento progresivo de facultades. Porque la muerte como destino es el remate inevitable, y porque en nuestra cultura se exaltan los valores juveniles, la vitalidad, el buen porte, la capacidad atlética, la alegría y la frivolidad que en la mayoría de los casos son supuestas características de la juventud. Se ve a los viejos como estorbos en el ascenso de la nueva generación.

En realidad, la vejez como es vivida por muchos es una etapa decadente y esto se debe a que su calidad está determinada por la forma en que se han vivido los años anteriores. Y por lo general, la vida de la mayoría es rutinaria y mediocre y así inevitablemente su vejez será triste. Lo que podemos aprender de esta etapa vital es que la calidad de la vejez depende de los años mozos y maduros, y tenemos que preocuparnos, si queremos tener una buena vejez, en vivirlos bien.

Hay cosas de sentido común para defender la época del envejecimiento. Quizás la mayor de todas es la sabiduría, cuya quinta esencia es la experiencia vivida. Más allá de lo que se ha aprendido en las universidades, la vida es una escuela constante, y la gente, gracias al mencanismo ensayo-error, va aprendiendo y acumulando experiencia, uniendo la intuición y su conocimiento racional. Por eso, en muchas de las sociedades, se respeta a los viejos y se les da la oportunidad de aconsejar o de dirigir a la sociedad. Porque ellos representan la sabiduría colectiva y pueden anticiparse y resolver problemas utilizando el cerebro y el corazón en una forma serena, como no pueden hacerlo los más jóvenes.