Opinión
Ver día anteriorDomingo 4 de abril de 2021Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Puntos sobre las íes

Recuerdos // empresarios (CXLVIX)

V

aya gritos de apoyo…

Nosotros te protegeremos –gritaban unos, con característica galantería– ¡Anda torea, que nosotros te cuidaremos!

Marcial Lalanda, mi querido amigo, atravesó mi sueño de faz atribulada.

–No puede ser –advirtió– sería una locura.

El sobresaliente estaba ya en la arena. Al verlo, reviví la tarde de Sevilla… ¡Ah, aquella tarde en que no me tiré al ruedo! Mas hoy no sería así ¡Salté la barrera entre las protestas de los alguaciles. Quisieron salir detrás de mí, mas estaba yo en los medios y mi cuadrilla me protegía. Sorprendiendo al sobresaliente, le arranqué de las manos la muleta y la espada. ¡El mundo era mío!

¡Eh, toro bonito!

Por fin le contestaba. Allí me tenía frente a frente. Sus ojos eran de negro azabache y los rizos de su testuz de cobre fino. Se arrancó, el negro hocico humillado, los claros pitones cada vez más cerca. Y entonces, al sentir el bravo toro que junto a mí se revolvía, me estremecí como la propia arena del ruedo, quemándome como ella, con el oro de la tarde y tiñéndome como ella, del grana de las flores y de la sangre.

Soñaba. ¡Qué momento más sublime!

Muy despacio me perfilé frente al toro colorado. No quise herir a tan buen amigo y dejé caer la espada sobre el ruedo.

Me dirigí hacia la presidencia. A mis pies cayeron sombreros. Dos alguaciles estaban junto a mí. Me ordenaron que subiera al palco de la autoridad.

Subí. Entré.

–¿No sabía usted que no podía actuar a pie? –me preguntó un señor.

–Sí, contesté.

–¿Y vio que le negábamos el permiso?

–Sí, señor –afirmé.

–¿Y huyó de los alguacilillos?

–Sí

–¿Y no tiene ninguna explicación que darnos?

–No.

Las lágrimas me embargaban. ¿Cómo iba a explicarle que todo aquello era mentira? ¿Cómo iba a decirle: ¿Sabe usted, señor presidente, yo estaba soñando? Desde muy niña había soñado con un día de éstos, torearía en una plaza de España, entre flores y sombreros, me embriagaría el aroma de las marismas y me ensordecerían las palmas de la gente?

-–Queda usted detenida –dijo el presidente–. Después de los toros pasará al Gobierno Civil.

Volví la cara rápidamente. Nadie comprendería la razón de mis lágrimas…

–¡Oreja, Oreja! gritaba la multitud. El novillero había estoqueado al novillo colorado–. ¡El rabo, el rabo exigían los aficionados.

¿Qué te han hecho, qué te han dicho? me gritaban los espectadores de pie en los asientos y, de espaldas al ruedo, seguían nuestro diálogo en el palco oficial.

Salí del palco, bajé al callejón.

–¡Enhorabuena! –era el ganadero don Remigio Tibot–. Al toro le hemos cortado la cabeza para conservarla.

(AAB)