Opinión
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Mar de Historias

Faltaban olas

A

Marco Antonio Cruz: siempre con admiración y cariño

Con esta van dos veces que suspendemos las vacaciones de Semana Santa. Me late que nuestras famosas escapatorias anuales ahí murieron. Avelino piensa que estoy equivocado: cuando termine la pandemia la situación se normalizará y el próximo Domingo de Ramos podremos irnos en bola a alguna playa. Cada año decimos lo mismo y siempre terminamos en Acapulco.

Puede que Avelino esté en lo cierto, pero ya no haremos el viaje los mismos diecisiete que íbamos al principio: Renato se fue de aquí porque la altura le afectaba. Desde que lo despidieron de la fábrica, no hemos vuelto a saber de Carmelo. Hilario murió de Covid el año pasado, pero aunque seamos menos, seguimos formando un grupo padrísimo. Lógico: nos conocemos desde nuestros comienzos en la fábrica de uniformes Dámaso Riquiel, ahora Dámaso Riquiel e Hijo: así de pronto pasa el tiempo.

II

A causa de las distintas crisis económicas el patrón ha tenido que recortar la planta de trabajadores varias veces. En 2018 despidió a su propia cuñada, la auxiliar de contabilidad. Llegó a suplirla Felícitas, una chava recién salida de uno de esos institutos donde sacas el título a los seis meses. No me pareció atractiva; tampoco me cayó bien ni mal, pero fui amable con ella. En cambio, Librado enseguida le echó el ojo. Siempre hace lo mismo con las empleadas nuevas, no importa cómo sean.

No me extraña que haya sido él quien la invitó a los partidos de futbol que organizamos los sábados, a la salida del trabajo, en el llano atrás de la fábrica. La primera vez que Felícitas fue a vernos se la pasó aplaudiendo sin ton ni son, a veces para celebrar un gol de Los Costeños. Buen pretexto para tirarle una pulla a Librado: A ver si le enseñas algo de futbol a tu invitadita, porque no sabe ni madres.

Aquella mañana, nuestros adversarios de toda la vida nos pusieron una goliza de 5-0. Ardidos, los acusamos de tramposos y les echamos bronca. Estuvimos a punto de agarrarnos a madrazos, pero terminamos brindando en medio del terregal con chelas tibias. Saben a orines, gritó Avelino y Felícitas se puso colorada. Por eso y por su ignorancia del futbol saqué mis conclusiones: No tiene hermanos. Perla, que ya se había hecho muy amiga de ella, me lo confirmó luego.

III

El 21 de marzo, cumpleaños de Librado, cayó en sábado. Después del partido, junto con algunas compañeras, nos fuimos a celebrárselo a La Casona. El changarro tiene su historia y es algo así como nuestro cuartel general. Al entrar Felícitas, sorprendida, preguntó por qué todas las paredes y las puertas eran de color rojo. Su actitud me pareció tan mamona que, por molestarla, le contesté: Para recordar que aquí, hace muchos años, se cometieron crímenes terribles. Dicen que hasta hay fantasmas. Ella se burló, pero en el momento de ir al baño –que está al fondo del patio junto a un garage abandonado– le pidió a Perla que la acompañara.

Entre las felicitaciones y los recuerdos bebimos mucho, sobre todo el cumpleañero. Ese, tan grandote y tan entrón, en cuanto se echa sus copas se pone sentimental. Ya medio tarde, como siempre, hicimos el brindis por nuestros compañeros ausentes, en especial por Hilario. Perla recordó que durante nuestro primer viaje él se la había pasado cantando en todo el trayecto a Las Estacas.

Conmovidos, guardamos silencio. Librado aprovechó el momento para deslumbrar a Felícitas describiéndole aquella aventura, desde los preparativos, la llegada a la pensión Dos Corrientes hasta el regreso de Las Estacas, ya medio persas, en la nochecita. Felícitas estaba fascinada oyéndolo, casi llorando de emoción y sentí lástima por ella. Si le hubiera tenido confianza me habría acercado para decirle quién era realmente don Juanete, su ídolo: un hablador, bueno para las conquistas y pésimo mediocampista.

Cuando Librado terminó de hablar, Felícitas dijo cuánto le hubiera gustado hacer aquel viaje con nosotros. Avelino la consoló diciéndole que en Semana Santa, como todos los años, iríamos a Acapulco, y la invitó a sumarse al grupo. Por ella, encantada; el ­problema estaba en que su madre le tenía tanto miedo al mar que ni si­quiera la había llevado a conocerlo. Perla opinó que eso era una injusticia, estaba dispuesta a repararla presentándose ante la madre de Felícitas y sacarle el permiso, aunque para eso tuviera que hacerse responsable de su hija.

En efecto, como todo lo que se propone, Perla consiguió la autorización. Cuando me lo dijo le hice ver que se había echado encima una responsabilidad enorme. Levantó los hombros, dio media vuelta, se fue y me dejó pensando qué haríamos en caso de que le sucediera algo a la muchacha.

IV

El Domingo de Ramos nos citamos en el estacionamiento donde nos esperaba el autobús escolar. Lo abordamos todos al mismo tiempo, haciéndonos bromas de doble sentido y empujándonos, como si fuéramos unos chamacos. Cuando logré conseguir asiento de ventanilla puse mi mochila en el de junto, para indicar que estaba reservado. Rocío, algo retrasada, me preguntó si podía sentarse allí. El chofer gritó que, si pensábamos ganarle tiempo al sol, era mejor que saliéramos de una vez. Le pedí que esperara unos minutos porque faltaba una compañera. Perla me habló al oído: Si te refieres a Felícitas, te advierto que no viene. Me llamó hace ratito para decirme que su madre... No quise oír más. Fingí dormir durante todo el camino.

VI

Las vacaciones pasaron demasiado rápido. Parecía que acabábamos de llegar al puerto cuando ya estábamos subiéndonos al autobús de regreso, cargados de regalitos baratos. Perla volvió a sentarse junto a mí y después de mostrarme el collar para Érika me dijo: Siento como que no disfrutaste estas vacaciones. ¿Qué no te gustó el mar? Rápido contesté: Sí, mucho, pero me pareció que esta vez le habían faltado olas. Aún no entiendo por qué dije eso.