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La necedad
D

urante su campaña política, Beatriz su esposa le cantó y grabó El necio, de Silvio Rodríguez: “…la necedad de lo que hoy resulta necio / la necedad de asumir al enemigo / la necedad de vivir sin tener precio… yo me muero como viví…” AMLO ha salido ahora a recordar a Babe Ruth: No se puede vencer a quien no sabe rendirse; dijo también: Tenemos que concluir la obra de transformación, no tenemos permiso para dejar inconcluso nuestro trabajo. Lo tenemos que consumar entre todos. Esa necedad impulsa a sus odiadores.

No asombra la montaña de deyecciones expulsadas por quienes añoran el pasado corrupto o están detrás de los bots, esta vez porque enfermó de Covid. Esos notálgicos hoy intentan construir la derecha partidista (PRI, PAN, PRD) dirigidos por sus claudios empresarios valedores, y a ese ejército de detractores impotentes están sumados los intelectuales que fueran, hoy reducidos a exiguos youtuberos dedicados a inventar realidades alternativas y a insultar al Presidente, en el inicuo afán de desfigurar su imagen. En ese inane esfuerzo empujan también los autores reales del libelo Un daño irreparable. En empeños de Onán o de Narciso, no logran salir de su propio patio.

Así, los terrenos están ya delimitados; sólo hay que ver los espots electorales de Morena y del PAN, que los dibujan: el primero habla con palabras e imágenes del pueblo; en el del PAN, Marko, el contador michoacano, nos hace la promesa moderna de irnos ¡hacia el futuro azul! El PRI, ahora de segundón, tratando como siempre de presumir de transversal, mientras ha prohijado sin descanso la corrupción para enriquecerse y enriquecer más aún a los de arriba. El PRD, en su lugar: contiguo al flanco de lo marginal.

El tablado así aparece construido. El lábil Va por México –PAN y PRI + PRD, dizque antiguos adversarios–, trazó el espacio político en el que puede moverse: el de los beneficiarios del régimen de la corrupción neoliberal. El Va por México ha hecho eso mismo de lo que ha acusado a AMLO y su partido: polarizar el escenario. Ha dejado a AMLO y a Morena el espacio que llegó a serle expresamente propio en 2018: el de los desposeídos de la historia. Las clases medias siempre aspiracionales y volubles, o al menos un sector de las mismas, moverá la testa en todas direcciones en busca de un representante: ¿Movimiento Ciudadano? ¿Redes progresistas? ¿Va por México? ¿Morena? No hay quien satisfaga sus apetencias. Quizá opte por engrosar el abstencionismo.

Las clases sociales, los capitalistas y las clases explotadas, son para el marxismo un hecho estructural referible a la propiedad de los medios de producción. Esta mirada, sin embargo, es apenas una aproximación conceptual analítica, ciertamente necesaria para entender la naturaleza del capitalismo, pero abstracta y no útil para comprender la política en su sentido más amplio, menos aún para discernir los fenómenos de la pequeña política –como gustaba llamarla Gramsci–, que es la referida párrafos arriba. La clase trabajadora asalariada no aparece así, como tal, en el mundo concreto. Aparece organizada en grupos diferenciados, o no organizada en lo absoluto. Los grupos concretos organizados los construye el conflicto que enfrentan, el que siempre está vaciado en el pensar y discurrir de su propia lucha: un discurso y una identidad. Lo mismo ocurre con todos los grupos sociales: cada uno posee un discurso propio, por necesidad distinto de los demás.

AMLO propuso que la pobreza, la desigualdad y la corrupción fueran entendidas como un solo problema. Había que enfrentarlas de consuno, al son de primero los pobres. En la sencillez del planteamiento estaba su poder. Miles y miles de grupos sociales por toda la geografía mexicana adhirieron y se identificaron con la idea, y con AMLO. Lo mostraron en julio de 2018, originando un movimiento sísmico de la sociedad que cambió el estatus estructural de la política. Le siguió una réplica de marea profunda de los afectados. Un escenario otro de la política, un reto al modo de acumulación de los capitalistas, habituados a ganar a mares con el mecanismo aceitado de la corrupción del régimen neoliberal. En ondas centrífugas llegó a la pequeña política de los partidos del PRIAN y sus intelectuales y odiadores. Inexorablemente, el vasto poder del cambio se concentró en AMLO. Todos los apeados, por tanto, están contra él.

Algunos, en lugar de pelear contra AMLO y su partido, pero con la misma mentalidad corrupta del régimen neoliberal, intentan trepar y hacerse de prebendas dentro del actual estatus; el pueblo, con toda obviedad, les importa un comino. Son muchos de esos que obtendrán una curul o una gubernatura bajo la bandera de Morena.

Andrés Manuel debe comprender que “la obra de transformación… tenemos que consumarla entre todos”, pero que no puede ser obra de un sexenio, ni siquiera uno de Andrés Manuel. Para estos todos es un gigantesco desafío entrever cómo la sociedad puede porfiar en la necedad, cómo puede cambiar de caballo a la mitad del río.