Opinión
Ver día anteriorMiércoles 27 de enero de 2021Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Verdad y justicia
¿E

xiste una relación entre falta de justicia y la mentira? Para que haya una verdad, un piso común, ¿se necesita que haya justicia? ¿Se puede construir un futuro compartido si carecemos de instituciones legítimas que sean capaces de garantizar cierta justicia?

Vivimos en un país donde la impunidad campea, sobre todo en lo que se refiere a delitos graves. Hay, según conteos de esta semana, 82 mil 825 desaparecidos en México y arriba de 37 mil fosas clandestinas. ¿Cuántos desaparecidos son encontrados por la policía? ¿Cuántos casos de homicidio resuelven los ministerios públicos? ¿Cómo podremos compartir una idea de verdad cuando no hay un aparato de justicia al que podamos acudir si desaparece un amigo?

Es difícil que se diga la verdad cuando esa verdad pueda incriminar penalmente a quien la confiese, o quien la pronuncie corra el riesgo de ser atacado. La confesión abierta de un crimen suele darse sólo cuando su autor siente que no será perseguido. Y una acusación abierta se suele hacer sólo cuando el que acusa se siente suficientemente protegido y respaldado.

Ha habido veces que una sociedad busca dar una publicidad amplia a los crímenes de algún régimen anterior. En Alemania se enseñan los crímenes del nazismo acuciosamente, para que no se repitan. En Estados Unidos, hoy, hay una discusión amplia y profunda de la esclavitud y las secuelas que tuvo. En las comisiones de la verdad en Sudáfrica, los crímenes del régimen del Apartheid fueron presentados, discutidos y confesados diariamente ante las cámaras de televisión. Ese proceso de decir la verdad buscaba sanar a un cuerpo político dividido y dolido, y con la verdad pasar a una nueva etapa.

En algunos casos, por ejemplo, en el proceso de justicia que se buscó en Ruanda después del genocidio, se buscó revelar la verdad no a través de confesiones públicas, sino movilizando las evidencias del crimen en una serie de juicios contra algunos de los responsables. En casos así, la verdad sale gracias a procesos de investigación forense, es confirmada formalmente en un juicio y redimida en el castigo a los culpables.

Lo interesante, en cualquiera de estos casos, es que hay una relación muy clara, necesaria, entre verdad y justicia. Tiene que haber justicia para que se pueda construir una verdad común. Y tiene que existir un mecanismo legítimo para arribar a la verdad, para que haya justicia.

Y en México no hay justicia. Todos lo sabemos. Los números de fosas clandestinas aumentan y no hay una institución gubernamental que se haga responsable ni de encontrar asesinos ni de identificar cadáveres. Se ha renunciado prácticamente a la justicia.

El Estado mexicano no consigue llevar un expediente judicial de manera convincente. Hay tantos ejemplos de investigaciones mal hechas que nada le sorprende a nadie; el expediente de Mario Aburto, asesino de Luis Donaldo Colosio, deja dudas respecto de la legitimidad del proceso forense que lo llevó a la cárcel; el estudio de Jorge Volpi del caso Florence Cassez mostró, también, que esa investigación fue manipulada; la verdad histórica de la matanza de Iguala no existe ya, y las acusaciones de corrupción en casos como el de Odebrecht o del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México no han dado pie a investigaciones bien compuestas. Los porcentajes de impunidad frente a crímenes violentos se acercan escandalosamente a cien por ciento. Impunidad total. La gran mayoría de los crímenes no se investiga, o se investiga tan mal que hay dudas bien fundadas respecto de la capacidad del gobierno para llevar una investigación competente e imparcial. Es decir, en México no hay verdad ni justicia. Pero, si no hay eso, ¿qué es lo que sí hay? ¿Cómo describir una sociedad que es incapaz de ejercer la justicia o de construir una verdad pública?

No tenemos aún un lenguaje para definirla. La falta de verdades que hayan pasado por el rasero de un Estado respetable y respetado, significa que la verdad se privatiza y se fragmenta. No hay una verdad colectiva, sino verdades privadas y por eso la verdad fácilmente puede ser negada. Yo digo una cosa, tú dices otra. Ganará quien consiga hacer más ruido. O no gana nadie, y el crimen se va sepultando en el silencio incómodo del desacuerdo.

La falta de un aparato de justicia que sea capaz de fincar en una verdad compartida conduce también al autoritarismo, tanto desde el gobierno como desde la sociedad. Hay militarización y abusos de autoridad, abunda el secreto de Estado y las cárceles están llenas de chivos expiatorios, hay linchamientos populares y violencia paramilitar. Todo eso hay.

Sin un sistema de justicia probo, competente y bien financiado, no habrá una verdad común. Y sin verdades compartidas no se puede construir el futuro de una nación. Y en esas estamos desde hace años.