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El desastre del Metro de la CDMX
E

l pasado 9 de enero hubo un accidente dramático en el Metro de la Ciudad de México: se incendió el puesto central de control 1, dejando sin energía a las líneas 1, 2, 3, 4, 5 y 6. El servicio quedó suspendido y se reanudará, tentativamente, el 25 de enero. Se trata del cuarto accidente importante en 51 años de historia: el primero en 1975, el segundo en 2015, el tercero en 2020 y el cuarto este 2021. Los tres últimos han ocurrido con administraciones nombradas por gobiernos de izquierda: perredista el de 2015 y los dos últimos en este gobierno de Morena, que postula que primero los pobres.

El accidente de 1975, un choque de trenes en la línea 2 en la estación Viaducto, produjo un cambio fundamental en la operación, ya que se instaló en nuestro Metro y en los de todo el mundo el pilotaje automático. Puede decirse que ese accidente tuvo como principal causa las dificultades de la conducción manual de los trenes. Habiendo superado técnicamente esto, los accidentes se eliminaron de la operación de los Metros del mundo.

Los otros accidentes han ocurrido en administraciones nombradas por gobiernos electos provenientes de la izquierda: el de 2015 con un director nombrado por Mancera y los dos recientes bajo la dirección de Florencia Serranía, nombrada por Claudia Sheinbaum.

Éstos accidentes sólo pueden explicarse por el deterioro técnico y administrativo del Metro, que resulta de la acumulación de carencias significativas en el mantenimiento de todas las instalaciones, particularmente de los trenes, pero también de las instalaciones fijas y las de distribución de energía. A esto, por supuesto, hay que sumar la incompetencia de quien dirige la empresa.

Tras 23 años de administrar al Metro, tienen que asumirse las responsabilidades que corresponden a sus directivos y, por supuesto, a los jefes de Gobierno respectivos. Desde la llegada de Cuauhtémoc Cárdenas hasta Claudia Sheinbaum, pasando por Andrés Manuel López Obrador, Marcelo Ebrard y Miguel Mancera, la situación del Metro de la CDMX ha empeorado consistentemente. Son 23 años en los que la red apenas creció, al tiempo que el deterioro con el que en 1997 se recibieron las instalaciones prosiguió e incluso aumento su descomposición.

En estos 23 años el Metro fue administrado por gobiernos de la izquierda –tres de las cuales hoy son miembros muy relevantes de Morena–, se inauguró en 1999 la línea B, cuya construcción fue decidida por el gobierno federal encabezado por Zedillo y el entonces regente del Distrito Federal, Óscar Espinosa Villarreal.

La única línea nueva creada por las administraciones perredista fue la 12 que, por cierto, tuvo que suspender más de seis meses su servicio después de haber sido inaugurada, lo que constituye una marca infame.

Así que estos gobiernos izquierdistas no solamente no han gastado en mantenimiento, impulsado la indudablemente necesaria ampliación de las líneas del Metro, sino que incluso en el plan maestro que elaboraron para conducir el periodo entre 2018-2030 no contemplaron ninguna línea nueva. El plan maestro coloca como principal modo de transporte en la CDMX al Metrobús, lo que, como demuestra fehacientemente la operación de las líneas existentes, no resuelve el problema de transporte eficiente para millones de personas.

Junto con esta negativa de fortalecer el que es el principal modo de transporte en la capital, las reiteradas restricciones presupuestales han impedido que se lleven a cabo programas integrales de modernización de las instalaciones que incorporen nuevas tecnologías que funcionan ya en otros Metros.

El nuestro es uno de los más importantes del mundo. Forma parte de un selecto grupo, el CoMet, que reúne a los que transportan más de mil millones de pasajeros al año, y que comparten experiencias regularmente convocados por una universidad inglesa.

Todos estos Metros, el de Nueva York, Sao Paulo, Londres, París, Berlín, Hong Kong, Moscú y Tokio, son la columna vertebral del transporte de personas en sus ciudades. Son, además, un medio de transporte eficiente y seguro. Pese a la inmensa responsabilidad que supone transportar, cada uno de ellos, cerca de mil 300 millones de personas, han logrado mantener condiciones operativas muy cercanas al óptimo, al tiempo que han ampliado y modernizado sus líneas y sus trenes. La excepción negativa a este tipo de logros en este grupo es el Sistema de Transporte Colectivo Metro.

La responsabilidad de este desastre le corresponde enteramente a quienes han gobernado la ciudad desde hace 23 años. Y deberían pagar las consecuencias. La responsabilidad por este desastre es específicamente frente a sus 6 millones de usuarios diarios, quienes se ven afectados cotidianamente por los problemas en la operación y mucho más cuando el servicio se suspende.

Si primero son los pobres, tendría que ser primero el Metro.