Opinión
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Cometierra: la otra Antígona
E

l mito es conocido: más allá de las leyes o por encima de ellas, Antí-gona quiere honrar el cadáver de su hermano dándole sepultura. Su desacato la condena a morir sepultada viva, pero no le importa, vuelve a infringir la ley, lo políticamente correcto, y se ahorca.

A la escritora argentina Dolores Reyes debemos la nueva resurrección de Antígona. Ella vio en quienes buscan los cuerpos de los desaparecidos actualmente, la encarnación del mito griego. Si la ley no les cumple, si la justicia resulta insuficiente, ellos buscan por su cuenta y riesgo a los desaparecidos. Quieren encontrar sus despojos para concluir su historia personal con ellos.

Cometierra, de Dolores Reyes, es la historia de una vidente a quien todos acuden para dar con los suyos arrancados por la violencia. La mayoría son mujeres. Si la justicia falla, si el estado patriarcal ignora, lo sobrenatural parece la única respuesta.

A diferencia de la mexicana Antígona González, de Sara Uribe, Cometierra no es un collage de voces recogidas en textos de otros, blogs, o recortes de prensa de la terrible tragedia que efrentan los familiares de los desaparecidos. Cometierra es pura ficción, pero encarnada en la realidad que padecen en Argentina o aquí miles de personas.

Aunque el uso del mito para acercarnos a la realidad no es nuevo en Argentina (Griselda Gambaro publicó en los ochenta Antígona furiosa, una versión moderna de la obra de Sóflocles para ponerla en escena), Dolores Reyes actualiza la tragedia con un realismo mágico sutil, una escritura ligera como quería Italo Calvino, y la ubica en las barriadas de Buenos Aires donde viven los desechables, los sin nada.

Cometierra es una vidente que al ingerir algo del suelo que frecuentaba una persona desaparecida puede ver el lugar donde se encuentran sus despojos y la forma en que murió.

A través de imágenes que resultan poéticas, como cuando la protagonista interioriza la angustia y el miedo al mirar cómo le envían botellas llenas de tierra sin más identificación que un nombre, una fotografía y un teléfono para que descubra dónde se encuentra la persona que sus familiares buscan, Dolores Reyes nos permite ver que la normalización de la violencia nunca será una solución. Al contrario: es la continuación de la violencia por otros medios.

A diferencia de las crónicas o novelas que nos ofrecen la pobreza o la violencia como un telón de fondo y con asombro de turista, la novela de Dolores Reyes nos sumerge en la vida cotidiana y en la tragedia misma de esas historias inconclusas porque los muertos, invisibles, siguen vivos. Sin ritos de despedida ni paradero alguno, los desaparecidos son muertos vivos aunque sus despojos ya sean un puño de cenizas o un montón de huesos perdidos.

Cometierra es la primera novela de Dolores Reyes, una maestra que ejerce el magisterio en esa periferia convulsa de los desechables que circunda a la capital argentina. Su escuela se encuentra a unos pasos del cementerio donde yacen los cuerpos de dos niñas, Melina Romero y Araceli Ramos, víctimas del feminicidio.

Dice la escritura en el Evangelio de Lucas que si la verdad se oculta, las piedras la dirán. En la novela de Dolores Reyes habla la tierra por boca de una vidente. La metáfora que construye la novela es exacta: si la tierra acoge a los muertos, la tierra es la única que puede decirnos dónde se encuentran y la forma en que murieron.

La desaparición de personas busca borrar de la memoria colectiva los crímenes más siniestros. Gobiernos de todo el mundo han hecho de esa práctica nefanda una política de Estado. Pinochet, Videla, Díaz Ordaz quisieron borrar nombres y personas desapareciéndolos. El crimen organizado de nuestros días y el machismo cultural buscan lo mismo: de las muertas de Juárez, el valle de San Fernando y Ayotzinapa hasta los cinturones de miseria que rodean Buenos Aires. Novelas como Cometierra, de Dolores Reyes, al fijar la tragedia, literariamente, la tatúan de forma indeleble.