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Miguel Tovar, fotógrafo excepcional
Foto
▲ Miguel Tovar en el Parque de la Memoria en Buenos Aires, Argentina, frente al muro que recuerda a las víctimas de la violencia estatal, entre ellas el periodista y escritor Héctor Germán Oesterheld, a quien admira.Foto Paula Mónaco
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ras la modestia de su actitud, tras su voluntad de nunca hacerse notar, Miguel Tovar obtuvo el premio World Press Photo (el más importante en fotografía periodística a escala mundial) en la categoría cortometraje documental por Es mutilación: la policía en Chile cegando a manifestantes, para The New York Times.

Cuando hizo erupción la protesta en Chile, en octubre de 2019, la policía encerró a más de 3 mil 500 manifestantes, a quienes atacó con balas de goma y perdigones que causaron daños oculares muy graves a muchos de los hombres, mujeres y niños ahí presentes. La organización World Press Photo reconoció el gran trabajo de Miguel Tovar, quien ahora también obtiene el segundo lugar del concurso de fotografía de Harvard Documentando el impacto del Covid-19 a través de la fotografía: aislamiento en América Latina. Y como si esto fuera poco, su documentación fotográfica del impacto del Covid-19 también fue premiado por el David Rockefeller Center for Latin American Studies con el título de: Collective Isolation in Latin America.

Un jurado de cinco académicos de Harvard, curadores y artistas revisaron todas las fotos del Open Call for Photography lanzada en julio de 2020 y seleccionaron a tres galardonados. Además de los ganadores, otros 22 fueron elegidos para la exhibición digital del primero de octubre 2020.

Miguel Tovar también obtuvo el Premio Nacional de Periodismo de México 2019 en la categoría crónica/periodismo narrativo por Los jornaleros forenses: crónica de un nuevo oficio en un país de fosas, publicado en la revista Gatopardo. Asimismo, fue nominado al Emmy de Estados Unidos por su reportaje de Chile en el New York Times.

Nada me da más alegría que cantar los méritos de Miguel Tovar, sensible, inteligente y más bien tímido, a quien admiro desde que vi su compromiso con los padres de familia de los estudiantes de Ayotzinapa y la indignación que le causó esta gran vergüenza política que aún no se resuelve. Durante 16 años, ha destacado por sus coberturas de las infamias que se cometen contra los más desvalidos, y su indignación se patenta en periódicos y agencias de noticias nacionales e extranjeras, de la talla de Ap y Getty Images Latinoamerica, México y Centroamérica. Miguel Tovar está presente gracias a sus espléndidas y dolorosas imágenes.

Ahora informa que ha decidido trabajar de forma independiente no sólo en fotografía fija sino en video y fotografía documental.

–Comencé por enfocarme en migración, seguridad, narcotráfico, movimientos sociales, desastres naturales y víctimas del crimen organizado. Actualmente, colaboro en The Dispatch y en The New York Times, después de ganar el premio World Press Photo 2020 en la categoría de cortometraje documental y la nominación a los premios Emmy 2020.

–Miguel, te recuerdo muy activo en Ayotzinapa…

–Fotografié la serie documental Los días de Ayotzinapa, producida por Netflix y Anima Films (2019), y el documental de ficción Matar extraños, de Nicolás Pereda (2010). Actualmente, fotografío tres películas: una de ficción de la canadiense Andrea Busmann y dos documentales dirigidos por la estadunidense Heidi Ewin y la argentino-mexicana Natalia Bruschtein.

–¿Cómo supiste cuál iba a ser tu vocación, Miguel?

–Estudié Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Este último premio fue un poco inesperado, la nominación también, porque la hizo el New York Times, que seleccionó el material de las protestas en Chile, pero sobre todo de la represión brutal del presidente Sebastián Piñera en contra de los manifestantes a través de sus carabineros, que cegaron a mucha gente, dispararon al rostro, a los ojos de hombres y mujeres. Viajé a Chile con Brent McDonald, el corresponsal de video para Latinoamérica del New York Times, quien me contactó y me invitó a participar con él. Amigos le dieron a Brent referencias mías y me llamó; fue inusual, porque no nos conocíamos. Fue inusual también empezar una relación de trabajo así después de una breve entrevista un par de noches antes. Él ya tenía más o menos definido desde qué ángulo abordaríamos el tema. Nos dedicaríamos a la alta incidencia de gente herida en el rostro que había perdido un ojo en el momento de los tiros. Dos días más tarde volamos a Chile. En el avión seguimos definiendo el ángulo y el estilo del reportaje. No había tiempo de experimentar, tenía que ser muy certero con la cámara.

–Pero tú ya tenías mucha experiencia

–Me inicié en la fotografía en 2001, muy joven, a los 20 años. El de Chile no fue mi primer trabajo profesional. Después de unos primeros años dejé el fotoperiodismo y viré hacia el video documental y el reportaje, en el que llevo cinco años. Sigo siendo fotoperiodista, pero me interesa mucho el documental en video.

–Miguel, en Ayotzinapa te vi fotografiar –al lado de Paula Mónaco Felipe– la tragedia de cada padre de familia de los estudiantes

–Sí. Ayotzinapa fue una cobertura muy larga que hicimos con Paula Mónaco, quien es mi pareja y es escritora. Entre los dos cubrimos muy de cerca la desaparición de los normalistas. Nos indignó esa matanza; visitamos la Normal y nos mantuvimos en contacto con los padres de familia desde septiembre de 2014. Paula hizo el libro Ayotzinapa, horas eternas, una reconstrucción y un perfil de cada estudiante, y yo colaboro con fotografías de su ausencia durante todo ese primer año. También participamos durante siete meses en un documental producido para Netflix en 2019: Los días de Ayotzinapa. Creo que es uno de los documentales que me abre la puerta al lenguaje del documental en video.

–¿Ahí se inició tu colaboración con New York Times?

–Se inició con la masacre de Chile a finales de noviembre de 2019. Esta colaboración es muy importante para mí, porque el New York Times es un medio muy prestigiado, pero puedo decirte que muchas de las cosas que me han pasado este año, incluso el premio, han sido una sorpresa. He tenido la suerte no sólo de hacer un buen trabajo, sino también mucha buena fortuna.

En la cobertura de Chile, corrí cierto riesgo al ponerme del lado de los manifestantes y ser igual de vulnerable que ellos. Veía los tanques de los carabineros frente a mí y mi primera reacción fue no levantar la cara, ir siempre agachado, viendo la pantalla de mi cámara. Sentía que también podía perder un ojo y, como fotógrafo, la vista es muy preciada. Vives de tu mirada, de tus ojos. También quería retratar el sentir de los manifestantes. En las imágenes de las protestas que retraté de plaza Italia estoy siempre del lado de los manifestantes. Eso fue fundamental para mí a pesar del riesgo. La voz que aparece es la de los heridos, de las víctimas, de los jóvenes y la de algunas chicas heridas, que perdieron un ojo. La historia que condujo Brent MacDonald la hicimos a través de la voz de los manifestantes.

–Miguelito, ¿no crees que influyó también en ti casarte y tener un hijo con una mujer que ni siquiera conoció a sus padres porque fueron asesinados por la Junta Militar Argentina?

–Sí, por supuesto, ha influido mucho Paula. Como periodistas siempre hemos apostado a las víctimas. En los años más recientes de mi carrera profesional (Paula y yo compartimos la vida desde hace 13 años) me ha dado mayor sensibilidad, compromiso, mucho respeto por los temas y por la gente cuya historia contamos: los migrantes, las caravanas centroamericanas, las víctimas del crimen organizado, las madres que buscan a sus hijos en las fosas, el asesinato de compañeros periodistas. Es un compromiso que hemos asumido: mostrar esas historias porque queremos estar de ese lado.

–En México, se sabe que al que escoge causas sociales hay que tenerle cuidado, porque puede levantarse en contra del gobierno. ¿Tienen conciencia Paula y tú de que pueden ser considerados enemigos en potencia de determinado gobierno?

–La fotografía no sólo es una crítica, es una denuncia. La nuestra es una elección: es el lugar en el que queremos participar. Al final del día intentamos que no nos afecte lo que denunciamos, pero no lo logramos, y nuestras historias nos entristecen el alma. Así lo hemos asumido. No sabría decir por qué, pero mucha gente nos ha abierto su corazón, gente que nos comparte su dolor y se han vuelto parte de nuestra vida.