Opinión
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La muestra

Hasta siempre, hijo mío

E

l realizador Wang Xiaoshuai, integrante de la llamada sexta generación de cineastas chinos, ofrece en su cinta más reciente, Hasta siempre, hijo mío, una visión global de la historia social reciente de su país, centrándose en tres décadas –de 1986 a nuestros días– y en las vidas entrelazadas de dos familias perdurablemente sacudidas por la muerte accidental de un niño. El relato desconcierta y cautiva desde la primera de sus tres horas de duración. No sólo hay cambios de locaciones, de un poblado al norte de China a otro situado en el sur, con un paso fugaz por Pekín, sino también sorpresivos saltos temporales de una década a otra y la reunión de un melodrama doméstico, así como una pequeña épica de crítica social. De igual modo se maneja un juego confuso con el nombre de Xing Xing que lleva el hijo que pierden Yaojun (Wang Jingchun) y Liyun (Yong Mei), la pareja protagonista, y que después eligen de nuevo para un niño que adoptan a manera de remplazo. Sin embargo, la confusión es sólo aparente, pues las piezas narrativas encajan finalmente muy bien y cobran todo su sentido a través de un estupendo trabajo de montaje.

El relato plantea varios interrogantes y misterios. ¿Qué grado de responsabilidad tiene Haohao, el hijo de Hayan (Ai Liya) y de Yingming (Xu Cheng), pareja amiga de los protagonistas, en la trágica muerte por ahogamiento de su camarada de juegos Xing Xing? ¿Hasta qué punto Hayan, jefa de servicio en la fábrica en que trabaja Liyun, es también responsable del aborto inducido que padece esta última? La acumulación de agravios y culpas entre las dos familias y el largo duelo que viven por una pérdida irreparable de la que todos se sienten, en diversas medidas, culpables, genera un clima de tensión sicológica agravado por una circunstancia de opresión social que afecta directamente sus vidas. En efecto, desde 1979 hasta 2015 se impusieron en China medidas drásticas que limitaron a las familias a tener un solo hijo. Esto provocó que luego de la pérdida del niño Xing Xing, su madre, nuevamente embarazada, tuviera que abortar por órdenes del gobierno.

Foto
▲ Fotograma de la cinta de Wang Xiaoshuai.

Wang Xiaoshuai, realizador también de La bicicleta de Pekín (2001), filme prohibido hasta 2004 por la censura china, no escatima sus críticas al régimen autoritario. En una escena de ironía atroz, la pareja agraviada por la brutal interrupción del embarazo se ve forzada a recibir del gobierno un premio como pareja modelo en el diseño de la planeación familiar. Todo está estrictamente controlado en la ceremonia, incluida la manera en que Liyun debe sonreír y reprimir disciplinadamente su pena. De modo similar al que emplea su colega Jia Zhanké (Plataforma, 2000), en revisiones históricas entremezcladas con melodramas intimistas, el director de Hasta siempre, hijo mío, incorpora en su narrativa apuntes sociales muy precisos, que van desde el oprobio de la llamada Revolución Cultural de finales de los años 70 hasta la regimentación de la vida diaria con su pesada carga de furor doctrinario.

Muchos años después del accidente en que murió su hijo, la pareja Yaojun y Liyun visita Pekín y advierte que todo en el país ha cambiado. A los rigores del socialismo real sucede ahora la liberalización de una economía de mercado. Una estatua de Mao domina, monumental y ociosa, casi olvidada, una vía rápida en esa ciudad. Son tiempos de modernidad y de reconciliación histórica, de reacomodos familiares y de pacíficos relevos generacionales. A manera de vasos comunicantes, la reintegración de un orden familiar roto remite, inevitablemente, al anhelo utópico o a la necesidad realista de cerrar un capítulo doloroso en la historia de un país. Xiaoshuai acomete, con inteligencia, la faena artística de dar un mayor sentido a ese imperativo social.

Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional a las 12:45 y 18:45 horas.

Twitter: @CarlosBonfil1