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Ciudad perdida

El líder del plantón de carpas vacías

P

equeñas casas de campaña vacías, un supuesto líder ausente y cero convicción. No se necesitó mucho tiempo –poco más de 24 horas– para mostrar de qué estaba hecho el plantón con que se quiso derrocar al presidente Andrés Manuel López Obrador.

Gilberto Lozano, quien logró acarrear a algunos hombres y mujeres de la derecha más dañina del país hasta la avenida Juárez, huyó de la concentración –por supuestos motivos de salud– poco después de haber intentado romper un cerco policiaco con una falsa orden judicial que, según él, le permitía seguir su camino hasta el Zócalo, cosa que no sucedió.

Lozano pretendía hacer trampa para encender los ánimos de algunos de sus supuestos seguidores y conseguir con ello el pretexto adecuado para montar un cuadro de violencia, sin importar que quienes lo acompañaban de buena fe –los menos– fueran perjudicados en su persona por un acto de ese tipo.

Pero eso no es nuevo. En FEMSA, una de las empresas más importantes del país, donde laboró hace unos 15 años, se le considera un imbécil, palabra que, según el diccionario del Español de México que publica El Colegio de México, se aplica a una persona que carece por completo de inteligencia, que es sumamente tonto, estúpido o idiota.

Esa misma empresa (FEMSA), que no necesariamente está de acuerdo con López Obrador, lo contrató para una de sus filiales, ALFA, dentro del área de recursos humanos, y cuentan entre los altos mandos de la firma que Lozano se aprovechó del puesto para formar cotos de poder para su beneficio. Ahí terminó la carrera de este supuesto líder en dicha empresa.

Así, después de su graciosa huida, la gente de Lozano que miró alejarse a su jefe, decidió no sacrificar su salud pernoctando en una débil casita de campaña, ni exponerse a un clima que los ponía a prueba con un aguacero tupido. Cada uno tomó el rumbo que mejor le convenía y dejaron allí, en plena avenida Juárez, los restos de su feroz oposición al régimen de la 4T.

Algunos reporteros, tanto en la noche misma del domingo como al mediodía siguiente, buscaron entre las pequeñas carpas a quienes las ocupaban, sin suerte, estaban vacías. Cuando preguntaban aparecía alguien para decir que se habían ido a comer, que no tardaban en regresar, y cuando se le hacía saber que en la noche anterior tampoco estaban, quien buscaba disculpar las ausencias se encogía de hombros y culminaba con: Así son las cosas.

El plantón de las carpas vacías, como ya se conoce al movimiento que parió Lozano, buscó multiplicarse y nuevas carpas vacías aparecieron en Paseo de la Reforma para buscar que el respeto que se prometió desde la misma Presidencia de la República a su manifestación, se rompiera, y alguna pifia policiaca, por ejemplo, incendiara los ánimos.

Total, si uno hace un esfuerzo mínimo por explicar qué quieren las carpas, bien podríamos decir que éste no es un movimiento que busque derrocar al régimen por sí mismo, pero está claro que llaman a la violencia para después gritar Venezuela en México.

Y buscan la represión porque ellos no saben otra forma de callar las protestas cuando son genuinas y cuando no. El diálogo lo confunden con un intercambio de intereses materiales y no como el triunfo de la razón, y justifican la corrupción con su palabra favorita: democracia.

De pasadita

Lo dicho por Claudia Sheinbaum, y publicado ayer por La Jornada, golpea la entraña misma del sistema político mexicano porque desnuda un quehacer destrozado por la corrupción.

Tal vez no tarde mucho la mandataria en exponer alguna nueva forma de revivir la contienda política para renovar la confianza del ciudadano en el mandato que deposita en los y las que hacen política en el país. Eso esperamos.

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