Opinión
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La ciudad y el músico
D

e nuevo, aludo al espléndido trabajo de musicalización fílmica que ha estado realizando el director de orquesta español Ángel Gil-Ordóñez, quien en semanas recientes se ha dedicado a exacerbar gozosamente mi triple vicio de música, cine y música de cine. Comento ahora su envío del documental The City (La ciudad, 1939), notable filme por sus méritos narrativos y notable también por ser la película que significó el inicio de la carrera de Aaron Copland como compositor de música para la pantalla.

The City fue realizada bajo los auspicios del Instituto Estadunidense de Planificadores, con dirección de Ralph Steiner y Willard van Dyke. En más de un sentido, La ciudad es un filme que guarda numerosos puntos de contacto con El arado que abrió la llanura y El río, cuyos soundtracks renovados (igual que el de Redes) ya reseñé aquí. En este caso, se trata de una descripción, de perfiles dramáticos y potentes, del crecimiento desordenado de las ciudades estadunidenses, de nuevo en aras de la explotación (de hombres, tierras y recursos), la industria, el comercio, la expansión y el enriquecimiento. Después de la descripción del hacinamiento, la decadencia, la destrucción, la enfermedad y la pobreza que genera ese crecimiento acromegálico, viene la reflexión; el filme propone la necesidad urgente de repensar las ciudades, rediseñarlas y reconstruirlas en una proporción más humana y más manejable, todo ello con miras a un (¿utópico?) desarrollo armónico, orgánico y sustentable.

El filme de Steiner y Van Dyke se inicia en el ámbito rural equilibrado y feliz del pequeño villorrio campirano. Se hace énfasis en el trabajo, en los productos, en la mano del hombre que los crea. De ahí a la industrialización masiva hay un paso, y ese paso conduce sucesivamente al consumo demencial, a la polución, al hacinamiento, la vida veloz y frenética, la violencia, la exclusión y la destrucción del entorno. ¿La solución? Fundar, desde cero ciudades nuevas para una nueva vida y una nueva sociedad. Fue éste uno de los proyectos más controvertidos del New Deal rooseveltiano, y en una primera fase dio origen a tres ciudades modelo, una de las cuales, Greenbelt, en el estado de Maryland, es perfilada en los tramos finales del filme La ciudad. El tema es de enorme y fascinante complejidad, pero baste decir que las conclusiones de la película pueden ser vistas como glorificación del suburbio estadunidense. Una glorificación que algo tiene de tramposa, cuando lo último que dice el narrador es: The choice is yours. ¿De verdad, las masas empobrecidas de las ciudades pueden elegir mudarse a los suburbios?

Es para esta película que Aaron Copland (1900-1990) compuso una de sus mejores partituras cinematográficas. En las primeras secuencias del filme, la música de Copland transita por los gestos de la música country que se encuentran en obras suyas como Rodeo, Billy the Kid y Primavera en los Apalaches, mientras a medida que la narrativa progresa la partitura adquiere los perfiles duros y abstractos de las músicas más urbanas del compositor, siendo referencia indispensable esa pequeña joya que es Quiet City (1939), creada para la obra teatral homónima de Irwin Shaw y redactada para trompeta, corno inglés y cuerdas. En la partitura para La ciudad se escuchan distintas iteraciones expresivas de la trompeta, irónica aquí, nostálgica allá, heroica en otros lugares.

Como en el caso de Redes y los otros dos documentales arriba mencionados, el nuevo soundtrack para The City ha sido grabado por Ángel Gil-Ordóñez al frente del Ensamble Post-Clásico, y el resultado es del mismo alto nivel técnico y expresivo que en aquellos filmes. Y este devedé (del sello Naxos) contiene, también, la pista musical original para que el diletante pueda hacer las comparaciones de rigor. En los 10 años subsecuentes a su música para La ciudad, Copland habría de obtener tres nominaciones y un premio Óscar, éste por su partitura para La heredera (William Wyler, 1948).