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Chick Corea Plays
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▲ Chick Corea en la edición de 2018 del Festival Internacional de Jazz Kongsberg, en Noruega.Foto Wiki Commons
 
Periódico La Jornada
Sábado 19 de septiembre de 2020, p. a12

Mozart amaba jugar: con las palabras y con las notas musicales. Su compañera de juegos era Constanza, su esposa. Eran espíritus libres, grandes aficionados al juego y poseedores de una mesa de billar en casa. Además de jugar con Constanza, también lo hacía con su hermana, Nannerl y con sus amigos; jugaba a los dados y compuso partituras como resultado del azar, de las combinaciones numéricas que estos ofrecían al ser arrojados. Quien conoce a Mozart sabe de su amor por el juego. Y si ese conocedor es uno de sus intérpretes, estamos frente a uno de los mejores músicos mozartianos: señoras y señores, con ustedes Armando Corea, mejor conocido como Chick Corea. Chicoría, para los amigos, pues también nos gusta jugar, como Volfi Mozart, con las palabras, con la música y sobre todo con la música de Mozart, el mejor de los juguetes.

El nuevo disco de Chick Corea se titula Plays, y su contenido acusa juegos a mares.

No se llama Play porque ya en 1992 había titulado un disco con ese nombre, así que ahora, como buen jugador, solamente añadió una ese para seguir en el juego.

Play significa tocar un instrumento y al mismo tiempo significa jugar.

Mozart es el compositor que mejor entendió el concepto cultural, filosófico y humano del juego, del jugar. De hecho, hubo una época en que muchos bienintencionados intentaban halagar a los demás y les ponían Eine Kleine Nachtmusik y decían que era Una pequeña serenata nocturna, cuando la palabra serenata no aparece por ningún lado en el original en alemán. Eso era lo de menos; el problema es que se referían a la alegría, el candor, el juego y demás propiedades nutritivas de la música de Volfi, e incurrían en el catastrófico epíteto infantil, pero quitándole todas sus virtudes: la libertad, la inteligencia, la sonrisa plena y, cargando los dados, válgase la jugada, digo la expresión, deslizaban el sentido peyorativo que muchos suelen dar a esa palabra (no seas infantil, esa es una infantilada…).

Ser niño es lo máximo. Mozart lo fue durante 35 años. Muchos lo intentamos todos los días. Porque ser niño es ser inteligente, brillante, luminoso, libre, feliz.

A sus 75 años, don Armando Anthony Corea, Chicoría, es feliz. Esa es la razón por la cual entiende a la perfección a Mozart y es, en consecuencia, uno de sus mejores intérpretes, en el mar de extraordinarios músicos mozartianos.

Su nuevo disco, Plays, está dedicado no sólo a Mozart sino a muchos compositores, todos ellos sus favoritos, pero la pieza inicial de este disco doble es tan, pero tan buena, que vale por todo el álbum: una lectura maravillosa del segundo movimiento, Adagio, de la Sonata Doce de Mozart. Es de lo mejor que se ha grabado de Mozart en muchos, muchísimos años.

Mozart es uno de los amores mayores de Chicoría. Recomiendo ahora y aquí un disco imprescindible: The Mozart Sessions, que grabó en 1996 con otro experto en juego y en Mozart: Bobby McFerrin, quien a su vez emite algunos de los mejores pasajes mozartianos de la historia, todos ellos propios del arte de la improvisación, especialidad también de Robot McFerrin, como gusta en llamarse a sí mismo en broma don Bobby.

En ese disco imprescindible, The Mozart Sessions, Chick Corea interpreta las partes solistas de los Conciertos 20 y 23 de Mozart, mientras Bobby McFerrin empuña la batuta al frente de la Saint Paul Chamber Orchestra y, antes de comenzar cada uno de los dos conciertos, hace sonar la orquesta que anida en su garganta: emisiones en el más puro tono contratenor con el espíritu mozartiano a todo aliento y amor.

Ellos dos, precisamente, don Chicoría y don Bobby, son los autores del disco Play, que publicaron en 1992 y que conjunta los otros rasgos distintivos de toda la música de Chick Corea: su amor por el espíritu de la música española, en particular el flamenco, pero no el quejío, sino el arrebato; su inconfundible toque latino, con su sello de la casa, el tema omnipresente de su pieza Armando’s Rhumba; su tono siempre festivo, transparente, animado; su afición por el bossa nova, en particular por la música de su tocayo Antonio Carlos Jobim y, al final, pero no a lo último: su pasión, su amor por el juego.

Un ejemplo parecido es el maestro Dostoievski, quien volcó su pasión lúdica en su magistral novela El jugador, escrita como un juego: en tiempo récord, pues se trató de un reto; es decir, de un encargo.

Chick Corea es de los pocos músicos de quienes basta escuchar un compás, dos a lo mucho, para saber qué es lo que está sonando, sin necesidad de ver la portada del disco. Eso sucede cuando escuchamos el nuevo disco, Plays: desde la primera nota sabemos que es Chick Corea quien está al piano.

En dos cidís compila sus pasiones, en hilera: comienza con Mozart y, mediante un juego fascinante, metamorfosea las solfas de Volfi en, transición sutil, una obra de George Gershwin.

Acostumbrado a ofrecer conciertos a piano solo, don Chicoría ama platicar con el público y, antes de comenzar, afina a los circunstantes y así comienzan todos a tener a lot of fun, característica de la música de Chick Corea. Sus fans lo reconocen de inmediato. Sus conciertos son como la hora del recreo y saboreamos ricos elotes con crema y chilito piquín: elot of fan.

En su nuevo disco ofrece fragmentos de conciertos que dio en Europa y pone dos ejemplos de las ocasiones en que asume el riesgo de subir a alguien del público, un espontáneo, a sentarse junto a él, en el mismo banco frente al piano e improvisar. Tuvo suerte, en los dos casos resultaron ser músicos profesionales y todos tuvieron su dosis de diversión.

Este nuevo disco, Plays, hace juego de espejos con por lo menos cuatro álbumes anteriores: los mencionados Play, The Mozart Sessions y otros dos: Children’s Songs, de 1984, y Portraits, de 2014, donde desarrolla el concepto que también expone en este nuevo disco: subir al escenario a alguien de entre el público y, con su consentimiento, elaborar un Retrato de esa persona, quien asentirá con la cabeza o negará si el resultado es acorde o no con su fisonomía.

Otros dos momentos fascinantes de este disco es cuando hace sonar a Scarlatti como si estuviera presente en la sala, con todo y su peluca empolvada en blanco y sus lunares postizos y su sonrisa. El otro momento: cuando trae a escena a ese oso con birrete (Julio Cortázar dixit) que es Thelonious Monk, con tres de sus monumentos: Pannonica, Trinkle Tinkle y Blue Monk.

Otro capítulo de fascinación: cuando trae al proscenio el espíritu de su carnal Paco de Lucía.

La segunda parte de este álbum es un juego en serio; es decir, niños jugando: 12 piezas de su álbum Children’s Songs, donde evoca, por supuesto, a Claude Debussy (la suite El rincón de los niños), Bela Bartok (su serie Mikrokosmos) en una hilvanación de risas, sonrisas, saltos, brincos, maromas, bromas, inteligencia y fulgor.

He aquí un nuevo álbum imprescindible, Plays. He aquí a un clásico de la música seria, inteligente, lúdica, espectacular; es decir, música para niños: nosotros.

He aquí al gran maestro Chicoría.

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