Opinión
Ver día anteriorLunes 14 de septiembre de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Panorama incierto en Bielorrusia
L

as repetidas y multitudinarias manifestaciones organizadas en Bielorrusia para repudiar al gobierno de Aleksandr Lukashenko, así como la intransigente respuesta de éste ante la inconformidad ciudadana, parecen conducir a la ex república soviética a una confrontación de magnitud impredecible.

La gestión del primer mandatario –y en especial su relección concretada el 9 de agosto pasado, avalada por la Comisión Electoral Central de su país y calificada de fraudulenta por diversos sectores políticos y sociales del mismo– se ha vuelto, de manera paulatina, más dura y menos permeable a una críti-ca que, a su vez, se vuelve más rigurosa a medida que Lukashenko sigue acumulando periodos gubernamentales (el actual es el sexto) sin ninguna intención de abandonar el poder.

La nueva victoria electoral del historiador y político fue de inmediato puesta en duda por gran parte de la población bielorrusa, en especial por la avasalladora proporción que le atribuyó la autoridad comicial: 80.23 por ciento de los votos emitidos. Dado que las muestras de inconformidad con el gobierno venían de tiempo atrás, dentro y fuera de la república a la gente le resultó difícil compatibilizar el volumen de las protestas con un porcentaje de popularidad tan elevado. La respuesta a la incógnita fue previsible: fraude.

Eso fue precisamente lo que adujo Svetlana Tijanovskaya, principal candidata de oposición al presidente en los comicios de agosto. La acusación, sin embargo, no ha sido probada ni aprobada por unas instituciones electorales y de justicia nada proclives a admitir críticas o cuestionamientos.

Esa falta de flexibilidad ha sido, precisamente, la que ha determinado la caída del apoyo que Lukashenko alcanzó allá por 1994, cuando ganó sus primeras elecciones con un programa de gobierno que prometía elevar los índices de crecimiento económico del país y crear gran cantidad de empleos, conservando el principio de equitativa distribución de la riqueza y mostrándose favorable a negociar con Europa sin romper del todo los tradicionales lazos que sus compatriotas (y él mismo) mantenían con Rusia.

No es que el presidente se haya quedado sin sustento interno; sus planes de ayuda social y el grado de desarrollo logrado en sus primeros mandatos lo proveen de una pla-taforma de apoyo basada, sobre todo en los operarios de las grandes fábricas estatales, aun cuando muchos trabajadores de éstas llamaron a una huelga para impugnar la relección.

No obstante, el rigor con que su administración de gobierno responde a cualquier crítica o propuesta de cambio, trasladado desde el ámbito político al social, ha terminado por cansar a muchos bielorrusos, en especial los jóvenes, que no se sienten emocionalmente tan ligados a la ex Unión Soviética y a su dirigencia actual, que tras felicitar a Lukashenko por su triunfo de agosto se declaró confiada en que el problema planteado por los inconformes encontraría una pronta resolución.

No es un escenario probable, sin embargo, tomando en cuenta que en cada protesta los ánimos suben de temperatura. El sábado pasado, por ejemplo, una manifestación de mujeres fue disuelta por la policía antidisturbios, que según defensores de los derechos humanos apresó por lo menos a una treintena de ellas, cuando reclamaban la libertad de una opositora detenida por resistirse a ser expulsada del país.