Opinión
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Memoria 1933-1966
E

n las tertulias del grupo Orión comencé a tratar a Luis Prieto, que durante los años de universidad fue mi amigo más próximo. En su compañía desaparecía el sentimiento de insatisfacción que la realidad me producía. Luis tenía llaves fabulosas para introducir en la vida cotidiana esferas de irrealidad, a veces de pesadilla. Con él podía acontecer siempre lo más imprevisto. Ir a una pastelería y que el pastelero enloqueciera y empezara a arrojar harina a los clientes.

Ya en aquel entonces conocía a la gente más extravagante de la ciudad. Un verdadero museo compuesto por teósofos, espiritistas, eruditos, excéntricos de la más variada calaña, casi todos los extranjeros. Los fenómenos humanos más apartados del común denominador racional no los he conocido en el constante viajar de los últimos años, sino entonces, en las visitas a las que lo acompañaba. Y no era cuestión de buscar con lupa a aquella gente, sino que le aparecía de improviso. Recuerdo que una vez caminábamos por las calles de Cinco de Mayo. De pronto, nos detuvo un esperpento: una mujer gigantesca, vestida de negro muy elegantemente, pero con un traje pasado de moda unos cincuenta años. Llevaba un enorme sombrero cubierto de plumas negras.

Estaba muy agitada, nos preguntó por una calle cuyo nombre sólo habíamos visto citar en las novelas prerrevolucionarias, pero que desde hace muchísimo tiempo se llamaba de otra manera. Lo asombroso es que esas cosas suceden en México y nadie las advierte; a nadie, por ejemplo, aquel día, en aquella populosa calle le parecía extraño ese fantasmón. Sencillamente porque era natural; si la mujer se hubiera ex profeso disfrazado con un traje de 1910 todo el mundo habría reparado en ella, se hubiera pensado que anunciaba una película de época o la Lotería Nacional y se le hubiera formado en torno un corro de espectadores. Luis le preguntó por qué estaba nerviosa y ella repuso que porque no lograba dar con la calle en que vivía el Cebollón, él era el único que le podría dar noticias sobre el golpe de Estado.

Lo que El Imparcial anunciaba era demasiado terrible. La vida de Madero, y no sólo la suya, las de muchas otras personas, corrían peligro. Luis, muy serio, le replicó que era mejor que se viniera a tomar con nosotros un café y que no se acercara a la casa del Cebollón, porque con toda seguridad estaría sitiada. Habían emprendido una razzia contra los masones. La mujer se quedó pensativa unos instantes, luego se sacó una enorme aguja con que se sujetaba el sombrero al peinado y arremetió contra Luis.

–¡Ya veo que también tú te pasaste al bando de los traidores!

Tuvimos que salir a la carrera. La mujer había entrado en una fase agresiva.

Cosas como ésas no eran esporádicas. La vida era una constante y genial vacilada, donde todo se agitaba: locura, muerte, risa, religión, ideologías.

*Pasaje del libro Memoria 1933-1966, de Sergio Pitol, editorial ERA (2011), pp. 41 a 44