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Un arado, un río
E

n 1936 y 1937, por encargo de diversas agencias gubernamentales estadunidenses, Pare Lorentz escribió y dirigió un par de filmes documentales que con el paso del tiempo se convertirían en clásicos del género: The Plow that Broke the Plains (El arado que abrió la llanura) y The River (El río). El primero de ellos, en el que participa el notable cinefotógrafo Paul Strand, es el retrato de los Great Plains de Estados Unidos, una enorme franja de tierra agreste que es (aparentemente) domada por el hombre y sometida a la sobrexplotación agrícola y ganadera, sobre todo para surtir a un mundo en guerra y hambriento de trigo, enormes cantidades de trigo. La tóxica y ambiciosa mano del hombre termina por arruinar la tierra; sobrevienen la erosión, las variaciones climáticas, el agotamiento del suelo, la sequía, la pobreza y la expulsión hacia nuevas tierras que explotar, nuevas tierras que arruinar.

El río, a su vez, representa una elegante analogía conceptual con El arado que abrió la llanura. Ahora se trata de la enorme, fértil y riquísima cuenca del Misisipi y de los fenómenos de explotación, producción y comercio que ocurren en su entorno. Algodón, madera, carbón, acero, todo ello en cantidades industriales, producen un auge monumental y la consecuente cuota de codicia y de capitalismo salvaje. La historia de este singular río se plantea inicialmente en la era de la esclavitud y la guerra civil, y avanza hasta su conclusión inexorable: el exceso de extractivismo termina por cumplir el ciclo fatal, y después de la bonanza vienen la erosión, la destrucción, la secuela de inundaciones y desastres, la tierra vuelta estéril e inservible y decenas, si no es que cientos de miles de nuevos pobres. El paliativo: domar al Misisipi con una buena cantidad de presas y diques que permitan continuar con la expoliación.

La esencia de ambos documentales se enmarca en el contexto del New Deal, es decir, la política del presidente Franklin D. Roosevelt para reactivar a cualquier costo la economía de Estados Unidos, devastada por la implosión financiera y bursátil de 1929. En el entendido de que ambos filmes resultaron de encargos gubernamentales, destaca en ellos una interesante vertiente crítica, que alcanza incluso cotas poéticas tanto en la narración como en la imaginería. Por ejemplo, esta frase incluida en los títulos iniciales de El arado: Para 1880, habíamos acabado con los indios, y también con los búfalos.

Y ahora, el dato musical puntual: ambas películas ostentan soundtracks ya clásicos, obra de la pluma del compositor y crítico estadunidense Virgil Thomson (1896-1989), bandas sonoras que podían ser apreciadas malamente en las versiones originales de los filmes. Hoy ya es posible ver y escuchar estos dos importantes documentales con sus respectivas músicas renovadas. Gracias a que no hay en ellos ni voces a cuadro ni sonidos sincrónicos, ha sido posible grabar nuevas narraciones (con los textos originales) y nuevos soundtracks. El responsable de la música es Ángel Gil-Ordóñez, quien al frente del Ensamble Posclásico hace una lectura poderosa y expresiva de ambas partituras de Thomson, resaltando con sutileza y eficacia las curvas narrativas y dramáticas de las películas de Lorentz. De interés particular en el visionado de estas renovaciones musicales es el perfil rural/popular de muchas de las piezas de Thomson para El arado que abrió la llanura, un perfil que si complementa cabalmente el tema y el concepto del filme, es igualmente adecuado para un estilo visual que contiene numerosas referencias a la iconografía del western clásico.

Además del evidente valor histórico, fílmico y musical del devedé (del sello Naxos) que contiene ambos documentales de Pare Lorentz, el rubro de extras contiene testimonios y entrevistas de especialistas sobre los filmes, su contexto y su música y, de modo importante, las versiones originales de El arado que abrió la llanura y El río, que el cinéfilo/melómano acucioso puede comparar con las nuevas; el ejercicio es realmente instructivo y muy recomendable. Como complemento, va el dato de que el mismo sello Naxos lanzó un cedé con la primera grabación de ambos soundtracks completos, en las sólidas y expresivas interpretaciones del Ensamble Posclásico y Ángel Gil-Ordóñez.