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Reparar
L

a pregunta relevante es por dónde empezamos. No es que se haya dañado una pieza fácilmente sustituible, menos que la pieza dañada no se encuentre en el mercado. Ojalá sólo fuera que la máquina estuviera completamente deteriorada. Realmente se han dañado los mecanismos que permitían que la máquina funcionara.

La confianza. Uno de estos dos mecanismos es la dotación mínima de confianza entre los ciudadanos y sus gobiernos y entre los ciudadanos mismos, que constituye el lubricante para que la maquinaria funcione. Diversas encuestas y análisis de opinión constatan la baja confianza ciudadana y en continua caída con respecto a casi todas las instituciones en al menos los últimos 10 años.

La intermediación. El otro tipo de mecanismo es el que desempeña la función de agregación de intereses, a través de la cual se expresan demandas y propuestas. Nuestro país transitó de un régimen autoritario con inclusión desigual a partir de mecanismos corporativos de representación a otro en donde esa intermediación política recayó en el sistema de partidos.

Cuchos y chuecos. El hecho es que ambas formas de intermediación están severamente dañadas. Una, porque el corporativismo se fragmentó y perdió en mucho su capacidad para influir en las decisiones políticas. Otra, porque generó un sistema de partidos sustentado en vetos cruzados y pactos de colusión. El daño mayor es que estos mecanismos de intermediación agregan menos intereses en la medida en que se vuelven excluyentes y son incapaces de detectar los humores sociales. La máquina camina sin rumbo. Muchos aplaudimos que en el Congreso se llegara a un consenso en el nombramiento de los cuatro nuevos consejeros electorales. Se fortalece el INE. Ahora sólo faltan los partidos.

Partidos fragmentados. El PRI, aplastado por la carga de la corrupción pasada, no logra encontrar un camino que lo reivindique. El discurso del nacionalismo revolucionario fue desdeñado adentro y expropiado afuera. Pero la confianza en que era el ganador en las elecciones está hecha añicos. Así no tiene futuro. El PAN ha sufrido fuertes divisiones internas y una maniobra devastadora dirigida por Anaya, quien apoderándose del partido lo llevó a uno de los peores resultados electorales. La sombra de la corrupción abolla la principal marca de la casa, con la que presumieron mucho tiempo ante los electores: somos gente honesta. El PRD, con la enorme sangría de miembros y militantes que emigraron a Morena, se quedó suspendido en el espacio. Su aterrizaje será desastroso. Morena es un caso interesante. Se diría que es el partido en el gobierno, si es que fuera partido. Se diría que encabeza las mejores causas y movilizaciones sociales, si es que fuera un movimiento. Pero ni fu ni fa. El gobierno lo dirige, anima, define, convoca e impulsa el Presidente de la República. Los movimientos sociales, como el de mujeres a principios de marzo, han sido el resultado de una lenta conformación de colectivos que convergen a partir de hechos dramáticos –los feminicidios–, que incentivan las movilizaciones. Además de resolver sus problemas internos que quizás encuentren salida en proceso electivo próximo, Morena tiene un reto mucho mayor. En la Cuarta Transformación, ¿dónde está su espacio discursivo y su dispositivo político?

¿Cómo avanzar? Refutar los fundamentos de elaboraciones que justifican la injusticia existente requiere cultivar el tronco común de la acción solidaria. En dos ámbitos al menos existe coincidencia pública: ampliar el sistema de salud pública; generalizar las transferencias directas como compensación a la mayor parte de la gente que requiere un impulso para avanzar en la reactivación.

Reparar la maquinaria requiere deliberación pública, no soliloquios, no mentalidad de fortaleza sitiada. Pero tampoco ceguera que se niega a entender que las cosas sí cambiaron con las elecciones de 2018.

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