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El estante de lo insólito

La banda del automóvil gris. El crimen tiene compadre.

Foto
Foto Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

“Dicen que todos salieron
de la cárcel de Belén
y que roban las casas
por encargo de la ley.
Y andan estos rateros
en un automóvil gris
robando tanto dinero
y joyas hay que decir”.
Corrido de La banda del automóvil gris (Anónimo).

S

ubrayando en los propios créditos que los hechos narrados en la película son RIGUROSAMENTE AUTÉNTICOS, el largometraje de Enrique Rosas Priego El automóvil gris (1919), se inicia con el juramento de los miembros de la banda, aseverando que estarán unidos ante el peligro. Después se les ve operar impunemente con lo que sería su sello: ataviados con trajes oficiales. Eso les permitía adentrarse en propiedades, pasar frente a policías y desplazarse tranquilamente para cometer sus crímenes. Es ficción, pero es verdad. Ubicando el relato en 1915, los sucesos de la cinta fueron parte de la vida real. Ágil y crudo para su tiempo, el filme es crónica, denuncia y espectáculo con morbo de nota roja; detrás de cámaras, también es memoria de lo que se cuenta y lo que se oculta.

La investigación infiltrada

Todo lo hecho por La banda del automóvil gris figura como caso de estudio en investigación policial, crónicas periodísticas, análisis criminológico, etcétera. El móvil era el mismo: se presentaban con atuendos y papeles del Ejército en un domicilio de gente acomodada, regularmente con el pretexto de una denuncia. Decían buscar municiones mal habidas o algo comprometedor, para terminar arrasando con dinero, joyas y hasta cubertería de plata. Los asaltados eran amenazados, golpeados o asesinados, según fuera el caso.

Sin duda, lo que ocurrió con la banda permite tener una idea muy concreta de lo que sucedía en esos tiempos de convulsión mayor en el país, aún en desarrollo revolucionario, con la capital tomada un día por unos y otro día por otros, con un pueblo confundido que atestiguaba el andar del presidente en turno, y después batía palmas para Zapata y Villa cruzando sus calles. Corrupción de autoridades, manejos políticos ominosos, extranjeros en colusión y toma de decisiones, inseguridad en todas partes… y una aparente calma sin teatros suspendidos, aunque pronto el hambre haría que incluso dejaran de existir los perros callejeros. Todo esa historia permeó en buena medida durante los asaltos y asesinatos que cometieron los miembros de la banda (difieren demasiado las versiones en torno al color y marca exactos del auto, pero se le quedó el gris), tan es así, que al caso se le ha tildado como: La leyenda negra de la Revolución.

Lo que es un hecho es que la investigación, con suma de denuncias, testigos y características de los rufianes, tendría que haberse resuelto con otra celeridad. El único modo de que fueran tan exitosos es que alguien los apoyara desde adentro de la ley. El mítico caso fue bien documentado por Agustín Sánchez González en su libro La banda del automóvil gris (Ediciones B, 2007).

En la película está (casi) todo

La cinta muestra tomas amplias de la Ciudad de México (particularmente el Centro Histórico, aunque también se aprecian mercados, palenque gallero, colonias populares, avenidas con tranvía al paso, y hasta el centro de Puebla), con buenos emplazamientos (la fotografía es del propio director Enrique Rosas Priego) y no mala dinámica en los movimientos de la banda entre balaceras y persecuciones. El líder villano era el español Higinio Granda (Juan Canal de Homs, impecable como criminal de fina estampa y terribles modos), quien tuvo una vida de ajetreos como filibustero sin barco. Explotaba mujeres y, al menos en una veintena de ocasiones, fue recluido en la cárcel de Belén, de la que huyó varias veces y hasta echando bala. A Granda le secundaba Francisco Oviedo, que dirigió por momentos una simultánea división de la banda.

El estreno de la película causó un impacto demoledor, con récord de 19 exhibiciones para una sola jornada, lo que reunió más de 40 mil espectadores. Con escenas muy fuertes, como la persecución y disparo letal contra un niño testigo de un atraco, la sugerencia de una violación y en especial un acto de tortura, cuando cuelgan de los dedos a don Vicente González (Joaquín Coss) para que revelara dónde tenía el dinero. Don Vicente se fue a alistar a la policía buscando cobrar la afrenta por sí mismo. Otro personaje auténtico que fue asaltado, lo que causó un enfado mayor en la sociedad, fue el filántropo Gabriel Mancera (interpretado por Antonio Galé). La cinta presenta las buenas y valientes diligencias del inspector (Juan Manuel Cabrera), quien consumaría los arrestos de acuerdo con el parte oficial, aunque existe una enorme variedad de versiones, incluyendo la que señala el secuestro de la francesa Alicia Thomas como lo que verdaderamente definió la búsqueda y captura de los delincuentes. De hecho, se atribuye a la banda haber cometido los primeros secuestros del país. A la banda que lideraba Pedro Armendáriz en la estupenda Las abandonadas (Emilio Indio Fernández, 1944), se le acusaba de actuar “en complicidad con La banda del automóvil gris”.

Las fechorías funcionaron porque contaban con papelería oficial, con firmas y sellos correspondientes que amparaban sus supuestas diligencias de cateo o arresto, lo que los autorizó a desvalijar familias pudientes de la época. Este aspecto de las órdenes con matasellos sí se ve en la película, pero planteando que esa documentación la roba el líder Higinio Granda en colusión con un solo agente policiaco. Establecerlo de otro modo implicaría que alguna autoridad mayor tuvo que ver con las felonías. No decirlo o al menos insinuarlo es, bajo cualquier análisis, una forma de callar el hecho.

Una cosa terrible acompaña esa omisión: la productora Azteca Films Mundiales fue fundada por el realizador Enrique Rosas Priego, la actriz Mimí Derba (gran pionera del cine y primera mujer en sentarse en la silla de director en México) y ¡el político Pablo González!; el mismo que preparó la traición y arresto de Emiliano Zapata. Su buen resultado para terminar con el Caudillo del Sur, perfiló a González, como un candidato a la Presidencia. De hecho, la cinta se estrenó el mismo día que Pablo González presentó su candidatura, aunque fracasaría ante Álvaro Obregón. La producción de la cinta y la presencia del político en una puesta en escena sobre el mismo caso pretendieron probar que él no había tenido que ver con los malhechores, un rumor de gran fundamento en aquel tiempo. El propio González firmó la orden de fusilamiento de los delincuentes que habían sido aprehendidos, pero de última hora permitió que se dispensara a cuatro hombres que podrían dar información.

En el fusilamiento no estuvo el líder Granda, quien sería capturado el 7 de septiembre de 1916. Otras versiones afirman que falleció enfermo, ya mayor, y en total libertad. Los miembros de la banda que no fueron fusilados murieron por diferentes causas (vía envenenamientos, puñaladas en la cárcel y más) en 1918 y el propio inicio de 1919, el año del estreno de la película.

El epílogo cinematográfico ofrece una de las escenas más crudas que haya contenido nunca el cine: el fusilamiento de miembros de la banda. A diferencia del resto del metraje hecho con actores, se trata de la auténtica filmación de Enrique Rosas Priego de la ejecución de maleantes, realizada el 20 de diciembre de 1915 en la Escuela de Tiro de San Lázaro. Se dice que nadie más pudo autorizar una cámara de cine para registrar el suceso que el propio Pablo González. La filmación muestra a nueve hombres resignados a su suerte. Tras la metralla, se observa incluso cómo reciben el tiro de gracia. Antes de la secuencia del fusilamiento, un letrero advertía lo siguiente: La escena del fusilamiento, a su natural horror, reúne su autenticidad. Con su absoluto realismo, hemos querido demostrar cuál es el único fin que espera al delincuente. Rosas Priego fue documentalista antes de incursionar en la ficción.

La película fue estrenada el 11 de diciembre de 1919, con una estructura de exhibición en tres actos (anunciados como Jornadas 1, 2 y 3) que se subdividía en 36 breves episodios. La versión sonora de la cinta se produjo en 1933, apareciendo ya el crédito de Enrique Rosas con las siglas QEPD (es decir, que en paz descanse). Para esa versión se eliminaron los letreros que explicaban los diálogos, así como la división episódica. En los años 50 la película volvió a mezclarse, con buenas voces de diferentes actores (entre ellos Carlos Agosti) y con narración impecable de Víctor Alcocer, quien también hacía voces de personajes. Saldría una última versión en 2010 remasterizada por la Filmoteca de la UNAM, anexando un ensayo de Federico Dávalos Orozco. Un detalle final: los archivos de la banda no existen, fueron destruidos.