Opinión
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El derrumbe de la lealtad por contubernio
¿P

or qué Lozoya lanza acusaciones contra tres ex presidentes y una parte estratégica de la clase política mexicana?

El monopolio indolente. A partir del modelo de Albert Hirschman podríamos caracterizar a la élite gobernante, hasta antes de 1997, como una en la cual la voz estaba administrada por diversos escalones jerárquicos, la salida tenía un precio muy alto y la lealtad se constituía en el engranaje que posponía la voz y bloqueaba la salida. La élite gobernante funcionó, dada la ausencia de competencia electoral, como un monopolio indolente. La lealtad tenía elementos ideológicos ligados con la matriz fundadora de la Revolución Mexicana. Pero sobre todo, gracias a cierto grado de estabilidad, se había podido construir una lealtad por contubernio reforzada por la impunidad que disuadía comportamientos cívicos, alentaba el oportunismo y proporcionaba garantías a los aliados para que siguieran siendo aliados. El precio de entrada era sumamente alto, es decir, requería carrera política, en donde el elemento disciplina era vital, junto con el adiestramiento, en una determinada parafernalia para gobernar. Por otro lado, la salida contenía penas muy severas, dado que se trataba de un ejercicio monopólico de poder y, en consecuencia, con una presencia débil de élites alternativas. Aun así, para los miembros más exigentes, la alternativa era salirse hacia alguno de los partidos satélites –lo cual les permitía un limitado pero cierto acceso al poder– o bien hacia un servicio de mejor calidad, por ejemplo, el servicio exterior, pero de alto precio: no participar por cierto tiempo en política doméstica.

La escisión de las élites políticas. Con la salida de la Corriente Democrática del Partido Revolucionario Institucional se generó un espacio de competencia electoral que redujo los costos de la salida. Además, los procesos de desagregación y descomposición de la coalición gobernante generaron un espacio político-corporativo, es decir, en el ámbito de las reivindicaciones sociales, proclive a la deslealtad, porque el precio que se pagaba era sumamente bajo en el ámbito electoral cuando aumentó la competencia. Así, algunos actores corporativos se comportaron como un gorrón, aprovechando la incipiente competencia electoral para amenazar con la salida para obtener ventajas corporativas. En el límite, como en el caso del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, se salió del arreglo priísta tradicional, sin perder ni influencia en las políticas públicas ni cierto espacio electoral.

El lubricante que mueve la maquinaria. La transición llevó a un régimen especial centrado en los tres partidos principales. Mientras el centro se desmoronaba, el país se fragmentaba y la sociedad se empobrecía; los tres partidos se peleaban por lo que quedaba del Estado. Buscaban elecciones plebiscitarias y, por ello, sus acuerdos políticos eran de corta duración. Desde las elecciones de 2006, para algunas élites económicas, resultó claro que sólo aliados los tres partidos evitarían el encumbramiento del movimiento obradorista. De ahí el Pacto por México. Para hacerlo sólido ante las presiones de dentro y fuera de los tres partidos, lo lubricaron con cantidades sorprendentes de recursos y canonjías.

Voilà, Lozoya.

Martin Scorsese comentó sobre su película Departed: Me gustó el juego sicológico de los personajes enfrentados a un ciclo en el que se suceden confianza y traición, confianza y traición. Este mecanismo perverso de la confianza continuamente defraudada crea un mundo de absoluta ambigüedad moral, una especie de zona cero de la ética.

O bien podríamos terminar con los célebres versos de Yeats:

“Todo se desmorona; el centro cede;
la anarquía se abate sobre el mundo,
se suelta la marea de la sangre, y por doquier
se anega el ritual de la inocencia;
los mejores no tienen convicción, y los peores
rebosan de febril intensidad”.

Sólo que en este caso corrijo: los mejores sí tienen fuertes convicciones. Se verá.

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