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El estante de lo insólito

Rosario Castellanos. La rebelde inteligencia

Estoy aquí, sentada, con todas mi palabras // como con una cesta de fruta verde, intactas.
Rosario Castellanos. Estoy aquí sentada...

N

ació en la Ciudad de México en 1925, pero se sintió chiapaneca al crecer en Comitán y San Cristóbal de las Casas, donde tuvo la precocidad para darse cuenta de cosas que a los demás les seguían de largo, como la convivencia con desventaja de los indígenas o la posición sometida de las mujeres. De una inquietud y rapidez de pensamiento que incomodaba a los mayores de su casa, encontró en su educación el lugar anhelado para pensar mejor. Se hizo poeta, periodista, ensayista, dramaturga, cuentista y novelista. Fue liberal y fue académica; fue rebelde de vida y diplomática profesional. Fue una de las más brillantes escritoras mexicanas. Fue, pero sigue siendo, Rosario Castellanos.

Trayectoria del polvo

La poesía fue el primer paso de su cuerpo expresivo, y apenas a los 25 años publicó su libro de poemas Trayectoria del polvo. Es un pronunciamiento, la claridad de su futuro, la vida para escribir. En el relato de largo aliento, la novela, entregó dos piezas magistrales: Balun Canán (1957) y Oficio de tinieblas (1962). En ambas permea Chiapas, el indigenismo, la complejidad entramada de una sociedad interesante, apasionada y compleja, pero siempre incompleta, donde las miserias de la gente del campo, especialmente las etnias, están a un paso de la rebelión. Rosario negó siempre hacer con ello literatura indigenista, en términos de tesis, de discurso, sino como un ejercicio estético complejo, que podía tener la fuerza política, pero alcanzaba la estatura humana de las obras con que daba cátedra, como los clásicos giregos, Proust o Balzac.

De gran ironía y refinado humor, Rosario tuvo vínculo con una generación brillante de literatos, periodistas y dramaturgos, como Emilio Carballido (quien la impulso a escribir Balún Canán, conociendo las vivencias de su infancia), Sergio Galindo, Jaime Sabines o Dolores Castro, su gran amiga, también poeta, y con quien viajaría para hacer posgrado en España. La escritora estuvo siempre preocupada por la atención digna a las comunidades originarias, para lo que trabajó en el Instituto Nacional Indigenista, donde gestó una importante labor social que incluía conciencia cultural, educación y salud para las comunidades de las distintas regiones del país.

También aportó dos piezas al teatro: El eterno femenino y Tablero de damas. Los libros de cuentos Ciudad Real (1960), Los convidados de agosto (1964) y Álbum de familia (1971), donde se refirió al matrimonio como el ayuntamiento de dos bestias carnívoras de especie diferente, que de pronto se hayan encerradas en la misma jaula. Mujer que sabe latín… (1973) es el gran compendio de sus ensayos periodísticos; un título que marca también una postura: la mujer que sabe latín es la mujer preparada, la que no está para subordinarse al marido.

La cultura femenina de una mente veloz

Rosario cuestionó la organización social, ejecutiva y cultural en que la mujer era siempre relegada. Su tesis doctoral ahondó sobre eso; hizo investigación a fondo sobre las condiciones, procesos, sinrazones, mitos y fenomenologías que hacían de la mujer, particularmente la mujer mexicana, un ser que no era considerado a la altura de su fuerza y capacidad. De esa indagación profusa, surgieron muchos pensamientos que están en toda su obra, con exposición precisa en Declaración de fe: reflexiones sobre la situación de la mujer en México (1997), donde hace la segmentación capitular de la mujer mexicana en la historia. Castellanos hace observaciones que sacuden al lector para revisar ritos, concepciones religiosas o hechos de transformación económica que demarcan su asignación social en las distintas épocas.

La autora se ganó fama como mujer de una inteligencia que podía resultar intimidante. El escritor Jorge Ibargüengoitia lo expresó del siguiente modo:

“Yo, a esta mujer –le dije a nuestra amiga común– no puedo tratarla más que en pequeñas dosis, porque me fatiga. Piensa demasiado rápido”. ( Un recuerdo de Rosario Castellanos; Excélsior, 13/8/74):

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Foto Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

Esa misma fuerza le complicó las amistades y los romances. No hubo para ella la idea de las parejas eternas. Tanto como el indigenismo, el mestizaje, lo femenino, lo cultural o lo poético, en su obra reina también el desamparo del corazón. Así fue la vida propia y su matrimonio con Ricardo Guerra, filósofo mexicano de gran importancia, con quien tuvo a su hijo Gabriel, y cuya compañía nupcial perduró 13 años. La desigualdad vigente entre hombres y mujeres en el desarrollo doméstico y en el campo profesional fue lo que Rosario vivió en casa, con diferencias que fracturaron cualquier posibilidad de que la pareja siguiera. Guerra fue el gran amor de su vida, pero ella decidió no continuar. A él le escribió una famosa carta en que habla de un indígena ahorcado en la rueda de la fortuna. Es el resumen de lo que pasa entre indígenas y ladinos, las diferencias que no tienen concilio y de las que no pueden surgir ganadores, casi la alegoría anticipada de su vida conyugal.

Buscó siempre la conciliación entre el desarrollo intelectual y profesional. Su propósito era ser creadora, ser productiva y verse realizada, sin por ello tener que desgarrarse, pues decía que eso, el dolor, parecía el único camino de las mujeres como una decisión injusta: renunciar a la vida personal y familiar, para ser exitosa en la profesión. Lo intentó, pero tuvo que ser intelectual, escritora, antes que esposa.

Rito de iniciación

En su obra aparece y permanece también la muerte. Quizá como el eje que coronaba la tragedia familiar desde el deceso de su pequeño hermano. Fue el hecho que le descubrió la fragilidad de la vida, la crueldad con que puede ser vista la posición femenina, pues el dolor era inmenso por perder al varón, al heredero directo, al hombre que sería el orgullo, mientras ella, mujer, sólo estaba ahí. Lo fúnebre es circulatorio en lo cotidiano, pero lo hecho será memoria. En su poema Presencia, lo resume así: Nadie verá la destrucción. Ninguno / recogerá la página inconclusa. / Entre el puñado de actos / dispersos, aventados al azar, no habrá uno / al que pongan aparte como a perla preciosa. / Y, sin embargo, hermano, amante, hijo, / amigo, antepasado, / no hay soledad,, no hay muerte / aunque yo olvide y aunque yo me acabe.

En su novela posterior, Rito de iniciación, borrador recuperado de sus pertenencias cuando ella misma había determinado no publicarla (se editó en 1997), es un descubrimiento muy importante del estilo maduro y acabado que se aparta de la temática de sus novelas previas y coloca a su protagonista en otra modernidad, pero también con los mismos toques autobiográficos, los de quien tiene refugio sólo consigo misma, en su mente dotada y solitaria. Escribe Rosario: Los muchachos se apartaban de ella en los paseos y hacían el vacío a su alrededor en las fiestas. Así que el aislamiento o las amistades precarias arrojaron a Cecilia hasta una playa inhóspita de lecturas y quimeras. Allí soñaba con el amor mientras se decidía por el estudio; allí urdía aventuras sentimentales mientras preparaba lecciones.

Los adioses

La muy buena película Los adioses (Natalia Beristáin, 2018) interpreta la relación de Rosario (una brillante Karina Gidi, con Tessa Ia en su fase juvenil) con su esposo Ricardo Guerra (Pedro de Tavira y Daniel Giménez Cacho) en dos tiempos: la juventud y el rencuentro en la adultez. Con libertad creativa, pero con apego a su persona, es una estupenda aproximación para ver de cerca a la escritora y su luchas, personales y creativas. El 7 de agosto de 1974, Rosario Castellanos falleció en un accidente doméstico en Tel Aviv, cuando se desempeñaba como embajadora de México en Israel. Siguen sus letras y queda su Nostalgia: “Ahora estoy de regreso. / Llevé lo que la ola, para romperse, lleva / –sal, espuma y estruendo–. Y toqué con mis manos una criatura viva: el silencio. / Heme aquí suspirando / como el que ama y se acuerda y está lejos”.