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Aprender a morir

Remedios y enfermedades

E

l trastorno económico, laboral, sanitario, familiar, educativo, emocional y mediático impuesto para prevenir el contagio, cobra muchas más víctimas que la sobredimensionada pandemia, de discretísimas cifras comparadas con las de hace 100 años. Pandemias y demás, ¿despejan la mente y expanden la conciencia? Todo indica que no, habida cuenta de la gran cantidad de calamidades que a lo largo de la historia el ser humano ha tenido que enfrentar, resistir y superar sin que su percepción de sí mismo, de los demás y del mundo muestre mayor afinamiento, no se diga respeto por el planeta y aceptación tan lúcida como serena de nuestra condición de mortales, de nuestro paso fugaz por este plano, de nuestra impermanencia, no por evidente menos negada y temida.

Sentirnos ofendidos y ofender nos parece más elegante que asimilar y adoptar estrategias para estar con menos agobios durante el breve lapso que llamamos vida, y tratar de sentirnos importantes ante los demás nos ocupa la mayor parte de nuestro tiempo, que nunca alcanza para estar con nosotros mismos y aprender a dialogar honestamente con el testigo desconocido que llevamos dentro. Ésa es la epidemia invisible que nos procuramos y que nos consume –sobre todo de miedo–, mientras aturdidos por un ego torpe desperdiciamos nuestra mejor energía buscando tratamientos milagrosos, ineficaces o caros.

Una lectora comparte estas reflexiones: “Si sólo la desgracia te sensibiliza, entonces la desgracia será tu maestro. Si sólo ante la carencia puedes poner fin a tu arrogancia, entonces la carencia será tu maestro. Si sólo la enfermedad detiene una vida de abusos, entonces la enfermedad será tu maestro. Si sólo ante la tragedia puedes solidarizarte, entonces la tragedia será tu maestro. Pero cuando seas capaz de ser sensible, humilde, sencillo y solidario sin necesidad de vivir la desgracia, la carencia, la enfermedad y la tragedia, entonces serás el maestro de ti mismo. Una petición sencilla: No te acerques a mi tumba sollozando. No estoy allí. No duermo ahí. Soy como mil vientos soplando, soy como un diamante en la nieve brillando. Soy la luz del sol sobre un grano dorado. Soy la lluvia gentil del otoño esperado cuando despiertas en la tranquila mañana. Soy la bandada de pájaros que trina, soy también las estrellas que titilan mientras cae la noche en tu ventana. Por eso, no te acerques a mi tumba sollozando. No estoy allí. Yo no morí…”