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Racismo y elecciones
L

a irrupción de la sociedad estadunidense en las calles tiró al olvido la pandemia. La frustración y el enojo son, por mucho, superiores al miedo y la cautela. El video del asesinato –porque eso fue– del ciudadano afroestadunidense George Floyd rompió todos los moldes de la protesta social. Enfatizo el video porque el gran catalizador del movimiento no fue el acto de barbarie policial, sino el hecho de haberlo capturado en video. Como refirió el famoso actor Will Smith: el racismo en Estados Unidos no está empeorando, sólo está siendo videograbado.

Ni el puritanismo, ni la corrección política, ni el racismo velado o la intolerancia que se disfraza de defensa del orden y la ley han podido detener la enorme verdad en las calles: en pleno siglo XXI, 244 años después de proclamar en su Declaración de Independencia que todos los hombres son creados libres, Estados Unidos –la economía más importante del orbe, nuestro principal socio comercial y el dominante exportador de cultura pop en el siglo XX– sigue intentando lidiar con la raza y la convivencia social. Porque a pesar de lo que consigna su Constitución, de haber nacido libre e igualitario, pasaron casi 100 años para que aboliera la esclavitud; porque a pesar de haber abolido la esclavitud, pasaron otros 100 años para que proscribiera la segregación racial. En otras palabras, la ley ha ido tarde frente a la naturaleza divisiva de una sociedad pluricultural y multirracial que, al menos en una parte importante, se niega a sí misma.

Como casi todos los fenómenos sociopolíticos, la coyuntura tiene una explicación económica: la pauperización sostenida de la clase media estadunidense en las recientes tres décadas, agudizada por la crisis financiera de 2008. A partir de la sistemática pérdida de oportunidades y acceso a satisfactores (en un país regido por el consumo), esta clase media que una generación antes, en la época de la posguerra, había alcanzado eso que llaman el american dream, hoy ve cómo los empleos escasean, pagan mal, se sustituyen con máquinas o inmigrantes, mientras la vida que tenían sus padres se vuelve impagable. Entonces aparece en escena la retórica antimexicana, racista, chauvinista, el muro, el miedo, el prejuicio. Abolida por la Ley de Derechos Civiles, la segregación se mantiene de facto en muchas ciudades de Estados Unidos: barrios afroestadunidenses, barrios blancos; restaurantes afroestadunideses, restaurantes blancos. Una línea invisible separa a ciudadanos iguales ante la ley, pero diferentes ante la policía.

Este caldo de cultivo social tuvo, además, meses de confinamiento y pánico por el Covid-19. Estados Unidos ha perdido 40 millones de empleos (más o menos el doble del total de empleos formales que hay en México) en apenas unos meses, muchos de ellos empleos de afroestadunidenses y latinos. El asesinato artero de George Floyd, quien imploraba no puedo respirar a un policía blanco que sostuvo su rodilla por casi nueve minutos hasta matarlo, fue la gota que derramó el vaso. El imponderable de este 2020 que se convierte en un factor determinante para la elección presidencial de noviembre próximo.

Donald Trump tenía prácticamente la relección en la bolsa. El coronavirus y George Floyd le arrebataron esa certeza. El inquilino más polémico que ha habitado la Casa Blanca llegará a su cita con la relección con una economía en recesión, una crisis social equiparable a la de los años 60, y un electorado profundamente dividido pero que –sin importar filiación política o raza– ha condenado de forma prácticamente unánime el abuso de la fuerza policial, mientras él adopta un discurso duro e inflexible. Si el triunfo de Trump este año se veía como algo factible, hoy se aprecia como algo inexplicable. En otras palabras, ¿qué diría de la sociedad estadunidense, convulsa y atribulada, la relección de Trump? A favor del presidente juega la fragilidad y división de los demócratas, adicionalmente de un candidato poco carismático y, hasta hoy, poco efectivo en sus estrategias mediáticas. Como se leía en una de las pancartas de las protestas con claro destinatario a Joe Biden, no ser Trump no es suficiente. Veremos si la campaña de Biden logra salir del laberinto de errores y pifias en los que se ha metido. El camino a noviembre será dramático y de pronóstico reservado. Lo que suceda definirá en mucho las políticas y decisiones que México deba tomar en los próximos años. No olvidemos que todos los esfuerzos diplomáticos y económicos que han debido tomarse, de 2016 a la fecha, tuvieron que ver con la irrupción de Donald Trump en la escena.

Todos los esfuerzos comerciales, diplomáticos y económicos del futuro inmediato dependerán ahora de su permanencia.

Habrá pues, tal vez más que nunca, que estar atento a la evolución de un proceso electoral que se torna sin precedente e incierto dado el contexto único de este mundo contemporáneo. Desde México, deberá desplegarse un esfuerzo de cabildeo extraordinario para que nuestro país pueda navegar con inteligencia y sentido de oportunidad, no pelear ni rivalizar con ningún bando y estrechar vínculos claves con diferentes actores demócratas y republicanos para aprovechar el resultado de la elección de noviembre.