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Aritmética, el Covid-19 y el PIB
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ace ya casi 30 años, Inmanuel Walerstein publicó en la revista Revue Économique un ensayo ( A theory of economic history in place of economic theory) en el que sustentaba su insistente llamado para la transformación de las ciencias sociales; advertía que los números y la realidad de los mercados (materia de dichas ciencias, en particular de la economía) debían integrarse en una perspectiva holística, que permitiera hacer efectivo el cambio de ésta realidad. Necesitamos una reorganización de los fundamentos del conocimiento en las ciencias sociohistóricas en una escala global clamaba desde entonces este ilustre pensador, autor de una obra esencial y colaborador de La Jornada hasta poco antes de su fallecimiento en agosto pasado.

El importante llamado de Wallerstein no ha sido escuchado por la mayoría de los economistas, los planteamientos de éstos siguen atados y restringidos al manejo de unos cuantos números, entre los cuales sobresalen, como déspotas dominantes, el Producto Interno Bruto y sus variaciones. Véase si no la prensa de estos días; parece que la mayor preocupación que origina el nuevo coronavirus en muchos comentaristas no es por los enormes y graves perjuicios a la vida de las personas y las familias, sino por lo que puede ocurrir a la economía identificada como el PIB, y por los dineros que serán necesarios para pagar los costos.

Wallerstein mostraba en ese ensayo el hecho de que, en los departamentos de economía de las principales universidades estadunidenses, se daba un desprecio generalizado por la historia económica. Para los economistas puros de esos departamentos, la historia económica no tenía el rango científico que tiene la disciplina que ellos cultivaban (la economía). Estos economistas, dice Wallerstein, ven con desprecio la historia económica porque la consideran meramente empírica, descriptiva, sin bases teóricas y en cierta medida irrelevante.

El señalamiento es pertinente porque los conceptos, enfoques y teorías de esos departamentos de economía de Estados Unidos han tenido y siguen teniendo una influencia determinante en muchos centros académicos de diversas partes del mundo, entre ellos algunos de nuestro país, cuyos académicos y egresados han ejercido considerable poder en la vida pública y en la vida de toda la sociedad. Además, un buen número de funcionarios del llamado sector financiero de nuestra nación (público y privado), han sido formados en esas universidades estadunidenses.

La ciencia económica se define como el estudio de los hechos y procesos económicos, pero como bien dice Wallerstein, No hay fenómenos económicos distinguibles de fenómenos políticos y sociales, el todo es una madeja indivisible (y, podríamos añadir, tampoco ajenos a una dinámica histórica).

La eliminación de la historia del campo de reflexión y análi-sis de la ciencia económica (o su marginación en el currículo, como mero adorno) se suma a la expulsión sufrida de tiempo atrás por la ética y la filosofía. Expulsadas la historia y la ética del campo de la ciencia económica ¿qué queda? ¡aritmética! Principalmente el tamaño de la economía cuyo indicador es el PIB, su variación en el año, en el mes, en el trimestre; las comparaciones entre varias economías, los promedios, las tendencias, el ritmo de aceleración; las previsiones (siempre fallidas) hechas por el gobierno, por el banco central, por los organismos financieros internacionales, por la calificadoras.

Un asunto que debe analizarse es el significado de estas previsiones y su ruidosa publicitación ¿para qué sirve? ¿a quién sirve? Es claro que en muchas ocasiones se usan para descalificar las acciones de los gobiernos a quienes se culpa de la crisis, de la recesión o de la contracción o la depresión, generando discusiones muy poco útiles (excepto por el interesado uso político que le dan los diversos actores).

Enfrentar los retos que origina el Covid-19 en las actividades productivas, en la distribución de bienes, servicios y riqueza, en la reorganización de la sociedad, nos obliga a elaborar un diagnóstico concreto y holístico como el que demandó Wallerstein, que supere los mitos de la economía, entre ellos el de los falsos significados del PIB, y la ideológica y antihistórica concepción de desarrollo.

Sería útil acudir a las múltiples advertencias y críticas que han elaborado autoridades incuestionables, empezando por el propio Simon Kuznets, profesor de la Universidad de Harvard, padre de ese indicador. En Google aparecen miles de sitios para crítica del PIB. Ahí encontré referencias a los trabajos del profesor y político italiano Lorenzo Fioramonti; dos de sus libros tienen títulos elocuentes: The world after GDP y Gross domestic problem. The politics behind the world’s powerfull number (El mundo después del PIB y El problema interno bruto. La política atrás del número más poderoso del mundo).

Con base en un análisis muy sólido y valioso, Fioramionti afirma: más que una simple estadística descriptiva, el PIB es una poderosa institución que da forma al camino en el cual la sociedad ve al valor, al tiempo que moldea las expectativas y conductas de políticos, hombres de negocios y la población en general. En muchos sentidos representa la ideología más poderosa del siglo XX.

Es necesario someter a una critica rigurosa esta ideología y desarrollar información y análisis de la realidad que permita atender los problemas y necesidades que surgirán a partir de los próximos meses. Es resultado de un simplismo disparatado (e interesado) sostener que el crecimiento del PIB por sí mismo se traduce en más empleos y con ello en la prosperidad. La historia económica los ilustra de manera reiterada.