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Pandemia

Se acabó la romería afuera de los nosocomios

En la zona de hospitales, tensa calma que antecede a la tormenta

Médicos se alistan a recibir cientos de contagiados en semanas próximas

 
Periódico La Jornada
Martes 31 de marzo de 2020, p. 4

La zona de hospitales es siempre una romería. O era, hay que decir, porque este martes, unas horas antes de que se emita la declaratoria de emergencia nacional, los 10 restaurantes y fondas más cercanos a las puertas del Instituto Nacional de Nutrición tienen apenas unas cuantas mesas ocupadas. En esta zona se encuentran varias de las más importantes instituciones de alta especialidad del sistema de salud público.

–¿Siempre es así? –se pregunta a un médico especialista que trabaja por aquí.

–No, ahí siempre hay ambiente de tianguis.

–Hace rato me pasaron dos pericos verdes casi rozando la cabeza.

–Ja, ja, sí, esos periquitos andan por ahí, pero ahora deben andar más felices porque hay poca gente.

El médico añade una frase y a uno le da por pensar que pocas veces fue tan bien empleado un lugar común: Es la calma que antecede a la tormenta.

A la vuelta de la esquina se encuentra el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER). Con Nutrición, fue designado para atender los cuadros graves de enfermos por Covid-19. Aquí llegarán muchos o muchísimos, en la medida en que más de nosotros estemos en condiciones de quedarnos en casa. Por ahora, los puestos de comida están a medio gas frente al Instituto Nacional de Cancerología, que ha seguido con la atención habitual a sus pacientes (de hecho, es frente a este lugar donde hay más familiares a la espera de noticias).

Por la noche, la figura más creíble en el tema por el lado del gobierno, el especialista Hugo López-Gatell, insiste: quédense en casa, quédense en casa, y así al infinito, aunque a pregunta expresa aprovecha para reiterar que no hablamos –aún– de un estado de excepción.

En una de las fondas cercanas, dos enfermeras conversan con el mesero que suele atenderlas. El empleado tristea con sólo dos mesas ocupadas y la trabajadora de la salud le confirma el tamaño del golpe: Ahora vamos a tener descansos escalonados.

Le platica que se van a turnar por periodos de 14 días y le dice las fechas en que ella no acudirá a comer al lugar. El mesero se encoge de hombros, resignado.

Un médico amigo confirma que esa medida la están tomando en muchas instituciones públicas: Si nos enfermamos todos los que trabajamos en el hospital al mismo tiempo, ¿quién atendería?, responde con la obviedad al ignaro en la materia.

Las puertas de Nutrición están a cargo de elementos del Cusaem, ese cuerpo de seguridad con el que el Grupo Atlacomulco uniformó al país. Son el primer filtro para las personas que pretenden ser atendidas. Sus elementos llevan cubiertas las bocas y nada más.

Un hombre también armado de tapabocas abre el fólder con su diagnóstico y lo muestra. Lo pasan de inmediato. Tras los cristales lo reciben dos médicos, quienes además de tapabocas llevan lentes de motociclista, o de protección ocular, como les llaman entre galenos.

El hombre entra velozmente y mete medio cuerpo en el escritorio. La doctora que lo recibe le para el alto: le ordena que se quede detrás de la cinta amarilla que han colocado en el piso para marcar la distancia con el paciente, le recibe el fólder y en menos de dos minutos el señor desaparece rumbo al diagnóstico.

No hay ningún misterio en lo que alcanzan a comentar, con las precauciones debidas, los trabajadores de la salud que están en la primera fila aquí, frente a nosotros, de una tragedia universal.

El Instituto de Nutrición se ha preparado, por ejemplo, según la línea que en conferencias públicas ha trazado López-Gatell: la reconversión. Hace un par de semanas desocupó por completo los pisos 3 y 4 de su edificio principal, canceló sus labores cotidianas y pidió a todos sus pacientes habituales reprogramar sus citas. Todo, a la espera de que el grueso de los casos comiencen a llegar las próximas semanas.

A las puertas de Nutrición, algunas personas se quejan de desatención. La señora Salazar, paciente de hemodiálisis, dice que en la Clínica Hospital Satélite, donde se atiende, la enviaron acá porque ya tienen tres casos confirmados entre el personal de salud. Sólo que aquí no la quieren atender porque no presenta ningún síntoma relacionado con el Covid (de hecho, habla mientras la persona que llega con síntomas es ingresada de inmediato).

Toma la palabra el esposo de la señora Salazar, quien prefiere no dar su nombre: En el gobierno están desesperados porque esto se les va a salir de control. Nos están engañando, si para el cáncer no compraron medicamentos, menos para esto.

Otra señora muestra el diagnóstico que le hicieron a su marido, Luis Genaro García, de 49 años, en la clínica Zaragoza del Issste: Sospechoso de coronavirus, se lee al final. Tampoco le quisieron hacer la prueba por no presentar síntomas.

Apenas se da vuelta a la esquina está el INER. Un colega ha hecho guardia ahí durante tres horas. Sólo he podido hablar con tres personas, asegura.

A unos pasos hay más personas que todas las que han llegado por el coronavirus. Son los familiares de los pacientes que ya estaban hospitalizados por otros padecimientos y acuden a la visita. Los forman por sus nombres. En el breve tiempo antes de entrar, una muchacha habla sobre el daño colateral que, para su familia, implica esta emergencia sanitaria. Su mamá requiere Hidroxicloroquina, un medicamento para combatir el lupus.

Un médico francés dijo que probaba esa sustancia para combatir el coronavirus. El 21 de marzo, Donald Trump escribió en Twitter que la dichosa sustancia junto con la Azitromincina cambiaría la historia de la medicina.

Era un medicamento que vendían con receta, ¡y se lo acabaron en todas las farmacias!, dice la joven, a punto de las lágrimas, antes de entrar a ver a su mamá.