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Puntos sobre las íes

Recuerdos / Empresarios (CXXV)

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▲ En Moscú, un pájaro sobrevuela la escultura de un toro.Foto Afp
I

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Así era la expectación de los niños en Bogotá para asistir al festejo taurino pensado y puesto en marcha por La diosa rubia del toreo, y antes de la hora señalada era una romería ver a los pequeños acompañados por sus profesores y mentores, pero lo más sobresaliente de todo fue un grupo de monjas que llevaba a sus huerfanitas y los padres a sus protegidos.

A la vez, pasaban taxis en misión caritativa y las camionetas transportaban a los niños paralíticos o enfermos que podían salir a la calle.

Ella, Conchita, el alma de todo esto, en sus memorias confesó que sentía miedo, mucho miedo y quizá por vez primera en su vida, una falta de confianza en su persona.

¿Cómo sería una plaza de toros llena de niños, les divertiría el toreo y si el toro sangraba?

¡Qué horror si el animal tuviera un vómito de sangre frente a aquellos ojos!

Y siguieron sus dudas y temores:

“Cosas que un torero no puede impedir. Me imaginaba silencio tremendo de aquellas almitas mirándome torear o, mejor aún, siguiendo las piruetas de mi caballo. Con él se quedarían encantados, seguro, y con el toro se asustarían. ¡Ay, la sangre, deseaba tanto no chocarles! ¡Deseaba tanto que les pareciera todo aquello un juego divertido! Ojalá tuviera suerte. Nunca deseé tan ardientemente que mi jaca saliera con bien del rejoneo y la gracia de una estocada fulminante.

“Llegamos a la plaza sin ningún contratiempo y me espantó el aspecto vacío de sus alrededores. Había un orden desusado.

“–¿Qué tal? –Preguntó Ruy al mozo de espadas, que ya se encontraba en la puerta del patio.

“–Calculamos que estén en el tendido, desde las nueve de la mañana, unos 30 mil niños –contestó riendo.

“–Qué barbaridad! –exclamó Ruy, riéndose también y añadió, sorprendido, ‘¡pero no se oyen!’

“¡Cómo estaba aquel patio! ¡Qué cantidad de adultos! Germán Ortega, el administrador de la plaza se paseaba de un lado a otro. Apareció el médico, doctor Herrera, que tan acertadamente me curara del percance ocurrido una tarde. Entró Alfonso Laserna y se dirigió al ruedo para regresar, diciéndome que el palco de la empresa ‘contenía’ 20 chicos. Entraron dos toreros cómicos, Juan Martínez y El Negro Flores, que se habían ofrecido para divertir a los chiquillos después de mi actuación. Al verlos, sentí un gran alivio; mi actuación seria pudiera ser que no estuviera al alcance de gente pequeña. Entró entonces las autoridad y, dando los buenos días, atravesó el ruedo, dirigiéndose a su palco. Al momento volvieron:

“–¡Está ocupado por niños! –dijeron los buenos señores, a coro. ¡Tendremos que buscar otro sitio!

“Quedaron de avisarme de su paradero.

“Me preocupaba el silencio; torear en silencio no debía de ser una cosa muy animadora.

“Llegó la hora, las 11 de la mañana. El clarín no tocó. Había un lío en los corrales; tardarían unos 10 minutos en arreglarlo.

“¡Y en esto, la plaza de Santamaría pareció desmoronarse con una de las más sonoras protestas que haya escuchado en mi vida! ¡Los niños exigían que diera comienzo el espectáculo.

“¡Cómo se me alegró el corazón! Estaba en mi ambiente: la protesta no podía ser más taurina.

“Por fin, tocó el clarín y sonó una ovación tremenda. ¡Y yo que temía el silencio!

“Hice el paseíllo debajo de un alarido indescriptible. Dejaron chiquitos a los adultos, y lo dicen los que estuvieron conmigo. Y es que ni la música se oía. Las palmas de aquellos niños y el bellísimo colorido de la plaza, que tan adornada estaba con decenas de millares de pequeños uniformes de hospicios y escuelas públicas, fue el espectáculo más conmovedor que pueda imaginarse. ¡Qué muchedumbre, Dios mío! ¡No había un solo hueco en el tendido!

“La autoridad –palabra tan vana cuando se enfrenta con la infancia– presidía el espectáculo encaramada en una escalera que le habían colocado con ese objeto, entre el callejón y las barreras. Allí guardaba el equilibrio, cuando la saludé con el debido respeto.

“Y en esto tuve la impresión nítida de estar viviendo un cuento de hadas. ¿Dónde, en el mundo, acontecía que los niños fueran soberanos; que mandaran, ordenaran y destronaran a la propia presidencia; que ocuparan el recinto de la policía, y dispusieran del palco de la empresa?

(Continuará)

(AAB)