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Soy del tiempo en que el sexo era un logro extraordinario, expresa Arturo Ripstein

En entrevista, habla acerca de más reciente filme, El diablo entre las piernas, próximo a estrenarse

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▲ El cineasta durante la charla en la Cineteca.Foto La Jornada
 
Periódico La Jornada
Jueves 5 de marzo de 2020, p. 8

Poco se ven películas como El diablo entre las piernas, reciente filme de Arturo Ripstein, uno de los pilares que sostiene la construcción del buen cine mexicano.

Con un humor ácido y denso, Ripstein aborda la sexualidad geriátrica. Es una narración bucólica que aborda un tema poco tocado: las relaciones amorosas tóxicas y el sexo entre adultos mayores, tabú en la sociedad mexicana.

La génesis textual de la historia, es decir, el guion, proviene de la sensibilidad de su pareja laboral y sentimental: Paz Alicia Garciadiego.

Ayer, Arturo Ripstein y su equipo de producción presentaron la película en la Cineteca Nacional, donde también charló con La Jornada, con pretexto del estreno.

Es más divertido ser libertino que libertario..., comenta el realizador, autor, junto con Garciadiego, de muchos filmes en los que el erotismo ha sido esencial.

–¿Qué es para usted el sexo? Se pregunta al cineasta, de 76 años.

–Muchas cosas... Es, para empezar, el placer. Luego, un ejercicio de libertad, que es complicado porque también lo hemos encadenado a una serie de testamentos que lo vuelven difícil. El sexo es complejo y misterioso. Cuando eras joven y lo pedías, te decían que era la mina del Rey Salomón entre las piernas. Soy del tiempo de la pre revolución sexual, de cuando el sexo era una especie de logro extraordinario.

–¿Por qué el sexo no podemos verlo en los viejos?

–Todo comienza con la sexualidad de los padres, que es inconcebible. De pronto, decir: ¿mis papás cogían? Qué cosa más escalofriante. Entonces, los papás son viejos. No importa la edad que tengan siempre serán viejos. La fuerza de la sexualidad de los padres es poderosa. Somos herederos de la cultura grecorromana y judía, y hay un serie de precisiones que no se deben hacer respecto de ese tema.

El cineasta comparte que esta historia no estaba pensada para filmarse. Todo comenzó porque Paz Alicia, becaria del Fonca, tenía que entregar un guion al año. Trabajaban de cerca. Hablaba mucho sobre el texto, pero este guion lo trabajó ella “sin decirme una sola palabra: lo hizo por obligación y por amor al oficio. Hizo lo que se le dio la gana. Inventó la historia y la desarrolló. Un día me dijo: ‘lee esto’, y lo hice, pero sólo lo leí como cuates. Ella quería que viera si había errores o cosas que se podían mejorar. Me dio el título horrible de El diablo entre las piernas y me dije: ‘lo leo a como dé lugar’. Luego, me encontré con esta asombrosa historia”.

Fue con la productora Mónica Lozano, de Alebrije, y sin titubeos, quiso hacerlo y al final, quedó una delicia de rodaje, en el que fue divertido trabajar, porque deseábamos hacer una cinta que fuera más allá de lo que estábamos contando y eso, además, te da un cercanía con el equipo, con el que prefiero trabajar, porque ya me conocen y me ahorro disgustos... sé que hay muchos a los que les caigo mal y no quieren trabajar conmigo, ni yo con ellos.

Sobre el trabajo con los protagonistas: Sylvia Pasquel y Alejandro Suárez, conocidos, una por hacer teatro y muchas películas (videohomes) horribles, y el otro, por destacar en televisión. Ambos se muestran en la pantalla grande como extraordinarios histriones. Qué decir de los patrones de la actuación Patricia Reyes Spíndola y Daniel Giménez Cacho, y la buena participación de la joven Greta Cervantes.

Sylvia ha hecho muchas películas, pero horribles, todas. Trabajé con ella en una obra de teatro, o quizá hasta con su mamá... no recuerdo. Paz me dijo que era ella la protagonista y en verdad es asombrosa.

Al final, Arturo Ripstein ha hecho las cintas que ha querido. Bueno, más o menos, dentro de lo que se puede, sí, porque mis películas no tienen ansiedad de lucro; están en otro territorio. Son un acto de amor que se pretende compartir con quien quiera o quien se deje.

Es la ironía de que todas las películas son para los realizadores como sus vástagos, asegura que ha dicho que detesta a todos sus hijos por la jerga entre la prensa de que son tus hijos, pero ni los perros ni los gatos ni las películas lo son. Las cintas son cosas que he cometido, muchas de la cuales no tendría que haberlas hecho. Otras me dan menos vergüenza, pero de todo me arrepiento. Todas me producen un escozor, mayor o menor, pero no son tus retoños, porque es más fácil hacer un hijo que un largometraje, en el que todo es de mentira, puesto que lo que hacen las personas que aparecen es simplemente actuar, y lo hacen muy bien, pero al final estamos contando un cuento. Contamos mentiras que muchas veces son más verosímiles que la verdad.

Todo mundo tiene derecho a comer

–Hoy día hay un montón de comedias mexicanas y el auditorio las acepta porque sabe que todos tienen derecho a expresarse.

–En el caso de las comedias, más bien todo mundo tiene derecho a comer. Expresarse es otra cosa. Cada quien hace lo que puede y ellos lo hacen porque es material de lucro. Todos pretenden que cada película que se haga, sea de (Eugenio) Derbez, tenga éxito y gane dinero. No todos lo logran, pues hay comedias malas y pésimas. Buenas, pocas. Hay una improvisación que resulta ofensiva. No hay profesionalismo, cada vez es más quien sea (el que las realiza), es decir, mercachifles y comerciantes, no cineastas.

–¿Alguna vez lo ha tentado el lucro?

–He hecho películas alimenticias, por supuesto. Llevo varias, pero no son de las que más me arrepiento, pues son las que hice porque me pagaban. Las que no quiero recordar son las que creí que eran buenas y que salieron espantosas. No hay nadie libre de culpa. Quien lo esté, que aviente el primer rollo.

El concepto reconocimiento es vago en él, porque considera que los premios son cada vez más genéricos. Cuando era aprendiz de cineasta, había unos 12 festivales en el mundo. Unos se volvieron chicos y otros grandes, pero ahora hay bastantes. El reconocimiento se tiene que medir con otro rasero, porque a diario, en el mundo, surgen muchos festivales. Unos se han vuelto comercio, como Cannes, que es para puro venderse.

Afirma que, cuando un filme ya está por exhibirse, “es como si te arrancaras la arteria aorta y dijeras: ‘ahí la tienen, hagan con ella lo que se les dé la gana’. Duele soltarla, pero luego de eso, te dices: ‘no es mía, la hice para otros’. Yo tomo un trago y me olvido de ella”.

La película, rodada en blanco y negro, posee elenco, fotografía, música y decenas de detalles fílmicos para no olvidar. Se estrenará el 20 de marzo a nivel nacional con 65 copias.