Opinión
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Toroa
La maestría de Enrique Ponce
L

a Plaza México se vistió de gala en el aniversario de la inauguración; un 5 de febrero de 1946. Tres corridas festejarán los años de vida. En esta primera corrida, el diestro valenciano, que los pasados 30 años –más o menos– ha estado presente en estas corridas, le brindó un toro a Rafael Herrerías, ex empresario, que puso en movimiento la celebración en estas fechas.

Enrique Ponce dio cátedra de maestría en el arte de lidiar reses bravas. Los toros de Fernando de la Mora, mansos, con gatos en la barriga, hicieron sudar la taleguilla a José Mauricio, que salió ileso de milagro, tres veces lo trompicó su toro, y demostró que viene por todas. Salvó el honor de la ganadería el sexto toro que le tocó a Joselito Adame, quien no se cansó de dar adornos que entusiasmaron a la mayoría de los aficionados feriantes que suelen asistir a estos festejos.

Enrique Ponce, torero perdido en un tiempo desmesuradamente transmitido en estremecimientos imborrables en un toreo relajado y natural. Jolgorio subterráneo del contacto del torero valenciano con el público de la Plaza México. El toro de Fernando de la Mora muy débil como sus hermanos, se despejaba en espacios inimaginables, perdidos en la inmensidad del ruedo. Caricias en el aire roto, muleta de seda, promotora de ese murmullo que se escuchaba en la plaza. Clamor y remate en el olé estentóreo que se desgranaba por las barreras. Rumor acompasado y uniforme. Corriente de río caudaloso que arrastraba al toro y aficionados alrededor de los pases enlazados con los olés: danza, cante y tragedia. Sensación interior de cuerpo relajado, comunicación interior. Fondo sombrío de ondas entre rumores antiguos.

Tarde magistral de Enrique Ponce, en que la gente más que captarle su quehacer torero, registraba lo que hacía con el toro y se expresaba en olés que retumbaban en el graderío. Qué manera de encontrarle la distancia a su primer toro y encontrar las zonas del ruedo en donde llevar a cabo las esculturas que ahí quedaron. Tan sometido tenía al burel, que él solito se entregó y le permitió entrar a matar y dejar una estocada en todo lo alto. Faena de altos vuelos que sólo mereció una orejita ratonera. La perfección a la que ha llegado Ponce lo hace verse en ocasiones con cierta frialdad, de cualquier manera, está colocado en un lugar diferente al del resto de la torería.

Además, Enrique Ponce se ha mexicanizado en esas faenas interminables, tan del gusto del público mexicano. Toreo que parece nunca terminar, ese que genera una emoción aparte –no sé si estoy en lo correcto–, pero es esa actitud de los mexicanos, nunca terminar –la muerte–, de seguir y seguir. Al terminar la gente le pedía que regalara un toro.

Joselito Adame para muchos sigue siendo la figura mexicana. Toreó al último toro del festejo con conocimiento de causa, pero exagerando las florituras y los adornos. Antes ya había cortado una oreja por una estocada en la que el toro salió muerto.

José Mauricio, ante el oficio de sus compañeros, le echó valor y resctaó la tarde. Sigue en el plan de triunfador de la temporada. No entiendo por qué no le dieron la oreja de su primer enemigo.