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No sólo de pan

...ni de maíz, de congruencia discursiva

P

or desgracia, no todos los que defienden nuestro maíz tienen como telón de fondo mental la milpa, o tal vez tienen un telón más o menos difuso que puede contener frijol y/o calabaza y/o chiles, si no es que sólo visualizan extendidos sembradíos de esta planta con tractores y cosechadoras. Lo digo porque la convocatoria para celebrar el Día Nacional del Maíz el 29 de septiembre (desde 2009), lo sitúa como nuestro alimento básico, cultivo principal de nuestra agricultura, (con) gran valor económico y base de la cultura de los mexicanos, pero sin contextualizarlo en su entorno tradicional milenario de policultivo, obedeciendo de este modo al discurso impuesto por el capitalismo representado por la FAO. Ésta promueve la productividad de los cereales básicos (independientemente de cualquier daño colateral), porque los considera sólo factores económicos del capital, en parte alimentarios, pero sobre todo agroindustriales con fuerte valor agregado, cuyos precios rebasan su función de alimentos para los pueblos que fueron los descubridores, seleccionadores y productores –como en nuestro país– no sólo del grano sagrado, sino de todos los complementos alimenticios que crecen simbióticamente en la verdadera milpa, sin agotar la calidad de la tierra ni contaminar el medioambiente y dando origen virtuoso a grandes cocinas, pueblos hermosos y sabias culturas.

La milpa es un descubrimiento tecnológico como los arrozales acuáticos de Asia, a la altura y anterior a los mayores hallazgos de las ciencias occidentales, en tanto complejos alimentarios completos y autosustentables, incluso superiores a los segundos por cuanto el origen y la finalidad de las tecnologías de policultivo son la vida (no la muerte), reproducción y mantenimiento de lo humano y de Natura (no su destrucción a cambio de dinero).

Por ello, el reclamo de independencia, tierra y libertad (que) vibra en los estómagos mexicanos debe sustentarse en un discurso que no sólo hable del maíz, símbolo de algo no obviable: su entorno de cultivo, que es lo que lo hace único y propiamente mexicano. La reivindicación del policultivo a la manera tradicional de cada región, clima, calidad de suelos, altitud, régimen de lluvias, tenencia de la tierra, disponibilidad del trabajo y conocimientos debe constituir el discurso coherente para salvar no sólo nuestra soberanía alimentaria, sino su carácter saludable y nuestra brillante cultura culinaria. Mientras no insistamos en ello y dejemos avanzar políticas como el T-MEC, que nos hunde cada vez más en la dependencia de una malsana agroindustria alimentaria trasnacional, y no ayudemos con argumentos imbatibles a que el gobierno privilegie la producción de nuestra base nutricional, probada por milenios y aún no del todo olvidada, estaremos del lado equivocado de la historia por acción u omisión. Aunque no vivamos para ver la extinción total de las verdaderas milpas y sólo sobrevivan en la literatura fantástica de una humanidad empobrecida con nuestra pasividad.