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La muerte de colores
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ocos festejos son tan coloridos en México como el del Día de Muertos. Es una celebración con raíces en la época prehispánica que, con diversas transformaciones, se ha mantenido viva a lo largo de los siglos.

Son múltiples las expresiones que van desde las tradicionales en diversas regiones del país hasta las de muchos pueblos indígenas, que se han mantenido inmutables, y las urbanas, que integran elementos de otras naciones como la brujas y calabazas del halloween estadunidense.

En la Ciudad de México se han creado una serie de actividades que integran artistas, artesanos y habitantes que se vuelven parte de la celebración. Muy populares se han vuelto los desfiles de catrinas, en algunos de los cuales la población se disfraza y es parte del evento.

El Paseo de la Reforma, que luce en gran parte de su extensión la belleza de miles de flores de cempasúchil, alberga en los camellones 53 cráneos diseñados por artistas plásticos nacionales y extranjeros, así como de los pueblos indígenas. En un tramo de la señorial avenida muestran su extravagancia y colorido los alebrijes monumentales.

El plato fuerte es el altar de altares, nombre de la colosal instalación que se puede admirar a partir de hoy en la plancha del Zócalo. La diseñó el profesor de escenografía Vladimir Maislin Topete, quien ganó un concurso.

Su original propuesta da vida a añejas tradiciones que muestran las costumbres del Día de Muertos en distintas partes del país. Está conformada por cuatro estructuras de 12 metros que se orientan hacia los cuatro puntos cardinales a las que se accede por caminos decorados que pasan por amplios arcos de madera. Al centro de cada una se levantan altares de cuatro regiones: zona maya, poblaciones yaquis, Huasteca y del estado de Michoacán.

Un espectáculo de luces y audio acompaña las ofrendas. Las rodean cuatro estructuras móviles con motivos prehispánicos decoradas con flor de cempasúchil y coronas. Hoy también se lleva a cabo el desfile internacional del Día de Muertos y el próximo sábado 2 de noviembre se realizará la mega marcha para conmemorar esa fecha.

Ahora vamos a la gastronomía con una muy grata novedad: El Café de Tacuba, uno de los restaurantes más antiguos y tradicionales de la Ciudad de México, acaba de publicar un precioso libro.

Tiene la novedad de iniciar con la historia de la calle Tacuba, que era una de las calzadas que unía a Tenochtitlan con tierra firme. Continúa con la relación de varias construcciones emblemáticas de la vía: los palacios de Bellas Artes, Correos, Comunicaciones y Minería, además de casonas de importancia.

En la segunda parte se cuentan los orígenes de El Café de Tacuba, que empieza a principios del siglo XX como lechería. En 1912, gracias a la visión y empeño de una joven pareja que trabajaba ahí: Dionisio y Josefina Pepita Mollinedo, nace como un pequeño café en el que se acompañaba el brebaje con pan dulce y golosinas que preparaba doña Pepita. Los clientes, muchos de ellos estudiantes y profesores de la Escuela de Ingeniería que ocupaba el Palacio de Minería, lo conocían simplemente como el Café de Tacuba, y así lo bautizaron los flamantes dueños.

Desde entonces el establecimiento se ha esmerado por preservar la cocina tradicional mexicana. Todavía usan metates y molcajetes y sus métodos son artesanales como en la panadería, que es uno de sus lujos.

La decoración plena de color: vitrales, azulejos y grandes pinturas con marcos dorados, contrastan con la blancura de los uniformes de las meseras con sus grandes moños en la cabeza. En estas fechas eso cambia, ya que para festejar a los muertos se visten de monjas para recordar a las clarisas a quienes perteneció la casa, cuyo convento estaba del otro lado de la calle.

Una calavera vestida de monja lo recibe en la entrada y una catrina se pasea entre las mesas mientras degusta el exquisito pan de muerto, tamales, dulce de calabaza, tejocotes y, al gusto, un chocolate espumoso o un café lechero en vaso.