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Despertar en la IV república

Memorias de un abogado

H

ace unos días, tropecé con un hecho terrible ¡Cumplí mis primeros 59 años de vida como abogado! Esto me preocupó, pero también trajo recuerdos del arranque de mi carrera y cómo penosamente, gracias a la práctica, pude volverme abogado.

En México, se enseñaba (y quizá se enseñe aún) el derecho de forma literaria, con clases, conferencias y textos. Esto no era suficiente, teníamos que aprender a practicar, y aquí cada quien como podía buscaba su oportunidad en el mundo de los despachos o la burocracia. Cada quien tenía que confiar en sus contactos, lo cual creaba y crea una situación de desventaja para los estudiantes con menos conexiones, situación que debe corregirse.

En 1955, cuando llegué a la Escuela Libre de Derecho, el país crecía a 6 por ciento anual. Los jóvenes de mi generación pudieron emplearse sin problemas y dependió de cada uno de ellos, de su tenacidad, astucia y habilidad, colocarse como abogados o en otras ramas colindantes, como la política y los negocios.

Ayer y hoy, el que quiera ser abogado, tendrá que unir la teoría con la práctica. Y es finalmente en el ejercicio del derecho vivo donde uno aprende las tácticas, las técnicas, las astucias y malicias características de nuestra vieja y nada justipreciada profesión.

En los últimos 60 años la gran diferencia está en la abundancia del bello sexo en las aulas. Entonces nuestras compañeras eran poquísimas. Hoy la población femenina supera a la de los varones. Además han demostrado que pueden ser más astutas e ­implacables.

Recuerdo la época estudantil y a un maestro magnífico: don Jorge Castañeda de la Rosa (padre del escritor y político J.C.G.) Era un estupendo catedrático que nos reveló, entre otras muchas cosas, como la OEA es una organización en que una nación puede imponer su voluntad a 34 juntas o separadas y cómo a éstas no se les ha ocurrido formar su propia organización.

Los abogados seguimos siendo tan estorbosos como necesarios. En Cuba trataron de extinguirnos, pero luego, arrepentidos, restauraron en grande a la profesión. Salvo alguna otra, no hay profesión más repudiada, pero sin nosotros el mundo sería más caótico, aunque probablemente más feliz. Colaboró Mario Antonio Domínguez.