Opinión
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Isocronías

Trastiempos

H

oy hace exactamente 63 años Sylvia Plath escribía en su diario: ‘‘Un enorme sauce inclinado sobre el agua inmóvil de color verde pato, el trinar y el gorjear de los pájaros, los árboles que lentamente viran al dorado, el cuac-cuac de un pato, la verde cripta de ramas esbeltas y lánguidas del sauce llorón, el haya cobriza…; el canto de un pájaro, el lento chapoteo de los remos contra el agua de la canoa, los cisnes picoteando entre la hierba bajo el banco, el verde lustroso de las hojas de la hiedra, del rododendro, los bordes espinosos de las del acebo, las agujas de los pinos”.

Comentando irónica una ‘‘traducción” al francés (‘‘inteligible”) del (‘‘oscuro”) francés de El cementerio marino (S. Godchot: Essai de traduction en vers français du ‘‘Cimetière marin’’, puesto en circulación tres décadas antes), dijo algo del texto original que aún suena certero para toda poesía: ‘‘Todo es alusión, todo queda suspendido a unos centímetros por encima de la realidad, y ésta es la forma poética de crear la realidad: presentar su imagen refIejada, es decir, vista no por una Leica, sino por un ojo humano que mira, y al mirar deforma y sueña, al mismo tiempo. Un ojo aparentemente abierto y también cerrado, porque aunque esté fijo en algo exterior, está igualmente fijo en algo interior… (Las cursivas en la cita, quizá excesivas, son mías)”.

–En serio, Yáñez; de veras, Ricardo –me dijo hace un cuarto de siglo, su diestra apretando mi antebrazo izquierdo, José José (de quien hace medio, en diciembre, se había distribuido La nave del olvido y al año siguiente nos sorprendería con El triste), luego de que, él casi recién salido de rehabilitación, reí ante su afirmación de que ‘‘ya parecía vampiro chupado” por el tanto consumo de alcohol.

La entrevista, pacta-da para 15 minutos (iba yo de reportero emergente), duraría casi una hora (‘‘tú no hagas caso”, indicó ante la presión de una señorita que entraba y salía y señalaba con fingida o real desesperación el reloj en su muñeca) y ya publicada terminó más o menos así: –Tú no podrías cantar si no sintieras lo que cantas. ¿Por qué la gente te cree? Porque lo estás diciendo en serio. Sabes lo que se siente. Y ellos también. ¡Ay, compadre…!