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Los salarios y el sur
L

a receta del Fondo Monetario Internacional (FMI) siempre es la misma; para el fondo no hay ni historia ni geografía. No importa ni el cuándo ni el dónde. Le es suficiente ver unas cuantas variables financieras, y ya está. Con toda su irracionalidad, el FMI logra regir en lo fundamental en la política económica de todos los países distintos de los centros de poder internacional. Ajuste restrictivo al gasto público, privatizaciones, reforma laboral, práctica eliminación de la intervención del Estado en la economía. Y siempre fracasa: genera pobreza, deuda y dependencia de los organismos financieros. No hay institución más salvajemente despiadada.

El mayor parasitismo económico proviene del capital financiero. Absorbe las mayores tajadas del ingreso producido por las sociedades del mundo, sin que produzca ni un gramo del mismo, pero controla: el FMI acogota a las sociedades imponiéndoles restricciones que le impiden crecer, y luego sus hermanas gemelas, las agencias calificadoras, les imponen brutales penas, porque no crecen y no pueden cubrir los pasivos impuestos.

El empobrecimiento y las brutales desigualdades en México no pueden superarse bajo las reglas financieras que rigen a la economía. Carlos A. Ibarra y Jaime Ros elaboraron uno de los más profundos y minuciosos trabajos de investigación sobre el trasfondo de la pobreza y la desiguadad en México: La disminución de la participación del trabajo en el ingreso en México, 1990-2015 ( El Trimestre Económico, vol. LXXXVI (4), núm. 344, octubre-diciembre de 2019). Imposible trasladar al lector los análisis de este trabajo del que tomo apenas unos cuantos datos.

La participación de los salarios en el ingreso total cayó de 40 por ciento a mediados de los 70 a menos de 20 por ciento en 2015. De manera concomitante, las formas de ingreso del capital, las ganancias, pasaron de 72 por ciento en 2001-2003 a 82 por ciento en 2015. Acaso el más brutal aumento de la explotación del trabajo del que se tenga registro en México durante la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI. Lo peor es que el capital tiene incentivos para buscar aumentar aún más la explotación porque al tiempo que la participación del capital aumentaba de ese modo, la tasa de ganancia pasó de ¡60 por ciento! a principios de la década de los 90 a sólo 45 por ciento en 2014-2015, de acuerdo con los cálculos econométricos de los autores.

Las peores consecuencias de la operación del capitalismo neoliberal mexicano impactaron en el sur del país, donde la práctica ausencia de la inversión pública y privada en todo el periodo estudiado, ha dejado a Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Tabasco, Campeche y Yucatán con los peores resultados, comenzando con el de la infraestructura en un país que, de suyo, padece un enorme retraso en esta materia. Este hecho se manifiesta en el rezago de la productividad de las actividades económicas del sur, especialmente en las manufacturas, las que demandan economías de escala y de aglomeración. La pobreza de la infraestructura eleva los costos en las zonas más pobres del país, alargando su pobreza en el tiempo. Cerca de 70 por ciento de la actividad industrial del sur corresponde a alimentos, bebidas, tabaco, ropa y productos de cuero. En tanto estas actividades sólo representan 40 por ciento de la actividad económica nacional. No es extraño que la productividad de trabajo en el sur equivalga apenas a 53 por ciento del promedio nacional.

Es mucho lo que el país debe hacer huyendo del recetario neoliberal del FMI, sus hermanas financieras y la banca internacional, pero la atención debe concentrarse especialmente en el sur. Las regiones norte y media del país crecen a tasas positivas, mientras el sur padece tasas negativas. El crecimiento del sur redundaría en beneficio de la economía nacional por los efectos multiplicadores que el desarrollo del sur tendría en todo el país.