Opinión
Ver día anteriorDomingo 15 de septiembre de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Defender la democracia, construir poder popular
M

éxico oscila hoy entre el siglo XIX y el XXI, sin haber salido en su vida social del siglo XX. Por ejemplo, la lucha contra el racismo, la xenofobia, el regionalismo estrecho y ciego y contra una poderosa oligarquía que se cree aristocracia de origen divino es propia de hace dos siglos; el combate democrático por la unificación de los trabajadores y por su organización frente a sus explotadores y opresores comenzado durante la Revolución de 1910 busca, en cambio, completar la tarea que ésta dejó inconclusa y la del cardenismo en la década de los 30.

Por último, la defensa contra el capitalismo dirigido por el capital financiero internacional y la lucha por las reformas democráticas más radicales es anticapitalista, aunque no sea vista como tal por sus protagonistas.

En efecto, la inmensa mayoría de los mexicanos trabajadores se autodefine sólo como pobre y no como explotado, pues teme una revolución social o un cambio radical que podrían ser costosos y por eso quieren sólo reformar y humanizar el sistema. Pero eso es imposible y la violencia del capitalismo, con su represión masiva, la militarización del territorio, la reducción constante del nivel de vida de los oprimidos y la oposición férrea a toda reforma profunda termina por hacer evidente que, incluso para poder trabajar, tener una jubilación digna o una educación real, es necesario un cambio revolucionario que será menos costoso en vidas que el capitalismo actual, con sus guerras y desastres.

La barbarie de los capitalistas –que persiguen la ganancia a costa de todo y de todos– hace que quienes no leen ni conocen a los socialistas y buscan sólo reformas cambien sus ideas y se alcen contra la dominación y la explotación capitalistas.

Por eso, mientras luchamos por defender la democracia cada día más amenazada, hay que organizarse y unir las miles de protestas sociales para que todos los arroyos de las protestas confluyan y formen un río caudaloso y, en esa lucha, es necesario sembrar ideas anticapitalistas para preparar así una maduración consciente de las mayorías y reducir los costos de los estallidos locales incontrolados.

Es indispensable reforzar los combates por la autonomía, la solidaridad a escala regional y la autodefensa frente al crimen mientras potenciamos la educación política y social de los combatientes mediante bibliotecas populares que organicen charlas, discusiones, conferencias o centros de estudios sociales y de asistencia de todo tipo –con material médico, jurídico y técnico– para las mujeres, los indígenas, los más pobres y los traba-jadores. En la lucha por la decisión popular y por las reformas más ur-gentes y necesarias, como la obtención de un salario digno, trabajo para todos, vivienda decente y sólida, agua para la agricultura y la población antes que para la minería, la eliminación de la discriminación por sexo, etnia u origen, la defensa de los recursos naturales, la independencia nacional, se va construyendo la independencia política de los oprimidos frente al Estado ya los partidos capitalistas.

El triunfo de la opción anticapitalista es la culminación de la victoria de la democracia radical. En un mundo donde aún no hay libertad, ni igualdad, ni mucho me-nos fraternidad, y en el que el capi-talismo está anulando las conquis-tas sociales históricas de un siglo y medio como las ocho horas de jor-nada laboral o la libertad sindical, las reformas importantes se tornan anticapitalistas porque son in-compatibles con la política del gran capital que concentra la ri-queza y el poder en una ínfima mi-noría destructora de la civilización y del planeta; según Oxfam –confederación internacional formada por 17 organizaciones no gubernamentales nacionales que realizan labores humanitarias en 90 países–, 42 personas abarcan la mitad de la riqueza mundial y uno por ciento de la población posee 82por ciento del total de esa riqueza.

El imperialismo es insaciable y no respeta la ley de gentes: Trump, que impuso que las fuerzas armadas mexicanas reprimiesen a los migrantes centroamericanos, exige ahora más y más y el gobierno cede y cede.

El capitalismo –no hay que olvidarlo– se guía por la obtención de ganancias, no por la protección del ambiente ni de la sanidad, a los que considera costos y no inversiones; busca proyectos turísticos, nuevos “Cancunes“ a costa de los recursos naturales y de las poblaciones y sus culturas.

Quienes, enceguecidos por la miseria cultural y el atraso, se alegran hoy porque podrán trabajar como meseros o en la construcción de esos proyectos o quienes trabajan para el narcotráfico o para los talamontes, así como los lumpens y delincuentes, son víctimas y sostenedores inconscientes del imperialismo agresor y del capitalismo más feroz.

Sin eliminar el capitalismo es prácticamente imposible suprimir la corrupción, la violencia, las guerras y la ignorancia. La minoría que lo comprende tiene la gran responsabilidad en la educación y la organización de las mayorías. Por consiguiente, es necesario, urgente e indispensable, unir las fuerzas de los anticapitalistas y juntos, trabajar en la defensa y la extensión de la democracia y por su transformación en la construcción de una alternativa anticapitalista.