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Meritócratas de México… ¡uníos!
G

enéricamente, por izquierda o derecha, la meritocracia consiste en la discriminación positiva por méritos, y siempre sirvió para maquillar los privilegios sociales, haciéndolos aceptables a todos, por vías discretas y secretas (Pierre Bourdieu).

Creen los meritócratas (o les conviene creer), que con el esfuerzo individual todo se puede, ya que en cualquier sociedad más o menos democrática, habría un punto de partida igual para todos. Falacias arraigadas del sentido común: persevera y triunfarás, haz bien sin mirar a quién, ganarás el pan con el sudor de tu frente, etcétera.

Pero también, falacias que remiten a la igualdad de posibilidades, presente en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano (1789): “siendo todos los ciudadanos iguales ante [la ley], todos son igualmente elegibles […] conforme a sus distintas capacidades, sin ninguna otra distinción que la creada por sus virtudes y conocimientos” (artículo 6)

Los pensadores laicos o ateos del siglo XIX habían mostrado interés en tomar distancia de los textos católicos que los formaron, aunque invirtiendo la carga de la prueba. V. gr.: Catecismo político de los industriales (Saint-Simon, 1823); Catecismo positivista (Augusto Comte, 1852), y el terrible Catecismo revolucionario (Mijail Bakunin, 1864), que a Dostoievski le dio luces para escribir Los endemoniados (1871).

Ideas que el Manifiesto comunista (1848), aún en sus tramos polémicos, puso en su lugar. Por ejemplo, la respuesta de Carlos Marx a la socialdemocracia alemana, que cuestionaba la lucha de clases. Así, en el Programa de Gotha, Marx apuntó la idea que, a su juicio, se encarnaría en la fase superior de la sociedad comunista: ¡De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades! (1875).

Con todo, los socialdemócratas de Inglaterra (o fabianos) se apuntaron algunos logros: en 1895, fundaron la prestigiada London School of Economics (cuyo lema es entender la causa de las cosas), y cinco años después el Partido Laborista. Pero sólo en una sociedad tan hipócrita y estable como la del hoy cuestionado Reino Unido (férreamente nacionalista), pudieron surgir filósofos de la libertad abstracta (Isahia Berlin), charlatanes de la tercera vía (Anthony Giddens), y novelistas afiebrados con las distopías sociales: Un mundo feliz (Aldous Huxley, 1932), 1984 (George Orwell, 1948), y el que ahora nos interesa: El ascenso de la meritocracia (Michael Young, 1958).

Young imaginó la realidad política y social de su país, en 2033. Sin embargo, su libro confirmó el dicho nadie sabe para quién trabaja (o escribe…). Porque durante años los laboristas boicotearon su publicación, hasta que jóvenes como el progresista Tony Blair (primer ministro de su majestad de 1997 a 2007, y genocida de la invasión de Irak), empezaron a viralizar el término meritocracia. Cosa que el autor sintió como patada en los huevos.

Young había imaginado, irónicamente, a una clase de dirigentes perfectamente seleccionados, que después de numerosos tests de inteligencia (con base en criterios científicos), separaban a los inteligentes de los de menor coeficiente intelectual. Para acceder a después a una educación especializada, con el fin de ocupar todos los cargos directivos. En suma, un ideal como el anunciado en días pasados por la Coparmex, asesorado por los genios del ITESM.

En América Latina, un precursor de la meritocracia fue el democristiano de Venezuela Luis Alberto Machado, autor de La revolución de la inteligencia (Seix Barral, 1975). Cada hombre, por el derecho de existir, tiene derecho a ser inteligente, decía Machado. Así pues, el presidente Luis Herrera Campins (1979-84) lo nombró ministro del Desarrollo de la Inteligencia. Pero desafortunadamente, los esfuerzos del llamado presidente cultural (sic) y su ministro inteligente, fueron devorados por el inicio de la crisis terminal del modelo económico venezolano, en febrero de 1983.

La meritocracia no sólo calienta la colonizada cabeza de los neoliberales mexicanos. En Chile, los socialistas de la Concertación la elevaron a política de Estado. Y en Ecuador, el presidente Rafael Correa creó por decreto el Instituto Nacional de la Meritocracia (2011).

Nobles aspiraciones, en fin, que nunca pudieron resolver el choque entre la ideológica igualdad de oportunidades, y la utópica igualdad política de los ciudadanos. Dejando la mentira al desnudo: la igualdad de posibilidades, que a los feos populistas lleva a preguntar si en el éxito individual no intervienen, acaso, condicionamientos políticos, sociales, culturales y económicos.

Por fin, no todo es negativo. La chulísima Laura Bozzo, destacada animadora de los programas basura de la televisión, acaba de recibir en un salón del Congreso de la Ciudad de México, un doctorado honoris causa extendido por tres empresas educativas del estado de Morelos. Ella asegura que sólo le costó 30 mil pesos. ¿Y si la Coparmex o el ITESM la contratan?