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Desde otras ciudades

Un vetusto mercado de Yemen que se modernizó con la guerra

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▲ Las transacciones en el que fuera mercado representativo de Taiz se hacen a plena luz del día.Foto Afp
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ntes de la guerra el viejo mercado de Taiz estaba lleno y rebosaba piezas de artesanía, pero hoy, después de cuatro años de asedio de la tercera ciudad de Yemen por parte de los rebeldes hutíes, se comercia más con balas y fusiles.

Antaño, cuando entrabas en el mercado de la ciudad vieja, encontrabas tiendas de artesanía, sastres, herreros, ceramistas, recuerda Abu Ali, quien fue sastre. Luego la guerra estalló, forzó a la mayoría de los comerciantes a vender armas, comenta este hombre, que también se ha convertido a ese otro negocio, más lucrativo.

Algunos mercaderes se pusieron a vender jat, una planta local que los yemenitas mastican por su efecto euforizante, y para engañar al hambre. Otros, en cambio, se fueron.

Los talleres de herreros y de ceramistas sufrieron mucho y el tráfico de armas prosperó, en detrimento de esos oficios, agrega Abid Al Rashdi, otro vendedor.

Situada en el suroeste de Yemen, en una región de altas mesetas, la ciudad de Taiz, era antaño un importante centro de producción agroalimentaria. También famosa por el café Moka, se vio alcanzada por la guerra que arrasa este país.

La localidad, de 600 mil habitantes, es un paso neurálgico en la carretera del golfo de Adén (sur). Está asediada desde marzo de 2015 por combatientes hutíes, procedentes del norte, aunque sigue en manos de las fuerzas leales al presidente yemenita Abd Rabo Mansur Hadi. En meses recientes fue escenario de feroces combates entre insurgentes y tropas progubernamentales, pero también entre facciones leales que dejaron decenas de muertos, incluyendo niños, según fuentes locales y médicas.

En el zoco Al Shinayni, unos hombres armados entran y salen en moto. Por lo que parece, no han venido buscando ni los cuencos ni las jarras de arcilla que, junto con las joyas y las antigüedades, dieron fama a este mercado.

Con todo, en Yemen las armas individuales siempre han estado presentes –hay más que habitantes– y su negocio es corriente allí, como atestiguaron los escritores franceses Rimbaud y Kessel.

En el exterior de los puestos cuelgan pantalones y chaquetas de camuflaje, correas y cascos militares.

Dentro, colgadas de la pared, las indestructibles Kaláshnikov AK47. En las estanterías, cajas de balas y de obuses de mortero cuidadosamente alineados.

Algunas tiendas están cerradas con candado. Otros puestos todavía tienen los carteles de confección para hombres, pero dentro, el material de sastrería fue remplazado por las municiones.

Afp