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Tragedia en la tierra de Juan Rulfo
S

iempre sostuvo que nació el 16 de mayo de 1918, pero no en Sayula, que ni conoce ni tiene por qué ir allá. No escribía pero sí leía mucho en San Gabriel. A Elena Poniatowska, en cambio, le ­aseguró ser originario de Sayula pero que lo llevaron luego a San Gabriel. A Jorge Ruffinelli le dijo que nació en Apulco, un pueblito muy poco conocido, pero en ­seguida nos fuimos a San Gabriel. En su libro De Sayula al Olimpo, Fabiola Ruiz detalla todas estas contradicciones rulfianas y deja como eje central en la niñez del ­escritor el pueblo de San ­Gabriel.

Antes de la llegada de los españoles la región estaba habitada por toltecas, otomíes y nahoas. El entorno del pueblo, ubicado 151 kilómetros al sur de Guadalajara, era entonces muy diferente al de hoy: lo rodeaba un tupido bosque que lo protegía de las lluvias al servirle de paraguas y así evitar la erosión del suelo. El río que cruza el municipio, el Salsipuedes, fluía sin problemas porque su cauce no estaba azolvado. Hoy San Gabriel cuenta con más de 15 mil habitantes, casi la mitad pobres, según las estadísticas oficiales. Se dedican a la agricultura, la ganadería, los servicios y el comercio. Hoy cerca de 50 por ciento de su territorio está cubierto de bosques.

La cabecera municipal cuenta con unos 5 mil habitantes que el pasado 2 de junio vieron cómo el agua del río se salió de su cuenca, dejando cinco muertos, 3 mil damnificados y daños incalculables de­bido a un cúmulo impresionante de piedras, árboles, troncos, basura y lodo que atascaron las calles principales del poblado. A tal grado que San Gabriel fue declarado zona de emergencia y desastre natural.

No hubo duda de que la culpa de la tragedia era de quienes deforestaron extensas áreas con la finalidad de ocuparlas con huertas de aguacate. Era un secreto a voces que las talas clandestinas, los incendios provocados, los cambios de uso de suelo en ese municipio y otros vecinos tenían como objetivo este próspero negocio.

Mas pronto surgieron otros culpables: las instancias locales, estatales y federales que permitieron el cambio de uso del suelo a pesar de las advertencias de los especialistas de Jalisco y entidades vecinas sobre la necesidad de conservar las áreas forestales a fin de evitar la erosión y, con ello, el azolve de los ríos. En el caso del Salsipuedes, afectaría la cabecera municipal de San Gabriel, tal y como acaba de ocurrir.

Esa deforestación permitida a ciencia y paciencia de las autoridades de Jalisco y del gobierno federal, afecta ahora (y lo hará en el futuro) a dicho municipio, donde por lo menos 3 mil 500 hectáreas ya no cuentan con el paraguas verde que Rulfo disfrutó en su niñez. También ocurre en los vecinos, como Zapo­tlán, donde se han talado unas 5 mil hectáreas para establecer huertas de aguacate. Peor sucede en Michoacán, muy especialmente en Uruapan y poblados circundantes, convertidos en el emporio de una actividad que origina severos desajustes ambientales.

¿Acaso ignoran las autoridades y la ciudadanía que los bosques son las fábricas de agua por excelencia?, ¿que proporcionan humedad, captan contaminantes, regulan el clima, evitan la erosión de las cuencas hidrográficas?, ¿y que, además de su belleza, en ellos habitan las más diversas especies animales y vegetales?

Existe una secretaría federal de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano. En el sexenio anterior estuvo a cargo, para mal, de la señora Rosario Robles. Hoy, su titular todavía no se deja ver en las mañaneras presidenciales. Hay también en Jalisco y Michoacán instancias oficiales supuestamente dedicadas a garantizar el buen estado de la masa forestal y el desarrollo rural y urbano sustentable. Pero están ausentes en San Gabriel, Zapotlán, Uruapan y otros municipios donde las huertas de aguacate predominan en vez de los bosques centenarios. Negligencia y corrupción a las que se une ahora en Michoacán el crimen organizado que azota a los empresarios aguacateros. El peor de los escenarios.

Las autoridades de Jalisco prometieron investigar y sancionar a los responsables de la tragedia de San Gabriel. Esperamos que, como suele ocurrir, no se olviden de hacerlo.