Editorial
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Golfo de Omán: ¿falsa bandera?
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or la mañana de ayer, dos barcos petroleros se vieron obligados a desalojar a sus tripulaciones en las inmediaciones del golfo de Omán tras sufrir percances que al parecer no dejaron muertos ni heridos. Hace apenas un mes, el 12 de mayo, cuatro buques que circulaban por la misma zona resultaron dañados en incidentes todavía no esclarecidos. El tráfico de embarcaciones petroleras es intenso en esta región marítima de Medio Oriente, por donde circulan a diario alrededor de 18 millones de barriles de petróleo provenientes de Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Irak, Kuwait y otros grandes exportadores de hidrocarburos.

Como ocurrió en mayo, Estados Unidos no esperó a contar con prueba o indicio alguno antes de responsabilizar públicamente a Irán por los presuntos ataques. En una declaración no exenta de incoherencia, el secretario de Estado, Mike Pompeo, dijo que, a juicio de supaís, la república islámica es responsable por los ataques, pero Washington espera que Teherán regrese a la mesa de negociaciones.

Ante lo que parece un intento por incrementar las tensiones que agobian a la región, es necesario recordar que los incidentes marítimos forman parte del repertorio con que históricamente la inteligencia y las fuerzas armadas estadunidenses han forzado conflictos con naciones que no tenían intención alguna de verse implicadas en operaciones bélicas contra la potencia. Los dos episodios más notorios de este tipo son el hundimiento del acorazado Maine en 1898, en el puerto de La Habana, episodio que sirvió de pretexto para declarar a España la guerra con la que Estados Unidos se apoderó de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y el denominado incidente del golfo de Tonkín, a partir del cual Washington elevó hasta extremos inconcebibles de violencia su intervención en Vietnam. Es importante recalcar que si el episodio del Maine permanece oficialmente como un percance no aclarado, en los hechos del sureste asiático los propios archivos estadunidenses acreditan que se trató de una operación de falsa bandera para incriminar a Vietnam del Norte.

A lo anterior debe añadirse que toda la región del golfo Pérsico se encuentra infestada de bases e instalaciones militares estadunidenses, lo cual hace aun menos creíble que tales incidentes sucedan fuera de su control y conocimiento directo: por sólo mencionar las principales, en Baréin tiene su base la quinta flota de Estados Unidos, mientras en Catar está instalado el Centro de Operaciones Aéreas Conjuntas, la base aérea más grande de Washington en Medio Oriente.

Por último, no puede pasarse por alto que los presuntos incidentes se producen a un año de que Donald Trump rompiera de manera unilateral el acuerdo nuclear suscrito con Irán por su país, Francia, Reino Unido, Alemania, Rusia y China, así como en un contexto en que el magnate despliega una búsqueda incesante de enemigos externos para desviar la atención de los problemas que enfrenta su gobierno. A la vista del contexto y de los antecedentes, es obligado preguntarse, en suma, si los percances marítimos mencionados son realmente consecuencia de un ataque iraní o de un sabotaje estadunidense, y cabe esperar que los gobiernos aliados de la superpotencia tengan esta cuestión en mente con el fin de evitar una indeseable escalada que ponga en riesgo la ya frágil seguridad regional.