Opinión
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Emiliano Zapata
E

l 10 de este mes se cumplieron 100 años de la muerte del revolucionario Emiliano Zapata; fue protagonista importante, clave en el sur y en el centro del país, encarnó la exigencia de la recuperación de las tierra arrebatadas a los pueblos en todo el territorio nacional, en haciendas pulqueras de Tlaxcala, cañeras de Morelos o ganaderas del norte. El personaje, por su figura, por su origen, por sus ideas y exigencias expresadas en el Plan de Ayala, encarna la imagen más representativa del levantamiento popular y campesino de la Revolución; es símbolo, icono; su efigie ha sido reproducida muchas veces, en carteles, en ropa, en libros, a pie o a caballo o en la conocida fotografía junto a la silla presidencial en el Palacio Nacional, a un lado de Francisco Villa.

Su figura, más que la de Madero vestido de frac y con la banda presidencial en el pecho, o más que la de Villa, con botas altas y sombrero tejano, es la representación simbólica de lo que fue ese gran movimiento revolucionario que ahora se considera como la tercera transformación; es Emiliano –Miliano, como le llamaba su gente cuando fue elegido en Anenecuilco defensor de las tierras comunales del pueblo– quien encarna al revolucionario popular ansioso de reivindicaciones y de justicia para los suyos.

La fotografía más representativa del Caudillo del Sur, la que lo identifica como el símbolo de lo mexicano, fue tomada por A. Salmerón; se le ve de pie, erguido, con un sombrero ancho oscuro y con adornos discretos; pantalón negro entallado, pistola al cinto en funda de cuero de talabartería popular, medio cubierta por la chaqueta corta, propia de la clase media rural, de hombres del campo, mascada roja al cuello y botines de charro; su bigote inconfundible, cejas pobladas y una mirada triste pero altiva. Su oficio –arrendador de caballos– era el que acostumbraba a los potros a la rienda y a la silla de montar; en ella se forjó, se fortaleció, conoció haciendas y pueblos, y apreció a la gente y fue valorado; no cualquiera desempeñaba un oficio tan rudo y peligroso.

Hablar de Zapata es también traer a cuento uno de los reclamos más sentidos, el que dio contenido al profundo movimiento popular, el de tierra y libertad, que él enarboló; reivindicación de la tierra, patrimonio de los pueblos despojados y libertad, arrebatada a los peones del campo por el sistema de las grandes haciendas en las que, acasillados, formaban parte del inventario de la finca, patrimonio del patrón, del terrateniente, que los oprimía y controlaba a través del fuete y la pistola de mayordomos y caporales.

Entre los ideales convertidos en lemas que movieron a cientos de miles a la lucha armada están el de sufragio efectivo y la no relección del iniciador Madero, por el que se le conoce como Apóstol de la democracia; el municipio libre propuesto por Luis Cabrera, lúcido consejero de Carranza y la tierra es de quien la trabaja, de las huestes encabezadas por Zapata y sus amigos.

Por eso se luchó, por libertad, por la reivindicación de la tierra, por la autonomía municipal y contra el centralismo, por la democracia; por esos sencillos enunciados murieron un millón de mexicanos. No fue inútil su sacrificio, los principios quedaron integrados a la Constitución mexicana. Lamentablemente, desde un principio la tradición y la felonía corrieron a la par que el heroísmo y los ideales; así avanza la historia, campo de batalla de los idealistas y comprometidos, contra los ventajosos y egoístas.

Conocer la historia de Zapata y de los demás caudillos de la revolución debe ser un ejercicio de quienes llegaron al poder con la Cuarta Transformación; si la tercera fue traicionada y sus personajes más destacados y comprometidos fueron asesinados, lo menos que podemos pedir a los protagonistas de hoy, es tener aguzada la mirada y atenta la mente; se logró dar un gran paso con un cambio político incruento, es necesario mantener rumbo y unidad.

El proceso revolucionario que se inició en 1910 se prolongó durante más de 30 años; fue Lázaro Cárdenas quien entregó tierra y créditos a los ejidatarios, reconoció derechos a los obreros y promovió, siguiendo el primer impulso de Vasconcelos, que la educación llegará a todos los rincones del país con las escuelas rurales.

La Cuarta Transformación reivindica también, nuevamente, la efectividad del sufragio; defiende el patrimonio nacional y la soberanía; busca una mejor distribución de la riqueza y, a diferencia de la tercera transformación, no tuvo que recurrir a las armas, sólo al valor civil, a la constancia y a la organización popular, pero afronta los mismos riesgos que corrieron Madero, Carranza y Zapata. Llamar a la unidad tiene gran valor ético y patriótico; es el camino correcto; asechanzas y traiciones, en esta ocasión, no impedirán la regeneración de México.

El haber recordado la muerte a traición de Zapata es una señal de que aprendemos de la historia y ahora no se caerá en la trampa.