Opinión
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Isocronías

Algo sobre Alda Merini

E

l arte es una especie de locura que no es locura: Alfredo Alcántar.

La poesía se escribe en una soledad que de ninguna manera es soledad, una soledad no desolada sino plena, no pocas veces contra las propias declaraciones del poema.

La locura asusta, escandaliza o abate como total o por ‘‘total”, mas la desarticulación de la personalidad que supone, supone, subyacente, una personalidad, una salud síquica; enmascarada, rayoneada, descarapelada, fragmentada, final u originalmente salud –no tanto desarraigo sino raíz en riesgo; en riesgo, mas raíz. Al fin lenguaje, por o en la locura perturbado, pero lenguaje.

Si la poesía es o el lenguaje esencial o esencia del lenguaje, la poesía es la raíz de la raíz, origen de la comunicación.

Suele ignorarse que toda comunicación es puesta en riesgo de la unidad de la persona: me comunico, cambio, me dispongo a cambiar en la aceptación del otro, a mezclar mi lenguaje con el del otro, a en parte disolver mi personalidad en la suya –y la suya en la mía. ¿Qué otra cosa el diálogo es?

La poesía apuesta por la puesta en riesgo del lenguaje para comunicarse no sólo con la mismidad del otro, distinta de la del emisor, con su esencial humanidad, sino con la esencial otredad de uno mismo.

La locura es señal de que algo en el lenguaje, ya social, ya personal, no está funcionando. Dicha señal puede ser espantosa, mas algo de espanto pierde si –precisamente– como señal mirada.

En tanto que la locura pone en riesgo, en desorden, en quiebra, la poesía propone y se propone el –se expone al– riesgo (si con fortuna, no temerariamente).

Solo me sé, tanto, que he llegado a saber, desde mi soledad, que no estoy solo/a, y no sólo que no lo estoy, que no lo estamos, dicen el/la poeta; confío en que en la hondura del lenguaje hallo el recogimiento para ser –que me hace, que nos hace ser, que (hablando un tanto heideggerianamente) funda nuestro ser y el Ser.

Si la poesía salva o no, no nos metamos. Funda, y más no se requiere.

Sin embargo a Alda Merini, más que la siquiatría, de la que se queja amarga, airadamente, fue la poesía lo que la salvó, la que le dijo: – Tienes una raíz, desde ella te hablo, desde ella habla.