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¿Y ahora?
P

uede aún abrigarse la esperanza de que será posible evitar un baño de sangre en Venezuela. No cabe esperar, en cambio, que resucite la democracia.

Los campeones autodesignados de la democracia se ocuparon en estos días de enterrarla. Lo que defendieron, dentro y fuera de Venezuela, para legitimar una vergonzosa intervención en un país en que se cumplieron todos los requisitos formales para establecerla, convirtió en gelatina la definición internacional de un régimen cuya verdadera naturaleza se volvió al fin transparente.

El estado-nación surgió como forma política del capitalismo. A fin de que cumpliera la función para la que fue creado se le dotó de carácter despótico…encubierto con una fachada democrática. Para conseguir respaldo general se promovió el nacionalismo, unificando a la gente en torno a sus símbolos. El imaginario colectivo se sustentó en la noción de soberanía nacional, heredada del régimen feudal, y en la emoción patriótica, que nunca pudo ocultar su signo patriarcal.

Todas esas máscaras cayeron en estos días. La defensa de la democracia para Venezuela es sólo la búsqueda descarada de sus riquezas. No podemos cerrar los ojos. Todos somos Venezuela. Ningún país está al margen de este ejercicio despótico y colonial de la nueva guerra fría, guiada por una voracidad capitalista que ya no se disimula.

Mientras Guaidó cumplía el papel que le asignaron en este escenario obsceno circuló el Manifiesto de Commercy que lanzaron los chalecos amarillos, el movimiento que desde hace tres meses desafía la democracia en Francia y se extiende poco a poco a otros países. No fue casual la coincidencia.

Commercy no está lejos del lugar en que nació Juana de Arco, donde tuvo las visionescon las que encabezó la lucha para librar a los franceses de la dominación británica. Para enfrentar hoy la dominación democrática del capital trasnacional, los chalecos amarillos convocan a organizar desde abajo otra sociedad.

El manifiesto se formuló desde la diversidad de cientos de asambleas que lo produjeron. En ellas y en otras muchas se discute sobre sistema de representación, condiciones de trabajo, justicia social y ambiental y fin de la discriminación. Buscan erradicar la pobreza, transformar todas las instituciones, organizar la transición ecológica y acabar con la exclusión.

El manifiesto convocó a la huelga experimental del 5 de febrero. Respaldada por los grandes sindicatos, la huelga reflejó el espíritu del movimiento: se basó en comités en el lugar de trabajo, para que los propios huelguistas tuvieran control de las acciones de abajo hacia arriba. ¡Tomemos las cosas en nuestras manos!, afirmó el manifiesto.

Los chalecos amarillos convocan ahora a una asamblea de asambleas, basada en una organización autónoma e independiente que intentará unir a todas las asambleas para transformar la sociedad. (Ver link)

Queda así planteada la bifurcación, las trayectorias divergentes de los arribas y los abajos. Traigo a colación, en ese contexto, lo que ha pasado en mi milpa electrónica. Le han estado lloviendo mensajes hostiles, a menudo llenos de invectivas, agresiones y hasta amenazas, por mis posturas ante el nuevo gobierno y el zapatismo. Tengo la impresión de que esas reacciones son síntoma de lo que está pasando entre nosotros.

Un mensaje en tono gentil me hizo saber que muchos habían dejado de confiar en mi análisis porque mi postura respecto al zapatismo no me deja entender lo que está pasando. Para mucha gente –me escribieron– el zapatismo ha dejado de ser guía moral. Ha estado ausente en muchas crisis, dejando solos a los movimientos… Por mantenerme a su lado habría perdido capacidad de entender lo que significa el nuevo ­gobierno.

Ofrecer solidaridad a los zapatistas, reconocer su autoridad moral o mantenerlos como referente significa ante todo, para muchos de nosotros, acotar el espacio en que hoy ha de darse la lucha.

Allá arriba el margen de maniobra se estrecha cada vez más. Los gobiernos enfrentan límites estrictos en su gestión; rebasarlos plantea un riesgo atroz. Pueden realizar acciones espectaculares…pero no podrán llegar muy lejos.

Abajo, en cambio, en las trincheras de cada quien, donde se construyen entramados comunitarios y se organizan asambleas, se están realizando los cambios que hacen falta. No es fácil. Parece insignificante ante el despliegue de fuerzas del régimen dominante. Pero las iniciativas avanzan cada vez más, por todas partes. De vez en cuando dejan ver su calidad y alcances en despliegues llenos de imaginación y lucidez, como los de los chalecos amarillos, que al fin, este 5 de febrero, se unieron a los chalecos rojos de los huelguistas. Así pueden abrigarse esperanzas sensatas. Se forma paso a paso la masa crítica que haría posible la transformación que necesitamos.