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Puntos sobre las íes

Recuerdos // Empresarios (XCVI)

V

aya cartelito…

Pusimos punto final a los puntos 95 con el cartelito colocado en la puerta en la puerta de una iglesia en Colotlán que rezaba: Se prohíbe bailar dentro del templo, según la pluma de Conchita Cintrón, que solía manejar con la misma elegancia de los trastos toricidas.

Continuemos con ella…

“–No le haga caso –me cuchicheó una viejecita–, baile nomás, que a Santo Toribio le gusta muchísimo.

“Mas un padre –por cierto, muy simpático– logró su propósito cuando en Juchipila lo oímos querer convencer a sus parroquianos de que ir a los toros no era pecado.

“–Hoy tenemos una corrida de toros –declaró desde su púlpito el buen cura–, y ésta es una fiesta muy bella. No es pecado divertirse honradamente. ¡Vayan a los toros y si no tienen dinero, empeñen la cobija!

“Hizo una pausa, miró cariñosamente a su rebaño y terminó:

“–Nomás no roben.

“Por la tarde, al verme regresar de la plaza, el viejo cura se frotó las manos:

“–Mucha gente, ¿verdad, Conchita? –preguntó.

“–Sí, padre –DIJE, muchísima.

“–Me lo suponía –dijo, encantado, en la iglesia; a la hora del rosario no estaba nadie.

“En eso se oyeron voces de gente que gritaba y corría.

“–Virgen santa, ¿qué es esto? –exclamó el padre.

“–Tiros –le expliqué, pero no pasó nada–. Los de Colotlán gritaron que su feria era mejor que la de aquí porque yo les toreaba dos corridas y los de aquí se molestaron. Los toreros tuvimos que agacharnos detrás del burladero.

“–Ah –suspiró el sacerdote– ¡Y tantas pobres señoras que fueron hoy a los toros por primera vez!

Por el camino solíamos comentar con agrado estas pequeñas cosas de que éramos testigos. Nos hacían gracia.

***

“Pasó el tiempo y una corrida anunciada en Saltillo se suspendió por agua. ¡Qué deliciosa sensación! En el momento de ir a la plaza no pudo haber palabras más dulces. ¡Ah, sí! Yo ya sufría, como los demás. Con el tiempo todo se aprende.

“Cambiamos de ropa, hicimos las maletas y nos fuimos al comedor. Nuestra animada charla fue cortada por la entrada repentina de un botones.

–El señor gobernador –declaró el chico– dice que quiere ver toros con o sin lluvia.

“El bistec que estábamos saboreando se hizo de cartón. Nos fuimos a vestir, y nunca toreros algunos fueron a la plaza peor dispuestos.

“–Maldita afición la del gobernador –rezongó Chucho durante todo el camino.

“La autoridad, por lo general, no se interfería en nuestras actuaciones. Claro que podía –como la vez de la lluvia, insistir en ver la corrida–, mas en la lidia nos dejaban mandar casi siempre, sobre todo, como era natural, en los pueblos donde habían visto pocas corridas. Pero, como no hay regla sin excepción, hubo un presidente que quiso imponerme una multa por haberme atrevido a matar un toro con un rejón de muerte.

“–Pero si es que los rejoneadores pueden matar a los toros con rejones de muerte –explicó Ruy dirigiéndose a la presidencia.

“–Pero nosotros queríamos verla a pie –insistió la autoridad.

“–¿Y no la vieron en el otro toro?– apuntó Ruy.

“Por eso mismo –contestó la autoridad–, queríamos verla en los dos toros a pie.

“–Según el contrato, Conchita puede escoger la manera que más le convenga para matar sus toros –advirtió mi maestro.

“–Nada –dijo secamente el señor–. Nosotros estamos aquí para defender los intereses del público; exigimos una multa de 500 pesos.

“–Como usted guste –contestó Ruy, retirándose.

“–¿Qué pasó? –pregunté a mi maestro, al verlo otra vez en el callejón.

“–Insistió en la multa –dijo despreocupadamente.

“–¿La pagaste?

“–Yo no –contestó mi maestro–. Quien paga, según el contrato, cualquier multa es la empresa.

“–¡Pobre empresa! –dije, buscando su palco con la mirada–. ¿No te da pena?

“–Ninguna.

“–Pero, ¿por qué?

“–Porque la empresa –contestó Ruy– es la autoridad.”

***

Y más viajes.

“Los contratos –dejó constancia pública Conchita, un día de tantos, según su decir y escribir– me llevaron a Mérida, y cuando abandonamos aquella ciudad dejé atrás unos días deliciosos.

En casa de los Cámara, donde nos hospedamos, tuve ocasión de convivir con gente de mi edad, cosa para mí algo rara.

(Continuará)

(AAB)