Opinión
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De los fenómenos del recuerdo
E

ntre los buenos recuerdos y los falsos recuerdos mi tolerancia a los demasiados recuerdos se desborda y lo único que busco entonces es olvidar todo recuerdo y poder así quedar en paz.

En el pasado mes de abril, en estas mismas páginas publiqué un artículo que titulé Secreto 4, y lo cierto es que en él confundí el recuerdo de Isabel Bolland con el de una de las cuatro hijas del arquitecto Félix Candela. Resulta que, cuando me referí a “…una de las hijas de Félix Candela, que era mi compañera en la preparatoria del Colegio Madrid, cuya expresión algo ausente y melancólica tengo presente, pero cuyo nombre propio lamentablemente he olvidado…”, que sí había sido mi compañera en la preparatoria del Colegio Madrid, a quien en realidad quería recordar era a Isabel Bolland que, por otra parte, no había sido mi compañera en el Madrid. Parece que a quien confusamente recordé de las Candela fue a Noli, según me señaló mi hermano Lorenz tras leer Secreto 4 , pues de las cuatro Candela era la que coincidía con mi edad y, además, mi hermano llegó a conocerla bien, ya que Noli se casó con Alfonso Serrano, apodado El Pingüino, que fue compañero de banca de Lorenz y su amigo cercano hasta que, hace algunos años, El Pingüino murió. No sé si Noli Candela llegó a enterarse de mi enredo ni qué pudo haber pensado si es que en efecto llegó a enterarse, lo que me parece que pudo haber sucedido, pues Juan Ignacio del Cueto Ruiz Funes, nuestro amigo común, según me comunicó por carta, leyó Secreto 4 y se lo pudo haber comunicado a las Candela, ya que conoce bien a las cuatro hijas del arquitecto Félix Candela, que fue maestro suyo en la Universidad Nacional Autónoma de México, y quien me precisó los nombres de las Candela para ayudarme a recordar. De Noli me indica cuál es su verdadero nombre, Manolita, y además me precisa que ella prefiere el apodo Noli, con el que se identificó desde la infancia.

En cuanto a la confusión de identidades que padecí, cuando nombré a Noli Candela en lugar de nombrar a Isabel Bolland que, ahora sé que en Secreto 4 es a quien recordaba como mujer de Luis Porter, ahora me consta que sí se enteró, pues Porter me contó que él mismo se lo había comunicado y que ella, en efecto, había respondido con la expresión algo ausente y melancólica con la que al día de hoy yo la sigo recordando.

Los recuerdos. Qué hacer con los recuerdos. Puedo deshacerme de una pluma gastada cuando por fin olvido cuál fue su origen y qué escribí con ella, pero no puedo deshacerme de la banca en la parada de autobuses en la avenida Miguel Ángel de Quevedo y la calle Zaragoza desde la que, un domingo de 2004 en la mañana, mi hermana y mi mamá me sonreían y divertidas agitaban la mano y me saludaban mientras, en el camellón frente a ellas, Manuel Felguérez, Vicente Rojo y Fernando González Gortázar, rodeados de los amigos y familia que cupimos entre ellos, inauguraban precisamente ahí sus respectivas esculturas urbanas monumentales, con la presencia de la autoridad de Cultura de la delegación Coyoacán.

Cuando en mis caminatas paso detrás de esa banca, el recuerdo de mi hermana y mi mamá sentadas ahí es tan vívido que cada vez me pesa más. A medida que ha ido pasando el tiempo y que las circunstancias han ido cambiando, me pesa más recordarlas contentas y entretenidas ante el acontecimiento que todos celebrábamos. Ahora que mi hermana y mi mamá no volverán a sentarse nunca más en esa banca y ahora que ni siquiera volverán a recordar conmigo nunca más la ocasión en la que, sentadas en esa banca, celebraron conmigo la inauguración de las esculturas monumentales de nuestros amigos, su recuerdo me acongoja más de lo que soy capaz de tolerar.

Ahora, cuando paso a pie detrás de esa banca y pronuncio los apelativos particulares con los que yo me dirigía a ellas, temo perder el control y ceder al impulso de inclinarme y abrazarlas, abrazarlas o de una vez incorporarme a su ausencia con tal de no volver a recordarlas.