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Venezuela: la sombra de la intervención
E

l cada vez más intemperante tono usado por el gobierno estadunidense para referirse a Venezuela y su gobierno, sumado a los frondosos antecedentes injerencistas de Washington, desata fundados temores sobre el futuro inmediato que aguarda a esa nación sudamericana. Las declaraciones que tanto Donald Trump, como su secretario de Estado, Mike Pompeo, han vertido en horas recientes, y especialmente tras la reunión celebrada este sábado por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para discutir la situación venezolana, constituyen un retorno (es decir, un retroceso) a la salvaje retórica de la guerra fría. Por aquellos años, la tradicional política de intromisiones impulsada por la Casa Blanca se traducía, a las primeras de cambio, en brutales intervenciones armadas, acompañadas por la inverosímil retórica democrática que llevaría a Eduardo Galeano a ironizar acerca de las salvaciones urdidas por Estados Unidos, que dejan a los pueblos convertidos en cementerios o en manicomios.

O se está con las fuerzas de la libertad o en la liga de Maduro y su caos, tuiteó Pompeo en amenazante lenguaje, y a continuación caracterizó al Estado venezolano de mafioso e ilegítimo, curiosos adjetivos para quien horas antes había reconocido como presidente de Venezuela a Juan Guaidó, un vocinglero personaje que el 23 de enero se autojuramentó como presidente encargado de esa nación, prescindiendo del requisito de que alguien lo eligiera. No resulta sorprendente, sin embargo, si se toma en cuenta que Washington acababa de nombrar, a efecto de restaurar la democracia en la patria de Bolívar, nada menos que a Elliot Abrams, un ex funcionario de las administraciones de Reagan y Bush hijo, cuya proclividad a patrocinar golpes de Estado generó en Centroamérica el chiste según el cual (Abrams) es un tipo educado: siempre golpea antes de entrar.

Este torrente de declaraciones estrafalarias parece encaminar a Venezuela hacia la tragedia por vía de la farsa, al tiempo que Trump –que en el plano interno se encuentra en la mira por distintos cargos entre los que no falta el de corrupción– maniobra para conseguir que otros gobiernos secunden su plan democratizador. Como un argumento que en la lógica de los republicanos estadunidenses serviría para respaldar sus afanes intervencionistas; el secretario Pompeo sostiene que ningún régimen ha hecho más para sostener la condición de pesadilla del pueblo venezolano que el de La Habana. Como sea, entre la descalificación del gobierno de Maduro (que de paso significa una descalificación a quienes lo votaron y aún lo respaldan) y el perenne fantasma de la amenaza cubana, la Casa Blanca ha logrado hasta ahora que en Latinoamérica avalen su posición nueve gobiernos, con los de Argentina, Brasil y Colombia en primer lugar, configurando un frente que aglutina las fobias derechistas del subcontinente y comparte la obsoleta visión política y las nostalgias imperiales del gobierno estadunidense.

Frente a este panorama, la posición de México, que recupera los principios éticos y de política exterior que durante años lo caracterizaron internacionalmente, y su insistencia en favorecer una salida negociada, a cargo del propio pueblo venezolano, destaca por su prudencia y sensatez, virtudes que difícilmente sean atendidas por los nuevos halcones asentados en Washington.