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¿La Fiesta en Paz?

Mano a mano fallido entre defensores y atacantes de la tradición taurina de México

E

n una descarapelada barda alcancé a leer: Te formas, te conformas y uniformas para que a quien mejor te pague le defiendas sus dogmas. Y sí, las llamadas ideologías, que antes fueron posturas definidas y sustentadas acerca de la realidad, se han convertido, entre otras versiones, en puestos demasiado remunerados para que algunos suertudos se disfracen de legisladores como preocupados por los problemas más acuciantes de la sociedad, sin importar si tienen idea o no de lo que hablan.

A diferencia de los popularizados, por simplones, reality show o realidades (ficticias) como espectáculo, el talk show o conversación pretendidamente pensante como espectáculo, de ninguna manera es una emisión de chismorreos intrascendentes o de ocurrencias para pasar el rato, sino un programa de televisión o radio que expone la opinión de uno o varios invitados cuya formación e información sobre un tema previamente escogido permite el debate de altura, tomando en cuenta la inteligencia del público y, en atención a éste, reúne a participantes que puedan aportarle puntos de vista útiles. Eso dice la teoría.

La práctica dice otra cosa, por más oficio que se tenga. El pasado jueves un canal de Televisa transmitió, durante una hora, uno de estos talk show con intención, quiero suponer, de que los invitados reflexionaran en voz alta sobre el tema de la fiesta brava, tres a favor y tres en contra. El problema es que los consorcios televisivos son parte fundamental de los poderes fácticos, esos que sin ser gobierno o institución política actúan como tal, ejerciendo sobre éstos una influencia determinante, no porque la ley lo permita, sino porque los gobiernos como democráticos encontraron la gran fórmula: otorgar y renovar concesiones de radio y televisión para que no le peguen, ni al gobierno ni al sistema que se beneficia.

Una paradoja vergonzosa: el gobierno otorga y renueva concesiones para la operación comercial de canales de radio y televisión, el concesionario hace como que cuestiona el desempeño de ese gobierno pero sin cuestionarlo realmente, habida cuenta de un pacto no escrito en el que ambos sectores se apoyan mutuamente, mientras la sociedad mira y padece en carne propia tamaña componenda.

El fallido programa del jueves pasado, empleando una metáfora taurina, empezó mal desde que la empresa –el conductor del programa–, con influencia seguramente de La Clonada, empresa que gestiona la Plaza México y las plazas más importantes del país, ofreció otro cartel cuadrado, es decir, falto de equilibrio, sin suficiente contraste en las tauromaquias de los alternantes y por ende de escaso interés para el público, incluido el taurino.

Partieron plaza seis diestros, tres de los cuales se podría pensar que en principio calificaban como defensores del espectáculo taurino –el ganadero de Torreón de Cañas y empresario de Pachuca y Texcoco, Julio Uribe Barroso, el matador de toros en retiro Ignacio Garibay y el cronista taurino de Televisa, Carlos Yarza– y tres antitaurinos metidos a diputados o viceversa, da lo mismo, de tres impresentables, por parásitos y especuladores, partidos políticos –Beatriz Manrique Guevara, del Verde Ecologista de México; Jorge Gaviño, del Partido de la Revolución Democrática, ¿lo recuerda?, y Nayeli Salvatori Bojalil, del Partido Encuentro Social, que en septiembre pasado perdió su registro. Y aunque embarullados los seis se empeñaron, pero ninguno logró salir con las orejas de la argumentación convincente. Faltaron ideas, incluso de cómo hacer periodismo.