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Los indígenas permitidos
E

l Estado es uno de los mecanismos de poder mejor articulados por la modernidad occidental, misma que inició en 1492 a raíz de la conquista y el saqueo de América, así como al sometimiento de la población negra e indígena. Por tanto, los estados y las naciones que se liberaron del yugo colonial –tanto en el siglo XIX como en el XX– siguieron ejerciendo relaciones jerárquicas de poder entre las diversas poblaciones que los conforman. Los procesos de independencia no concretaron el ejercicio pleno de la ciudadanía entre todos sus habitantes. En México, el proceso de liberación del régimen colonial no garantizó que los indígenas y negros dejaran de ser vistos como alteridades negativas, lo cual justificó su percepción como obstáculos para el proceso de construcción de la nación mexicana.

Desde el siglo pasado, Pablo González Casanova y Guillermo Bonfil Batalla llamaron la atención sobre la persistencia de las relaciones coloniales de poder en México; el primero lo calificó de colonialismo interno y el segundo habló del México imaginario para hacer referencia a la élite que aspira a ser como Occidente, utilizando para ello la fórmula del mestizaje como promesa de blanquedad y al desarrollo como guía para alcanzar la supuesta prosperidad económica.

Al igual que antes, la Cuarta Transformación recurre de nuevo a la centralidad del Estado, a la creación de instituciones que atiendan el tema indígena y al desarrollo mediante la implementación de grandes proyectos de infraestructura que lo único que traerán será despojo, desplazamiento y deterioro ambiental, sin olvidar, claro, las grandes ganancias económicas que los empresarios obtendrán. Con estos elementos de fondo, se decretó el inicio de una nueva etapa en la historia de México. En el calendario de arriba el reloj marca la hora de la Cuarta Transformación. El encantamiento de la nación pretende imponer –una vez más– una periodización permitida de la historia oficial de México.

Si recordamos que el sueño del Estado-nación está por cumplir dos siglos de existencia en estas tierras (1821-2021), creo que podemos abrir las condiciones de posibilidad para aceptar que en un periodo muy corto de tiempo la historia oficial consolidó una narrativa que reduce la larga existencia de los pueblos indígenas. Este tipo de operación no es nada nuevo en la historia del capitalismo, sólo basta recordar cómo intentaron universalizar la existencia de la modernidad –datada hasta ahora en poco más de 500 años– como un fenómeno de totalidad. Si tomamos en cuenta la domesticación del maíz en Mesoamérica hace 5 mil años, el esplendor civilizatorio de los olmecas datado en ocho siglos de existencia (1200 a. C al 400 a. C.) o bien traemos a cuenta los siete siglos del florecimiento de Teotihuacán, podemos concluir que conocer la historia de nuestros pueblos y territorios no sólo es indispensable, ante todo, es un arma poderosa para la guerra capitalista que padece el país, el continente y el mundo. En otras palabras, es necesario descolonizarse, y comenzar a cuestionar la historia es una buena opción.

Por otro lado, todos fuimos testigos del ritual indígena que el gobierno federal desplegó para legitimar el inicio de una nueva burocracia estatal y con ello fortalecer la visión mestiza de la historia. Aquí es pertinente señalar que gran parte del espectro político –ya sea de derecha, izquierda o centro– tiende a pensar que existe una correspondencia necesaria entre el lugar ontológico o social y la posición política o epistémica de los indígenas. En otras palabras, no por ser indígena tienes un chip que te dicte estar en contra del capitalismo, y a la inversa también funciona: no por ser blanco estás a favor del sistema.

Además, el ritual indígena sirvió para evidenciar el fenómeno de la gestión étnica, donde la utilización de la identidad sirve como un instrumento identitario comercial en manos de numerosas personas –empresarios, instituciones financieras, fundaciones, ONG, agencias gubernamentales, el Estado y un sector de indígenas– con fines de transacción de toda clase de recursos económicos; es justamente lo que Fernando Coronil llama la nueva tendencia de conceptualizar el conocimiento tradicional, la naturaleza y la gente como capital, como elementos constitutivos de la riqueza.

Abajo, en las coordenadas de la resistencia, debemos reconocer que en los 526 años que van de la guerra de conquista y exterminio sobre nuestros territorios, la lucha por la liberación de los pueblos sigue presente sobre este suelo que hoy se conoce como México.

El pasado primero de enero el EZLN cumplió 25 años de vida pública. Un cuarto de siglo de existir y consolidar una alternativa civilizatoria que el mundo ha visto levantarse y que al parecer entre muchos mexicanos pasó de noche. Lástima. A su vez, la desinformación, el racimo y las campañas de desprestigio contra el EZ confirman que en la Cuarta Transformación seguirán existiendo sólo los indígenas permitidos, o sea, aquellos sujetos que son funcionales al Estado y que hoy son la nueva burocracia indígena del país.

Ahora, no sólo se requiere pensar más allá de los marcos de la nación y de sus instituciones, ante todo debemos reconocer a quienes se atrevieron a desafiarla mediante una declaración de guerra en 1994 y que ahora en 25 años de existencia han sabido consolidar una nueva forma de habitar en estas tierras mediante la creación de los caracoles, una estructura político-social-comunitaria única en el mundo.

* Zoque de Chapultenango, Chiapas. Historiador y antropólogo. Miembro del Centro de Lengua y Cultura Zoque.