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Mar de Historias

El juego

D

ispersas sobre la cama, las agendas están colocadas por orden cronológico: 2011, 2012, 2013. Clara se detiene en esta cifra, como si el tiempo se hubiese congelado en ese año y no hubiera seguido su irrefrenable carrera hasta el 2018 que está por terminar. Sorprendida, Clara hace un balance:

–¡2018! O sea que llevo siete años viviendo sola. Pensé que era menos.

Le parece increíble que el tiempo haya pasado tan rápido. Se consuela pensando que le dejó algunos logros. Uno muy importante: su decisión de mudarse a esta casa. En realidad es sólo un estudio. Supo que estaba en renta gracias a que en la tintorería encontró un volante: Se alquila estudio. Magnífica ubicación. Luminoso, bien equipado. Mayores informes en el...

Clara llevaba algunos meses considerando la posibilidad de mudarse de su departamento a un sitio más económico. Enseguida marcó al celular indicado y pidió cita para el día siguiente. Quien la recibió fue Irene Rojas, la propietaria del Edificio Emmanuel. Una construcción sólida, con paredes altas y pisos de granito que, según dijo, había heredado de su padre, a quien definió como el hombre más trabajador del mundo. Después de la breve charla, se dirigieron al estudio.

Clara lo encontró encantador, ideal para sus necesidades. Además, aparte de una renta muy razonable, tenía otra ventaja: estaba muy cerca de la puerta. En caso de un accidente o de un temblor podría salir a la calle en menos de dos minutos.

Antes de rentarlo, Clara necesitaba hablar con su familia y pidió a su futura casera uno o dos días de plazo. Irene la condujo a la puerta. En el momento en que la abrían llegaba un hombre bajito y rechoncho, con media cara hundida en una bufanda que parecía inmensa. Irene los presentó: El señor Recaredo, mi inquilino más antiguo; la señora Clara. Vino a ver el estudio. En caso de que se decida a tomarlo, será su vecinita.

II

A partir de aquel primer encuentro, ocurrido en diciembre de 2011, Clara y Recaredo, además de vecinos, son amigos. No se reúnen con demasiada frecuencia, pero cuando lo hacen, aunque no se lo propongan, sale a relucir la rara circunstancia que propició su acercamiento.

Era mediados de diciembre. Las calles estaban invadidas por puestos con toda clase de artículos navideños. Del mercado salían, repetitivos, los mismos villancicos.A Clara le entristecía ese ambiente porque le recordaba la muerte de su hermana Florencia, ocurrida en vísperas de la Navidad.

Para huir del recuerdo, se alejó rápido del lugar. En su precipitación, que provocaba el enojo de comerciantes y vendedores, estuvo a punto de chocar con Recaredo y se deshizo en disculpas. Él, divertido, le preguntó si alguien la perseguía. Nadie. Quería irme de aquí lo más rápido posible. Las celebraciones navideñas me deprimen mucho. ¿Malos recuerdos? –dijo él. No obtuvo respuesta, comprendió que sería inútil insistir y cambió el rumbo de la conversación: ¿Va a su casa? Voy por ese rumbo. La acompaño. Mientras caminaban le mostró la agenda para 201l que acababa de comprar.

Clara le confesó que nunca había tenido una. La asustaba ver el año parcelado y no saber qué ocurriría en los meses, días y horas por venir. Fue suficiente para que Recaredo llegara a una conclusión: “Piensa en desgracias, es pesimista. Yo no. A mi esposa –que en paz descanse– y a mí nos gustaba jugar a agendomancia”. Jamás había oído esa palabra. ¿Qué significa? Algo así como la cartomancia o la poetomancia, sólo que en vez de jugarse con cartas o versos, se hace con la agenda. Pero, ¿cómo? ¿Para qué? No entiendo.

Estaban frente al Edificio Emmanuel y Recaredo consultó su reloj: Se me está haciendo tarde. Quiero llevarle a mi dentista su regalo. Después tengo un compromiso. ¿Se puede saber con quién? Halagado por la curiosidad de Clara, él le contestó: Con un grupo de amigos. Hace siglos pertenecíamos a la misma liga de futbol. Eso se acabó, pero mantenemos el contacto. Cada año, por estas fechas, alquilamos un transporte escolar y nos vamos a algún sitio. Esta vez elegimos Veracruz. Regresaremos antes de Nochebuena porque mis amigos quieren pasarla con su familia. Usted ¿dónde va a cenar?

En mi casa, sola. Mis hijos se enojan muchísimo porque no acepto su invitación. No comprenden que lo hago para no aguarles la fiesta con mi mala cara. No puedo evitarlo. Ya le dije que estas fechas me deprimen: tal vez porque hace frío y hay menos luz... Perdone, no quiero entretenerlo más con mis problemas. Pásela bien.

Clara nunca le ha dicho a Recaredo que en aquel momento entró de prisa al edificio porque se sintió atraída hacia él y tuvo miedo de abrazarlo. Ya bastante se había excedido preguntándole con quién tenía el compromiso.

III

Los días previos a aquella Navidad le resultaron tristes. Muchos de sus vecinos se habían ido, el edificio estaba prácticamente vacío. De pronto escuchó unos golpes a la puerta. ¿Quién es? Se alegró al oír la voz de Recaredo. ¿Gusta pasar? Se lo agradezco, pero no puedo. Sólo vine a traerle su regalo. Ojalá le guste. ¿Qué es? Usted véalo. Luego me dice qué le pareció.

Ya a solas, Clara desenvolvió el regalo. Era una agenda. Al hojearla vio que en algunas fechas había –dibujados– soles, flores, aves, mariposas, árboles. En la última página leyó: Esta es la agendomancia: imaginar que en los días por venir está siempre lo mejor. Desde entonces, cada diciembre, Clara ha recibido el mismo obsequio por parte de su amigo Recaredo.