Opinión
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Arte y tiempo

Hello, Dolly

L

a Comedia Musical (o simplemente el musical como ellos lo llaman), es la gran aportación estadunidense al espectáculo teatral. Surgida en los primeros años del siglo pasado, la comedia musical es la respuesta de los grandes capitalistas del espectáculo a la situación social que después de la primera Guerra Mundial vivía el pueblo de Estados Unidos. Su función principal era –y es– divertir, distraer, alejar de la problemática real de la vida cotidiana. Para cumplir su propósito, la comedia musical ha de ser ligera, ágil, intrascendente y digerible para todo público, de música entre más pegajosa mejor y, en toda la acepción de la palabra, espectacular.

En consecuencia, el montaje de una comedia musical es, necesariamente, caro: si no se tiene el dinero suficiente no se puede montar como corresponde. Más de un intento fallido conocemos al respecto de productores que, sin entender a cabalidad qué es este género, tratan de abordarlo sin los recursos necesarios y sólo consiguen un remedo.

No es este el caso de Hello, Dolly, obra original de Jerry Herman, con libreto de Michael Stewart, estrenada mundialmente en 1964 y que, por tercera ocasión, presenta temporada en nuestro país. El argumento, acorde a las características del género, es insustancial: una viuda madura que ha sobrevivido 10 años ejerciendo toda clase de menesteres, busca un millonario, el que sea, para casarse con él y resolver para siempre su situación. Dos o tres historias igualmente inanes correspondientes a otros tantos personajes complementan la historia. Como se ve, nada digno de figurar en los anales.

¿Qué hace entonces que Hello, Dolly (y la comedia musical en general) perdure y cumpla aquí tres temporadas (1968 con Libertad Lamarque, 1995 con la gran Silvia Pinal) y siga atrayendo a tanta gente? Sin duda, su música, sus canciones, sus danzas y su grandiosa producción. En efecto, Hello, Dolly tiene música y canciones de enorme facilidad auditiva, agradables y fácilmente recordables. Su principal número, Hello, Dolly, por ejemplo, es uno de esos que la gente tararea sin tener idea de dónde viene y sin preocuparse por ello. Entre otras luminarias la grabaron Louis Armstrong, Frank Sinatra, Liza Minnelli y Barbra Streisand. Sus coreografías son sensacionales y requieren un cuerpo de baile de por lo menos 20 integrantes. Las luces juegan un papel central y la escenografía ofrece múltiples espacios que se llenan con, por lo menos, 40 personas en escena que tienen que cambiarse el sensacional vestuario cuidado hasta en los mínimos detalles. Es, pues, de presentar un espectáculo grandioso como corresponde a toda comedia musical que se respete.

Los principales protagonistas de la actual temporada, que se presenta en el teatro Insurgentes, son Daniela Romo, quien vuelve a los escenarios después de una larga ausencia; cumple bien su cometido, pero en la función que vi, la segunda del día, acusando un cansancio que impedía la total brillantez. Jesús Ochoa ratifica su gran calidad actoral y versatilidad. El resto del elenco, que tiene un trabajo de órdagos, el cual desarrolla con una condición física envidiable, merece un aplauso colectivo por su desempeño, mismo que no puede ser igual para la no muy afinada orquesta de 15 atrilistas y su director. Así, en la inteligencia de que no es la gran obra de teatro, pero sí el gran espectáculo, Hello, Dolly es algo que vale la pena ver.